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Desafíos opositores en América Latina

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En varios países de América Latina ha estado en cuestión la estrategia que la oposición debe llevar adelante para intentar conquistar el gobierno, en particular donde el oficialismo lleva un buen tiempo instalado y mantiene altos niveles de popularidad.

Una que ha cobrado fuerza en nuestro continente es la de una oposición moderada, que reconoce los logros del oficialismo y propone superar sus deficiencias, en general asociadas a la mala gestión y no a las diferencias ideológicas.

Un caso paradigmático, quizá el primero en el continente, de una maniobra de este tipo, de no confrontar frontalmente con el gobierno, la llevó adelante la oposición venezolana en la última elección ganada por Maduro. Recibió críticas y elogios y nunca podremos dilucidar, porque es historia contrafactual, si le sirvió para aumentar su caudal electoral o, a la inversa, frenó su crecimiento mejorando la chance del gobierno.

En estas últimas semanas el candidato a la presidencia argentina Mauricio Macri, por el opositor partido Propuesta Republicana (PRO) dentro de la coalición Cambiemos, también ha optado por un planteo de línea blanda. Su discurso la noche en que su correligionario Horacio Rodríguez Larreta fue electo (por un margen exiguo) gobernador de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, pasó a ser un hecho central de la campaña presidencial en curso.

Para sorpresa de tirios y troyanos Macri se plantó en el centro del espectro político, con claros guiños a la izquierda, anunciando que mantendrá las estatizaciones que realizó el kirchnerismo como las de YPF y Aerolíneas Argentinas y llamó a institucionalizar por ley, la política social de la Asignación Universal por Hijo (AUH).

Movida maestra para algunos, un tiro en un pie para otros, lo cierto es que el líder del PRO se la juega por una estrategia que privilegia mostrarse como un articulador capaz de encabezar un gobierno superador del actual, pero sin plantear cambios fundamentales. Esta decisión encierra el riesgo cierto de desconcertar a sus seguidores, algunos de los cuales empiezan a mirar con mejores ojos a otros candidatos opositores de discurso más nítido, como Sergio Massa, que ni lerdo ni perezoso aprovechó para zambullirse a la derecha buscando resucitar en una elección en que venía perdiendo pie.

No queda claro aún si por otro lado logrará Macri con su novedosa estrategia, captar nuevos votantes. El kirchnerismo ha salido con dureza a señalar su zigzagueo y sus contradicciones atacando en términos patoteros a algunos de sus asesores, recordando sus antecedentes "neoliberales y privatizadores", procurando retomar la diferenciación en la forma y en el fondo.

Un caso opuesto a los que reseñamos es el del precandidato republicano norteamericano Donald Trump. Con un discurso hipercrítico hacia el gobierno de Obama, recostado a la derecha al borde del precipicio, con propuestas xenofóbicas y racistas que recuerdan a Le Pen en Francia, se ubica a menos de un mes de hacer oficial su candidatura, encabezando las encuestas de su partido. Es casi imposible que un discurso tan radicalizado que llega al ridículo, logre imponerse en una elección general pero le está haciendo pasar un mal rato a su moderado compañero de partido Jeb Bush.

Como vemos, hay de todo en la viña del Señor, pero las diversas formas en que la oposición se para ante una elección y la experiencia acumulada en los últimos procesos en la región despiertan algunas reflexiones.

La teoría del votante medio, difundida por los politólogos, ha conducido a que todos los candidatos tiendan a ubicarse cerca del centro del espectro dónde está la mayoría de los votantes. Con un curioso corolario; ya no solo se acercan, sino que a veces incluso se superponen, desdibujando sus diferencias y lo que es más grave para la democracia, la posibilidad de una verdadera elección por parte del soberano.

Quizá en poco tiempo tengamos trabajos científicos que nos iluminen sobre los verdaderos resultados de estas estrategias anotando un número suficiente de casos. También se debe tener en cuenta que no se da la misma contienda electoral en una democracia sólida, con un sistema de partidos estable, que en una república endeble con un gobierno autoritario.

En todo caso, subsiste la pertinaz sospecha de que el grado de civilización política que premia una estrategia con altura y verdadero diálogo, que admite el reconocimiento de la parte de verdad que tiene el adversario no es el que predomina actualmente en nuestro continente.

EDITORIAL

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