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La doble moral

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La familia “Telerín” en la televisión era el límite para irse a la cama cuando éramos gurises. Después de allí el destino era el dormitorio. El presidente Vázquez es como la familia “Telerín” de los uruguayos. Está empeñado en un manual de conductas que desde el poder nos dice cómo hay que hacer las cosas, cuándo, dónde.

La familia “Telerín” en la televisión era el límite para irse a la cama cuando éramos gurises. Después de allí el destino era el dormitorio. El presidente Vázquez es como la familia “Telerín” de los uruguayos. Está empeñado en un manual de conductas que desde el poder nos dice cómo hay que hacer las cosas, cuándo, dónde.

Un tema es que el Estado tome medidas y ponga límites de forma que algunas prácticas no sean un peligro para los demás, como fue un su momento la tolerancia cero al alcohol para los conductores, que votamos. Otra es que además nos diga que si alguien quiere comprar una cerveza lo deba hacer antes de las 10 de la noche o después de las tantas de la mañana. La misma cerveza que recibe un subsidio estatal (¿llamativo, no?).

Si alguien quiere comprar una bebida alcohólica para comerse unas pizzas tiene horario, eso sí, si además va a fumarse un porro no tiene problema porque puede ir a la farmacia de turno las 24 hs. que lo compra. Esto no es llamativo, es de antología. Lo mismo con el cigarro, que a impulsos del propio presidente que ha llevado una campaña personal aquí y en el mundo que lo ha concentrado, ahora está impulsando que el que quiera fumar debe hacerlo a dos cuadras de los centros educativos u hospitalarios, en una medida destinada al fracaso, o alguien se imagina a inspectores o policías midiendo la distancia entre un cigarro y la puerta indicada, para ver si lo multa o lo lleva a un juzgado. ¿Con todos los problemas que hay que resolver, el país va a destinar tiempo y personas a perseguir fumadores mientras los hospitales y liceos andan con vidrios rotos, sin docentes, con baños hechos pedazos, o pacientes esperando meses para un especialista? Es ridículo.

Parece más lógico que el presidente fuera más estricto con los problemas reales que dependen de él y su gobierno y dejara de intentar ordenar y limitar la libertad de las personas. Porque parte, además, de un mal precepto que es la mala fe de la gente, de la patología y no de la normalidad. Cuando el Estado se empieza a meter en la vida de los ciudadanos, rompiendo los límites de la vida particular, se sabe cómo se empieza pero no hasta dónde llega.

Acá por un lado o por otro se perforaron derechos a la vida privada, partiendo de la base que la persona siempre es sospechosa de andar en malos pasos y que el gobierno tiene que investigarnos para que no lo embromemos. Sabe todo: cuánto ganamos, en qué almacén compramos, qué gastamos, el número de championes de sus hijos, dónde carga nafta, qué estudian en su casa, si va a la playa en verano, todo. Y además espía sus conversaciones con El Guardián, y le puede leer sus correos, y si entró al cine a qué cine, y qué función vio y si le gusta Netflix, qué serie está siguiendo. Todo.

El presidente preocupado por ponerle hora a la cerveza y ordenarnos la vida para evitarnos males de los que no sabemos defendernos, en cruzada moralizadora, no tiene tanta dedicación para evitar otros que sí le deberían preocupar, como los desaguisados de su vicepresidente.

El país vive el escándalo político más importante desde que recuperamos la libertad, el desprestigio de las instituciones es grande, la sociedad está harta de la mala gestión y la corrupción como en Ancap, y Vázquez le pide, con otra moral distinta, al Frente Amplio, que proteja a Sendic. Con él sí debería hacer como “Telerín”, y mandarlo a la cama.

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Javier García

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