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Desensillar hasta que aclare

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La decisión del Reino Unido de abandonar la Unión Europea escapa a una sola lectura, a pesar de que las repercusiones económicas y comerciales dentro y fuera de la Eurozona fueron las primeras en ser analizadas.

Y eso suena lógico, porque el resultado del Brexit significó un "duro golpe" al proyecto europeo del mercado común, e involucra una señal de incertidumbre para la economía global, de la misma forma que lo fueron la quiebra de Lehman Brothers y la cesación de pagos de la economía griega. Por eso, no es de extrañar que los primeros en reaccionar sean los mercados, las bolsas, la cotización de la monedas y las inversiones de riesgo que apuestan a cadenas de valor insertas en la economía global. Sin embargo, lo más importante se centra en el escenario político, que se expresa resumidamente en tres dimensiones:

La primera se manifiesta en un retroceso de las organizaciones multilaterales que luego de la Segunda Guerra Mundial asumieron la compleja gobernanza mundial. Todas ellas se han venido debilitando ante la profundización de nuevos "temores globales" como la proliferación de armas nucleares, el crimen organizado, el narcotráfico, y especialmente el terrorismo, basado en fundamentalismos étnicos y religiosos; así como se comprueba el surgimiento de cientos de acuerdos comerciales reducidos a actores plurilaterales y regionales.

La segunda es consecuencia de la primera, desde que las reacciones populares ante "temores" exacerbados por actos terroristas y la migración de millones de personas que se trasladan a países desarrollados más seguros que sus naciones de origen, son la respuesta obvia a la inseguridad que en ellas existe. Es así que un nacionalismo defensivo se enfrenta a esos nuevos "temores" para protegerse de la destrucción de valores tradicionales y de la potencial pérdida de identidad de comunidades ancestrales.

No se trata de un racismo primario y discriminatorio, sino del rechazo a todo lo que pone en peligro la calidad de vida tradicional, el estilo de convivencia y hasta las propias fuentes de trabajo. En otras palabras, debe interpretarse más como un reflejo muy distinto al "nacionalismo de exterminio" vivido en la Segunda Guerra Mundial, o en otros continentes sumergidos en el horror de genocidios étnicos inenarrables.

La tercera se proyecta en conflictos domésticos en el seno de cada sociedad. Los referidos "temores" excitan descontentos populares que presionan a sus gobernantes a actuar con la debida firmeza ante las nuevas situaciones, lo que hace que las instituciones, los partidos políticos y sus dirigentes pierdan credibilidad más allá de su legitimidad representativa. La victoria del Brexit en el Reino Unido ha sido la de mayor impacto geopolítico en los últimos tiempos; tanto, que la respuesta no será en blanco y negro, como tampoco lo fue la que derivó del plebiscito en Ucrania y la estridente reacción del gobierno ruso ante la posibilidad de incorporarse aquella a la Unión Europea, por lo que no debe verse como un hecho aislado ni como un cambio de rumbo tan revolucionario en la casa europea, con capacidad de provocar, como en el pasado, tormentas políticas de magnitud o amenazas a la paz mundial.

Lo sucedido no es nuevo en la historia del viejo mundo, y menos respecto de la actitud de los ingleses que, como la primera democracia del mundo, nunca extraviaron el rumbo aunque muchas veces se equivocaran. En realidad, la vieja fórmula victoriana de mercado libre y dinero seguro se enfrenta a otra vuelta de tuerca. Pero, sea como sea, no puede ignorarse que el maniqueísmo no está en la esencia de lo británico; más bien el pragmatismo y, como se sabe, este es hijo de la realidad.

Una vez más el Reino Unido se adelantó a interpretarla porque el "golpe" que la Unión Europea recibió no será el último, máxime en tiempos en los que la disconformidad de muchos de los socios con el gobierno supranacional de Bruselas se plantea desde la opinión pública. La sola mención del atentado terrorista en el aeropuerto de Estambul despierta reacciones en la Eurozona y en la propia OTAN de la que participan los EE.UU. y Turquía, ya que el impacto también afectará a la política migratoria del bloque.

En resumen: simplificar la respuesta al Brexit no es aconsejable, porque es más en el ámbito político que en el económico donde deberán centrarse las negociaciones. Y hace muy bien la canciller Merkel en administrar los enojos y las ansiedades de los que quieren darle una vía rápida a la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Como decimos por estas latitudes: "es preferible desensillar hasta que aclare".

EDITORIAL

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