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¡Basta de chambonadas!

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Los episodios del Estadio mostraron en toda su dimensión la orfandad de ideas que hay en el Ministerio del Interior para enfrentar la violencia. Como si fuera poco, se pretendió vender el rotundo fracaso como un éxito maravilloso. Bonomi y compañía no dan para más.

La presencia de Eduardo Bonomi en el Ministerio del Interior no da para más. Después de lo ocurrido en el Estadio Centenario solo le queda irse. Si el Presidente de la República quiere, puede “agradecerle los servicios prestados”. No creemos que haya muchos más que se los agradezcan. Si de algo estamos seguros es que la inmensa mayoría de los ciudadanos que han sufrido estoicos su gestión, no lo harán.

Bonomi lleva seis años a cargo de esa secretaría de Estado. Ha tenido los mayores incrementos presupuestales de su historia y carta blanca para hacer y deshacer en el organigrama policial. Seis años de cambios de autoridades subalternas, de modificaciones de jurisdicciones, de promesas y vaticinios. Y seis años donde los resultados han sido penosos. Nadie se explica por qué sigue ahí. Nadie encuentra respuestas de cómo ha logrado mantenerse, cómo ha tenido el apoyo de dos presidentes, y cómo mantiene el respaldo de una bancada parlamentaria cuando la escalada de violencia y la inseguridad se han transformado en dramáticas.

Lo del Estadio fue la frutilla de la torta, empezando por la discusión con las autoridades de la AUF sobre si se habilitaba o no la Tribuna Olímpica, si iba a tener o no guardia policial y, sobre todo, si se instalaba un pulmón en el medio para separar a las hinchadas. Lo que quedó claro fue que el problema no era de pulmón sino de cabeza.

Ocurridos los hechos, las declaraciones del ministro -un ministro que tiene además al “enemigo” en casa- fueron asombrosas: el clásico fue suspendido por gravísimos incidentes, pero “el operativo fue un éxito”. Y su director nacional de Policía agregó que “fue exitoso porque no hubo daños a comercios ni a ómnibus; los únicos lastimados fueron policías”. ¿Es preferible un vidrio sano a un policía herido? ¿Acaso los policías no son seres humanos? ¿Son de descarte? ¿Qué habría dicho si el sujeto de la garrafa hubiera tenido puntería? Como señaló con precisión Leonardo Guzmán en su columna del viernes: “además de caer la seguridad a mínimos insoportables, ¿se nos cree con aspiraciones tan bajas que se nos llama a aplaudir como ‘éxito’ un final de bochorno, donde al cabo de negociaciones, marchas y contramarchas, el Estado no supo darle seguridad a un clásico?”.

Por si esto fuera poco, la Policía -ahora- afirma que existe una organización extorsiva y de tráfico de drogas “infiltrada” en la hinchada de Peñarol, con sus cabezas ubicadas en el Comcar. ¿Recién ahora se conoce? ¿No hubo detenciones de hinchas con entradas y droga en su poder? ¿Nunca se pensó -hasta que voló una garrafa- que podía haber conexiones con el mundo del narcotráfico?

No da para más. Las autoridades encargadas de la seguridad (el ministro Bonomi, el subsecretario Jorge Vázquez y ahora también el director de Policía Mario Layera) han perdido toda credibilidad, y cualquier acción que se intente para combatir la violencia, la inseguridad y la fragmentación social, no puede pasar por sus personas. Y el Frente Amplio, que tanto ha defendido y defiende al ministro, va camino a quedar definitivamente abrazado a este fracaso. Un fracaso que empieza con la ausencia total de políticas de contención social: el desastre de la educación, sin ir más lejos, es pura y exclusivamente responsabilidad del Frente Amplio.

Junto a ellos, quien salió pésimamente parado en este lamentable episodio fue el Club Atlético Peñarol y, sobre todo, su presidente, Juan Pedro Damiani. Cuando desde el Ministerio se le acusaba de entregar “entradas de favor” a los barrabravas y se le reclamaba que eso conspiraba con el clima de orden en los partidos de su equipo, negó el hecho una y mil veces. Queda de manifiesto que el Ministerio tenía razón. Uno de los detonantes de lo ocurrido en el clásico fue justamente que para este partido se le negó las “entradas” a los barras que pasaron a buscarlas (unos 400 según las crónicas) por el Palacio Peñarol. Si las autoridades del fútbol no actúan con honestidad y sinceridad, será muy difícil que los problemas puedan superarse.

No sabemos cómo va a seguir. La algarada del Estadio golpeó muy duro en la sociedad uruguaya, y si no se asumen culpas y responsabilidades los hechos se repetirán hasta que algunos muertos más aconsejen que llegó el momento de reflexionar, bajar la pelota, pensar y reorganizar todo porque va a estar todo podrido. Las famosas cámaras de seguridad pueden ayudar, pero no serán solución si los directamente involucrados mantienen sus conductas de hoy.

Eso sí, un paso positivo sería la despedida de Bonomi y compañía. Como diría su mentor José Mujica, ¡basta de chambonadas!

EDITORIAl

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