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¿Se cae la economía China?

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La baja en las cotizaciones de las bolsas de valores de China continental, tanto en Shanghái como en Shenzhen, ha tenido consecuencias en las bolsas occidentales y generó preocupación internacional. ¿Estamos ante el inicio de una crisis económica grave del país que fue en todo este tiempo la locomotora del crecimiento mundial?

En el caso chino siempre conviene relativizar lo que se entiende por crisis. En efecto, desde hace al menos unos 20 años ha crecido a tasas muy altas, en el eje del 10% o 12% anuales. Por tanto, el viraje que en 2013 impulsaron sus autoridades comunistas para ir hacia un tipo y un ritmo de crecimiento económico distintos, no deja de ser, en comparación internacional, un cambio que daría envidia a más de una región en el mundo. Porque el objetivo de Pekín es ahora ir hacia una estabilización en torno al 7% de crecimiento anual con una tendencia al 4% en 15 años más: dos cifras que son, hoy, muy superiores a lo que crece Estados Unidos y Europa por ejemplo.

En el caso de las bolsas chinas también importa recordar que tienen particularidades que las hacen muy distintas a las bolsas occidentales que conocemos. Por un lado, solo el 6% de los chinos invierte allí, a diferencia por ejemplo de la proporción de estadounidenses en Wall Street que llega al 50%. Por tanto, una caída de cotizaciones bursátiles no afecta tanto los bolsillos de las clases medias en China. Por otro lado, el peso del gobierno y de las empresas estatales sigue siendo muy importante para la economía china. Hay intervenciones muy relevantes, como ocurrió en julio pasado, con mucho más protagonismo de Pekín de lo que podríamos ver en cualquier economía occidental. Los pasados 4 y 7 de enero, por ejemplo, las bolsas chinas cerraron automáticamente por decisión tomada por el gobierno. Desde julio pasado, cuando se da una baja de cotización de 5%, así se debe proceder en el país asiático.

Lo cierto es que Pekín está enfrentando las dificultades de cambiar de modelo de crecimiento. De convertirse en este siglo XXI en el principal exportador e importador del mundo y poder así crecer a tasas superiores al 10%, ahora quiere producir sus bienes con mayor valor agregado y privilegiar su mercado interno. Es lo que el presidente Xi Jinping definió en mayo de 2014 como la "nueva normalidad".

En todos estos años creció fuertemente su población urbana, al punto de que se convirtió en mayoritaria. Ese éxodo que implicó centenares de millones de chinos en procesos gigantescos de migración interna ya perdió su fuerza. Los salarios chinos han ido aumentando progresivamente y ya hay sectores que no son tan competitivos frente a una mano de obra industrial más barata radicada, por ejemplo, en países de alto crecimiento del África subsahariana. Todo esto se ha traducido por que el nivel de la actividad manufacturera china ha bajado por décimo mes consecutivo, algo completamente novedoso para el proceso de crecimiento al que nos tenía acostumbrados Pekín en estos años.

Mientras que todo esto ocurre en el escenario interno chino, las consecuencias para la economía mundial son muy relevantes.

En primer lugar, porque al no ser más la locomotora del crecimiento del comercio mundial, hay regiones enteras que ya no venden tanto a China. Las consecuencias están a la vista en nuestro continente sudamericano. Aquí se vivió una ola de bonanza sin precedentes en estos años sobre la base de la venta de nuestras materias primas a la pujante China. Hoy, desde Brasil hasta Chile, todos sufrimos la baja de precios de esos variados productos como consecuencia de la menor demanda china.

En segundo lugar, porque Pekín pretende cumplir un papel de potencia industrial de primer orden que implique incluso redibujar las finanzas mundiales. Así, por ejemplo, este año iniciará su tarea de prestamista el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, que con liderazgo chino pretende paliar el enorme déficit de inversiones en infraestructura de ese continente. Sumará sus esfuerzos a los ya conocidos Banco de Desarrollo Chino y China Exim Bank, que ya posicionan hoy a Pekín como principal socio capitalista de países lejanos de su zona regional de influencia, como Kenia por ejemplo.

Se espera que China haya crecido algo menos de 7% en 2015. Su viraje en su tipo de desarrollo económico es una tarea difícil y de largo plazo. Su apuesta financiera internacional aspira a ocupar mayor protagonismo. ¿Podrá Pekín cumplir todos sus objetivos sin desestabilizarse social y políticamente?

EDITORIAL

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