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La "aritmética masoquista"

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Aristóteles definió la demagogia como la degeneración de la democracia; una forma de adular al pueblo con promesas destinadas a conquistar el poder. Nuestro gobierno y su equipo económico son el mejor ejemplo de ese modelo tan antiguo como vigente.

Esto surge a la luz del "ajuste fiscal" decretado en abierta contradicción con todo lo prometido durante la campaña electoral, que como se sabe fue la respuesta a las calificadoras de riesgo, que ante el deterioro fiscal, amenazan con cambiar el grado inversor del país.

Sin embargo la situación viene de antes, ya que las tarifas de UTE subieron en enero a pesar de la baja en los costos de generación, mientras que el caos provocado por la gestión de Ancap (a la espera hoy de una resolución de la Justicia) impidió que el combustible más caro del mundo se ajustara en función de la caída del precio del petróleo.

A pesar de esa preocupación, debe recordarse que el gasto público aumentó US$ 200 millones en el Presupuesto dando por sentado que las previsiones del gobierno no iban a ser afectadas por el entorno ni por la realidad internacional. Una vez más, la soberbia de Astori lo llevó a pensar que la economía uruguaya se había desacoplado de los implacables ciclos de la economía internacional.

Tan así es, que el propio ministro (principal responsable de la actual situación) reconoció que las proyecciones de crecimiento de la economía en el 2016, 2017 y 2018 fueron inferiores a las que con tanta seguridad había anunciado. Aun así, reincidió en prometer que el crecimiento del año 2019 será del 3%.

Ni siquiera sus "compañeros" frentistas pueden explicarse por qué los que trabajan más y los jubilados que trabajaron más (no los que tienen más), son lo que deben financiar un gasto público que no se refleja en mayor seguridad, mejor educación y una digna prestación de los servicios de salud. El contribuyente es el único que no tiene sindicato, y expresa una sorda resistencia a pagar más impuestos porque no percibe los resultados de su esfuerzo. Y eso porque "una regla fiscal básica" no seguida por los gobiernos últimos, enseña, que en tiempos de "bonanza" debe ahorrarse para poder enfrentar los cambios que los ciclos económicos determinan.

A pesar de la realidad que "rompe los ojos" el presidente volvió a recitar las recetas de Astori sin poder explicar el desmadre actual de la economía, aunque aseguró, una vez más, que el gasto social no sería alterado, ignorando su viejo compromiso de impulsar la reforma del Estado, calificada por él mismo como la "madre de todas las reformas".

La situación actual era previsible, de ahí que, con pequeños matices, todos los especialistas coinciden en que este desprolijo "ajuste" determinará una caída del ingreso de las familias y de las empresas y que tendrá un impacto importante sobre el ahorro, el consumo y el empleo.

Por tanto, el gobierno sabe que las luces amarillas se prendieron desde ángulos técnicamente serios, distantes de conspiraciones mediáticas; que se advirtió al ministro que el déficit fiscal de casi un 4% era insostenible, que la inflación duplicaba el rango prometido en la campaña electoral y que las empresas públicas ganaban porque entre monopolios y negociados laterales limitaron los controles de legalidad que la Constitución le otorga al Tribunal de Cuentas.

En este tortuoso camino fueron procesados el exministro de Economía y el presidente del BROU, inmolados al proteger al expresidente Mujica que al insistir en que "lo político está por encima de lo jurídico" nos dejó un país frágil en lo institucional y en lo económico, expuesto a las dificultades que hoy atraviesa y con su credibilidad comprometida.

Por esa y otras razones, el actual gobierno se transformó en una hidra de dos cabezas, que tiene respuesta para todo y muestra resultados negativos para todos; a tal punto, que al navegar entre visiones incompatibles dentro de sus propias filas, se esconde para no verse enfrentado a un destino similar al de sus "socios populistas" de la región que se sumergieron en la ineficiencia, en la recesión y en la corrupción.

En este contexto, el gobierno no deja de ser un aparato depredador que intenta ser, a veces, hasta simpático. Pero que al final, por imprudencia y autosuficiencia, impulsa una "solidaridad invertida" donde los más pobres terminan financiando a los más ricos.

En conclusión, el ministro y su equipo participan de la "aritmética masoquista". Como decía el profesor indio J. K. Mehta "el desarrollo no proviene de la falta de recursos sino de la falta de carácter"; y si ese distinguido pensador hubiera conocido la forma en que se han conducido los gobiernos del FA hubiera comprobado que ellos son su mejor expresión.

EDITORIAL

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