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Cerrados al mundo

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El período de prosperidad —tan desperdiciado— que atravesó nuestro país se debió al notable aumento de las exportaciones. Un reciente informe del Banco Mundial concluye que el "crecimiento sostenido, fuerte e inclusivo" de nuestro país en la última década se debió a que "Uruguay es una economía pequeña y abierta".

Agrega que, siendo una economía de esas características, "el crecimiento de Uruguay se debe, entre otras cosas, al nivel y calidad de su integración en los mercados mundiales". Esa apertura aporta oportunidades y trae consigo riesgos. El estudio observa que la dependencia de exportaciones de productos básicos hace que nuestro país sea "particularmente sensible a las condiciones de la economía mundial". Y agrega: "además de estas típicas perturbaciones externas a las que se enfrentan las economías pequeñas y abiertas, Uruguay está sujeto a una serie de impactos idiosincráticos adicionales, provenientes de sus vecinos, Brasil y en especial Argentina, ambos con economías de mucho mayores dimensiones".

En conclusión, nuestro país necesita exportar para poder llevar a la práctica los términos del contrato social implícito que, por décadas, ha orientado a nuestra sociedad. Sin embargo, esa política (que tan buenos resultados ha dado hasta ahora) apareja dos debilidades: primero, exportamos productos básicos y, segundo, somos demasiado dependientes de nuestros vecinos.

La forma de remediar esas desventajas es exportar productos con mayor valor agregado y depender lo menos posible de nuestros vecinos. La mejor forma de no depender demasiado de ninguna contraparte comercial es abrir la mayor cantidad posible de mercados. Algo que otros países en una condición similar a la nuestra han entendido muy bien.

Así, Chile tiene acuerdos de libre comercio con más de dieciséis países, gobernados por la más variopinta ideología: Australia, Canadá, China, Colombia, Corea, Centro América, EFTA, Estados Unidos, Hong Kong, Malasia, México, Panamá, Perú, Tailandia, Turquía y Vietnam. A ello se suma que Chile suscribió el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP). Este acuerdo incluye a Australia, Brunei, Canadá, Chile, Estados Unidos, Japón, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam. Otro ejemplo es el caso de Nueva Zelanda, que acaba de concluir un acuerdo de libre comercio con China. Este acuerdo asegurará una ventaja fundamental a los exportadores de productos lácteos neozelandeses, en comparación con los uruguayos.

¿Por qué es que Chile o Nueva Zelanda avanzan en el proceso de tejer esa red de acuerdos de comercio y nosotros no? ¿Cuál es el misterio?

Una primera respuesta a esa pregunta podría ser asignarle la responsabilidad a nuestra participación en el Mercosur y a nuestros socios. Pero, sucesivos gobiernos uruguayos han permitido, o incluso han puesto el hombro con entusiasmo (como lo demuestra el escándalo de la admisión de Venezuela al Tratado de Asunción), para convertir un acuerdo económico en una lamentable e intrascendente tribuna política fuerte en tercermundismo trasnochado, pero muy débil en realizaciones concretas.

El problema es que la formulación de nuestra política exterior está dominada, en forma directa o indirecta, por una minoría que sobrepone o confunde sus fantasías ideológicas con el interés nacional. Las negociaciones por el TISA son la demostración más palpable de esa realidad.

El gobierno resolvió —en un gesto inédito y humillante— abandonar las negociaciones para el TISA para no tener problemas con el sector más obtuso y obcecado de su partido, antes de que hubiese un documento final. Es importante distinguir entre resolver, al terminar las negociaciones, no suscribir un tratado; y marginarse de las conversaciones previas. El mundo no se muere de ganas de tenernos como socios. Es necesario saber aprovechar todas las oportunidades de interactuar y crear vínculos con los demás países.

En estas circunstancias son reconfortantes las declaraciones de la nueva ministro de Relaciones Exteriores argentina (Susana Malcorra) quien opinó que "habrá que hablar de las relaciones exteriores como políticas de Estado, desideologizando lo que se hace". La ministro agregó que todas las plataformas que existen —regionales, globales— se van a usar para defender el interés de su país.

Ideas sensatas que también deberían inspirar a la política exterior uruguaya.

Quizás comienzan a soplar nuevos vientos en el Mercosur.

EDITORIAL

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