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Amodio no importa

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Olvidemos que se trata de Amodio Pérez. Dejemos de lado que hablamos de un extupama- ro que no muestra arrepentimiento, que fue líder de un grupo que se levantó contra una democracia para instaurar una dictadura al estilo cubano, que inició una espiral de violencia que nos costó 20 años de oscurantismo, y abrió heridas que aún hoy no logramos cerrar como sociedad.

Más allá de todo eso, la decisión judicial sobre su causa, que se espera para los próximos días, será un mojón trascendental para entender el estado actual del sistema judicial del Uruguay.

Veamos, toda la peripecia vital del señor Amodio Pérez es sin duda material de lujo para historiadores, novelistas, y nostálgicos. Pero que los tribunales penales de un país hundido en los problemas que tiene Uruguay hoy, se encuentren abocados a juzgar esta situación, ya de por sí es una mala señal sobre la salud del sistema de garantías en el país.

Hablamos de un señor que tras 40 años escondido en Europa, regresa a intentar cambiar la historia oficial sobre uno de los períodos más negros del país. Y que en apenas horas se encuentra sometido a una serie de procesos, cada cual más exótico que el otro, y que lo amenazan con terminar su vida en una de las saturadas cárceles nacionales.

La acusación principal es absurda. Se supone que el señor Amodio, que estaba preso, habría identificado ante las autoridades a algunos miembros del grupo subversivo que supo integrar. Según la fiscalía, algunas de estas personas luego habrían sido objeto de abusos físicos en dependencias policiales, por lo cual pretenden que sea condenado por coautoría de delitos de "privación de libertad".

Lo primero que cabe decir es que el país en ese momento se encontraba aún bajo un sistema democrático, mal que le pese a quienes insisten en reescribir la historia a su antojo. En ese marco, un delincuente (como sin dudas era Amodio Pérez) que identifica a otros de su grupo (también delincuentes) frente a la policía, no deja de ser un colaborador de las autoridades, y parece ridículo que hoy eso se quiera convertir en un delito. Pero hay más.

El acusado estaba él mismo privado de libertad, no era dueño de sus acciones ni podía decidir libremente sobre su conducta, por lo cual es aun menos responsable de los efectos de la misma. Otro detalle es que aun sabiendo el acusado que el destino de esas personas que hipotéticamente identificó (las pruebas son más que endebles) fuera ser objeto de abusos, los mismos son responsabilidad de quienes los cometieron, no del preso que colabora a identificarlos.

Como si todo esto fuera poco, ese accionar del acusado está claramente prescrito ya que han pasado 40 años de los hechos, si es que no se encuentra amparado por algunas de las dos amnistías que el pueblo uruguayo, con una grandeza bastante por encima de la de muchos de sus dirigentes, supo impulsar y ratificar en las urnas. Varias veces.

Y para rematar el asunto hay una cuestión práctica. ¿Cuál es el objetivo de un sistema penal? ¿Infligir un castigo o recuperar para la sociedad a quien comete una violación a una regla de convivencia? Que un señor de 80 años, que ha vivido 40 de los mismos integrado a una sociedad como la española, pueda terminar sus días en un Comcar donde no hay ya lugar para asesinos y rapiñeros, por una acusación rocambolesca como esa, no parece que vaya a lograr ese fin.

Y acá corresponde entrar en el campo político. El señor Amodio Pérez es un traidor, vaya si lo es. Pero es un traidor al sistema democrático uruguayo contra el que se alzó hace medio siglo junto a otros traidores como Zabalza, Fernández Huidobro, José Mujica, Rosencof, Sendic y toda esa gente. Una traición que el pueblo uruguayo, en su proverbial generosidad, ha sabido perdonar al punto que varias de estas figuras han ocupado y ocupan puestos de jerarquía política.

Igual de traidores que los militares que usando la acción de estos guerrilleros fracasados como excusa, nos impusieron una década de dictadura. Y que también fueron perdonados por el pueblo, aunque luego ciertos operadores que se creen más importantes que las urnas, lograran que algunos de estos viejos terminaran sus días en la cárcel.

Como se ve, es claro que no hay delitos, que si los hay prescribieron o fueron perdonados, que el país tiene otras urgencias, y que lo verdaderamente delictual es que la sociedad se vea nuevamente enfrascada en estas discusiones por el afán de revancha de algunos y de protagonismo de otros. La decisión que tome la Justicia en estos días, dirá mucho sobre el tipo de sociedad en el que estamos viviendo.

Editorial

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