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La demanda de energía

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EDITORIAL

De acuerdo al informe de la International Energy Agency de 2016 sobre energías renovables, si se suma la originada en el viento y en el sol, la contribución de ambas a la oferta de energía global, representan solo un 1%.

Tal como se decía en esta misma página el jueves pasado en el editorial, ha sido un hecho histórico. Por primera vez, una empresa privada logró exportar energía a la Argentina, proveniente de su parque eólico. Por fin, luego de un año y medio de trámites, gracias a la ley de desregulación de años atrás —contra la cual la izquierda montó un referéndum que fracasó— los inversores uruguayos pudieron concretar el negocio con Cammesa, la entidad que administra el mercado energético mayorista en Argentina. En el primer gobierno de Menem no hay que olvidar que se hicieron bien varias cosas. Un ejemplo es la privatización y desregulación del rubro eléctrico, dividido en tres sectores principales. Generación, transmisión y suministro a los consumidores, siguiendo el ejemplo thatcherista de aquella época. El cual a punto estuvo de ser destruido por los Kirchner, con su política de congelamiento de las tarifas.

Para la firma Ventus, la concreción de esta posibilidad, una venta inicial de 3630 megavatios-hora, es una bienvenida oportunidad de amortización del capital invertido, ya que en el mercado uruguayo, absolutamente dominado por UTE, quien no tiene un acuerdo previo de venta y precio con la empresa estatal, máxime cuando las abundantes lluvias han permitido una gran generación hidroeléctrica que ha deprimido la demanda, es mucho más conveniente vender donde se le pague más por su producción.

El desarrollo de las llamadas energías alternativas, principalmente la eólica, a la que apostó el Uruguay ha sido una buena medida de los gobiernos del Frente Amplio, a pesar de que en los comienzos hubo una sorda resistencia, tanto departe de ciertas capas gerenciales como de la izquierda.

El tener una demanda restringida de electricidad dado el porte de nuestra economía, por la obsolescencia de los equipos de generación térmica a los que se acude cuando merman las lluvias además de un territorio poco poblado con un cuantioso nivel de vientos, hacen propicio para nuestro país el desarrollo de esta energía renovable, como lo es también el agua, la solar y la biomasa.

Sin embargo, a pesar del aparente auge de las nuevas fuentes energéticas, su aporte a la demanda mundial sigue siendo ínfimo y sus posibilidades de crecimiento muy relativas. Así lo plantea, en forma categórica, el vizconde británico, Matt Ridley. Periodista científico que colabora en el Economist entre otras publicaciones. Autor de varios libros de divulgación científica, premiado en varias ocasiones, doctorado en la Universidad de Oxford y miembro de la Cámara de los Lores, adonde fue electo en 2013. Ridley no duda en afirmar que es algo completamente fútil, pensar que la energía eólica pueda hacer un aporte significativo a la oferta de energía mundial y ni siquiera para reducir las emisiones contaminantes.

Fundamenta ambas opiniones con base aritmética. Su postura se sostiene en el informe de la International Energy Agency de 2016 sobre energía renovable. Si se suma la originada con el viento y el sol, la contribución de ambas a la oferta de energía global, representan solo un 1%. El primero suministró el 0.46% y la solar y las mareas combinadas, el 0.35%. Se trata de una referencia respecto de la energía total, no solo la eléctrica que es menos de un quinto. El resto viene de los combustibles sólidos, gaseosos y líquidos que se usan para calefacción transporte e industria.

Cuando se habla de la contribución de la energía renovable, Ridley destaca que el 14% de ella se origina en la biomasa, sobre todo madera y en buena medida leña y bosta, lo que más se utiliza en los países pobres. Y en las naciones ricas, allí donde se subsidia la energía solar y eólica con el dinero de los contribuyentes, también gran parte viene de la madera y del agua. Por otra parte, la demanda mundial de energía viene creciendo un 2% anual desde hace 40 años.

Si los aerogeneradores tuvieran que responder únicamente al crecimiento de la demanda, habría que construir unos 350 000. Esa cantidad de turbinas requerirían un espacio que sería la mitad de las islas británicas, incluyendo Irlanda. Y de continuar en esta espiral por 50 años más, habría que cubrir una superficie igual a Rusia, con parques eólicos. Tampoco cree Ridley que las turbinas tengan mucho campo para volverse más eficientes, teniendo en cuenta el límite Betz, en cuanto a extraer energía de un fluido en movimiento, mientras la construcción de estos aparatos demanda cantidades de acero, de cemento y para crearlos se usa energía fósil y carbón.

Por más tremendista que suene este final, hay datos a tener en cuenta.

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