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Lo que dejaron los que se fueron

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La tarea de Azzini, Díaz y Végh seguirá marcando los rumbos de nuestro futuro económico porque el “pueblo” engañado ante la dulce perspectiva de recibir sin pagar, hoy viene descubriendo que no sólo estuvo pagando, sino que paga todo más caro.

En los últimos meses nos han dejado Ramón Díaz y Alejandro Végh Villegas, dos figuras públicas de gran incidencia en la vida económica del Uruguay. Ambos hicieron un significativo aporte a la modernidad sosteniendo que la apertura de la economía era un paso ineludible a dar por nuestro país.

A ellos se les suma el Cr. Juan Eduardo Azzini como visionario impulsor de la Reforma Cambiaria y Monetaria que determinó la eliminación del sistema de contralor de importaciones y la unificación del tipo de cambio.

Los tres, en diferentes tiempos, dejaron un sello que el viejo batllismo de sustitución de importaciones y los gobiernos frenteamplistas no se animaron a cuestionar. La resistencia al proteccionismo comercial, al monopolio en lo económico y a la piratería en lo tecnológico fue la expresión de un pensamiento coherente que tuvo la valentía de denunciar y combatir el fetichismo estatal a favor de un racionalismo ajustado a la realidad.

Los aportes de estos "tres mosqueteros" de la economía sirvieron para enfrentarse a los empujes del siglo XX definido por Paul Johnson como el siglo colectivista. La firmeza de sus convicciones permitió que sus posiciones promercado y antimonopolistas dejaran de ser herejías antipatrióticas para transformarse en conceptos con capacidad de empinarse sobre las "etiquetas mentales" y al exiguo lapso de un período de gobierno.

La historia y la Academia han sido mezquinas al tratar a estos impulsores del pensamiento liberal, sobre todo porque los dinosaurios socialistas y sus socios utilizaron motes, calumnias y todo tipo de descalificaciones para evitar que los logros que obtuvieron no dejaran al desnudo la derrota de los monopolios públicos y del Estado, ese "ogro filantrópico", al decir de Octavio Paz.

Por otra parte, la contribución de estos "descastados neoliberales partidarios del capitalismo salvaje" (como así se describía a todo liberal) fue tanto más efectiva al comprobarse que actuaron con una enorme tolerancia y humildad política, rara virtud humana, que en nada afectó la solidez de sus decisiones.

Bien podríamos decir por ellos que el monopolio que más combatieron fue el de la compasión, y que al defender la libertad como presupuesto económico lo hicieron pensando que ante las necesidades de los pobres, nada es más peligroso que un gobierno en manos de los "amigos" de los pobres, por la sencilla razón de que cuando gobiernan intentan todo para erradicar la pobreza y se olvidan de que la primera tarea es educar a los pobres para crear riquezas.

Por eso, estas figuras públicas que representaban el racionalismo económico se enfrentaron a la opción de aparecer como mártires antes que ejercer el apostolado desde su honestidad intelectual. Y bajo fuego graneado, asumieron el sacrificio como prioridad sabiendo que el precio que tendrían que pagar por sus revolucionarias reformas siempre sería exponerse a las embestidas demagógicas de los defensores del "pueblo".

La respuesta vino como siempre desde el exterior cuando las ideas colectivistas que ocuparon casi todo el "siglo corto", como lo definió el historiador marxista Hobsbawn, naufragaron por su propio peso de la mano de privilegios corporativos, de la indisciplina fiscal y financiera y de la desastrosa gestión de empresas y monopolios públicos sumergidos en la ineficiencia y en la corrupción.

Pero aun así, seguimos viviendo en un sistema económico semitotalitario en el que las personas son más contribuyentes que ciudadanos, en otras palabras, súbditos de un Estado envuelto en un populismo asistencialista que por clientelismo electoral decidió postergar reformas estructurales de fondo como la del Estado y la Educación.

La tarea de Azzini, Díaz y Végh Villegas seguirá marcando los rumbos de nuestro futuro económico porque el "pueblo" engañado ante la dulce perspectiva de recibir sin pagar, hoy viene descubriendo que no sólo estuvo pagando, sino que paga todo más caro. Es más, ahora sufre y siente que lo que el Estado le saca del bolsillo no tiene relación alguna con la seguridad que debería tener, la educación que lo habría de dignificar y con la calidad de los servicios públicos que debería de gozar por derecho propio.

Esa fue la contribución de estos hombres públicos. Sembrar la necesidad de volver a pensar, de insistir en el desafío del conocimiento y de la libertad, y aunque por causa de los últimos gobiernos no mejore nuestra situación social, al menos nos permita ver la realidad tal como es y no como los discursos oficiales la describen.

No ha sido poca cosa.

EDITORIAL

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