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El elefante amarillo

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El trabajo de 5 páginas "El gasto electoral en publicidad televisiva en Uruguay: cobro diferencial y subdeclaración", fue hecho por tres académicos ligados a la Universidad Católica del Uruguay.

A inicios de febrero, el perfil de Facebook de uno mostraba una enorme bandera frenteamplista extendida hacia lo alto de un edificio. La foto de perfil de otro en Twitter, era la del expresidente socialista Allende en un acto político. El tercero, que obtuvo su doctorado en ciencia política en Chile, es más discreto en redes sociales. El texto aclara además que se trata de una investigación hecha en asociación, entre otros, con la Fundación Friedrich Ebert en el Uruguay, conocida por estar vinculada al Frente Amplio.

Cuando trascendieron las conclusiones del informe, los autores se cuidaron bien de no advertir al público acerca de estas afinidades izquierdistas tan evidentes. Esto no es algo excepcional sino que es lo más común entre los politólogos de ese signo que son los más numerosos: hablan o escriben escudados en el conocimiento científico y como si fueran objetivos, pero en realidad se posicionan en la defensa, sutil o desembozada, de su causa partidaria frenteamplista. Por supuesto, luego se rasgan sus vestiduras cuando alguno los deschava y, dolidos, se enojan corporativamente.

Lo cierto es que en este informe se plantean dos hipótesis de lo ocurrido en la campaña en televisión. Ya sea que hubo subdeclaración de gastos, y sería sobre todo el caso del Partido Nacional porque su tiempo fue el menos caro ($ 289 el segundo). O ya sea que los canales privados de televisión cobraron más al Frente Amplio ($ 410 por segundo). En criollo: o los blancos son unos mentirosos al declarar; o los dueños de los canales los favorecen, en un ejemplo más del contubernio de la oligarquía económica con la oligarquía política. Esta hipótesis se resume en la frase siguiente del informe: "sectores que disponen de los mismos recursos no necesariamente obtienen el mismo tiempo de publicidad gracias a la decisión de quien vende el servicio".

Como no son tontos, los autores saben que su textillo carece de la suficiente información para inferir lo que plantean como hipótesis y que se va afirmando como tesis.

Entonces, salvan la deficiencia argumentativa con su siguiente memorable frase: "si bien esta auditoría no puede discriminar entre segundos emitidos en horarios de diferentes precios y determinar con precisión si la publicidad responde a la lista de diputados, a la lista de senadores de un sector o a la fórmula presidencial, las diferencias que se registran no parecen obedecer, por sus dimensiones, a la falta de precisión de nuestros instrumentos". No pueden discriminar; no saben cuánto se facturó en concreto y cómo; pero conjeturan que sus instrumentos son precisos. Y salen del paso, además, con pretensión de cientificidad.

La preocupación politológica por la justicia y el buen desarrollo de la campaña electoral es muy loable. Por eso este tipo de análisis es muy importante, siempre que esté bien hecho y sea honesto intelectualmente. Porque cualquier investigador que haya estudiado las emisiones de televisión en campaña electoral debe considerar no solamente los segundos de las piezas publicitarias para dar debida cuenta de lo ocurrido. Además, tiene que investigar los minutos de cadena nacional en horario central, con propaganda exclusiva del gobierno, incluso con el ministro Olesker mintiendo sobre la evolución del gasto público social y sin derecho a réplica de nadie. O, más sutil y grave, la enorme cantidad de minutos de informativos centrales dedicados a las actividades del presidente Mujica, cuando se involucró en la campaña a sabiendas de que violaba la Constitución, y compararla con los pocos minutos acordados a los candidatos blancos, colorados o independientes. O, más evidente aun, fijarse en los minutos de publicidad de entes autónomos ensalzando sus actividades.

Para estos universitarios nada de esto es relevante. Es como que les pase un elefante amarillo por al lado, pero prefieran escudriñar la anatomía de una hormiguita y concluir que, sin tener todas las pruebas, les preocupa que ella parezca tener solo 5 patas.

Todo sostenido además con pretendida legitimidad de cátedra, impunemente, sin siquiera preocuparse por disimular en las redes sociales sus simpatías frenteamplistas.

Eso sí: después quieren que sus opiniones sean tomadas en serio y exigen respeto intelectual por sus tareas. En verdad, lo que dan es vergüenza.

EDITORIAL

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