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Desintegrada, dividida y fragmentada

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No formó parte de la última campaña electoral, ni es un tema que suela analizarse en el actual clima de euforia frentista por el tercer triunfo consecutivo de la colación de izquierda con mayoría parlamentaria, pero salta a la vista al leer el diario cada mañana.

Vivimos en una sociedad crecientemente violenta, con casos que hasta hace poco nos hubieran parecido de ficción, los viejos problemas se agudizan y aparecen otros, nuevos y desafiantes, frente a los que el gobierno y la sociedad civil parecen inermes . Y sin reacción.

La correlación entre la prosperidad económica y la calidad de vida de las personas es positiva, pero no lineal. A largo plazo el crecimiento hace que una sociedad disponga de mayores recursos para resolver sus problemas y surjan otros, de orden superior, que se plantearán con la misma urgencia que los anteriores. Sabemos que las demandas de las personas crecen y se diversifican a medida que una sociedad se hace más rica y compleja, es la historia de la civilización.

Ahora bien, también puede ocurrir que un período de excepcional prosperidad económica vaya acompañado de señales mixtas en la calidad de vida, como ha ocurrido en nuestro país en los últimos años.

Es innegable que creció el producto per capita (ayudado por el estancamiento de la población) que disminuyó la pobreza (pese a que las estadísticas oficiales no están exentas de triquiñuelas) y que el desempleo está en cifras históricamente bajas. Si se miran los indicadores de consumo de bienes durables, como automóviles o electrodomésticos, el aumento es formidable desde 2003, atenuado recientemente por la suba del dólar. Todo lo anterior, con sus matices, son hechos, pero siendo todo lo importante que son, solo hacen a la faz económica de la vida del ser humano. Existen otros aspectos que son más importantes aun.

Y en estos temas que van más allá del consumismo (tan criticado por Mujica y del que paradójicamente tanto se benefició), son los que marcan el rumbo profundo de una sociedad. Nadie duda de que el clima de convivencia se ha deteriorado a pasos agigantados.

No solo porque los delitos aumentaron a un ritmo incontrolable y desde el Ministerio del Interior se atina a explicarlos pero no a disminuirlos, sino porque el trato día a día en la calle, en el barrio y hasta en las casas se ha vuelto más violento.

Se llega hasta a la renuncia de algunos de los ejercicios más básicos del derecho del ciudadano como la denuncia policial. ¿quién denuncia hoy cuando le rompen la ventanilla del auto? ¿No le pasa a un conocido, un familiar o un amigo casi todos los días? La violencia en las canchas de fútbol, sobre la que pontifican periodistas deportivos y políticos por igual puede no tener una solución simple, pero si no se hace absolutamente nada solo puede seguir en aumento y es lo que vemos lamentablemente incluso este último fin de semana.

Y la violencia entre vecinos que llena la crónica roja o la aberración de la violencia de género que nos estremece ¿qué respuestas recibe por parte del gobierno? El callejón sin salida en que se ve encerrada la mujer víctima de violencia doméstica es consecuencia de un Estado pródigo en planes de rédito electoral pero que no es capaz siquiera de brindar un refugio digno para quienes deben huir, muchas veces con sus hijos de una situación insostenible.

Nuestra sociedad está cada vez más fragmentada, más dividida y desintegrada y no hay consumo de táblets que lo disimule. Cada vez nos reconocemos menos en el espejo, con miedo a dejar nuestras casas o a veces incluso a permanecer en ellas.

Por cierto que hay causas que vienen de largo aliento, pero la división entre buenos y malos que azuza el gobierno y su indiferencia o desidia, cuando no directamente la tomadura de pelo frente a los reclamos más elementales, frustran y generan más violencia. Si la concepción que se tiene desde las autoridades encargadas de protegernos, que seguirán en sus puestos a partir del 1º de marzo, es que solo son asesinadas las personas que tienen algún vínculo con la delincuencia, es la demostración palmaria del desconcierto y la estolidez con que se aborda el asunto.

No es sencillo en un país donde el Estado consume buena parte de la energía y recursos de la sociedad civil plantear alternativas desde este ámbito, pero no queda otra. Es desde la organización voluntaria de las personas, por fuera de las estructuras burocráticas, que puede surgir un reclamo más efectivo para poder vivir en paz y en libertad.

EDITORIAL

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