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La dignidad maltrecha

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El pasado julio 6, El Observador publicó una entrevista que le hizo Montevideo Portal a Jhon Jairo Velásquez Popeye, jefe de sicarios de Pablo Escobar, líder del Cártel de Medellín, notoria banda de narcotraficantes colombiana.

El pasado julio 6, El Observador publicó una entrevista que le hizo Montevideo Portal a Jhon Jairo Velásquez Popeye, jefe de sicarios de Pablo Escobar, líder del Cártel de Medellín, notoria banda de narcotraficantes colombiana.

Reproduce la citada fuente, palabras de Popeye: “tú país (obviamente referido a Uruguay) está totalmente en peligro si el gobierno no interviene las comunas, los barrios pobres” y agregó “hay que intervenirlos con dinero”. Abunda Popeye en que la educación, el deporte, las oportunidades y “el primer trabajo” para los jóvenes pueden hacer la diferencia para que no se involucren en bandas de narcotraficantes. Refiere a que la mafia abraza, da amor, logra dar sentido de pertenencia, para captar incautos jóvenes. “Las bandas de delincuentes no deben sustituir a las familias cuando están ausentes” y remata Popeye: “es delicadísimo que el gobierno uruguayo no intervenga los asentamientos”. Contundente.

Estamos jugando con fuego y las cenizas serán testigo de la más absoluta negligencia y desidia respecto al único objetivo que tiene que comenzar a paliar la fragmentación social: la educación.

La educación es el camino más efectivo para el crecimiento. Seguramente la misma no produce mejores individuos en forma automática, pero lo hace con mucho más frecuencia que la estupidez y el egoísmo que surgen de la falta de conocimiento y el empobrecimiento del intelecto. “Solo los educados son libres”, dijo un griego en sabia expresión.

Además y con soberbia que lacera el alma, el gobierno se da el lujo de expulsar a Juan Pedro Mir (director nacional de educación) y Fernando Filgueira, que renuncia en solidaridad con el anterior. Y todo ello con la sorna inconsciente de la Ministra de Educación y Cultura.

A esta altura cabe preguntarse: ¿cuántas escuelas y liceos que permanecen abiertos, están simbólicamente cerrados? Una escuela en la que no se aprende es sencillamente una estafa.

Es reveladora la impotencia de la conducción política para enfrentar el más complejo de los desafíos que tiene el Estado: recuperar para nuestro país la ejemplaridad educativa.

No quiero asimilar al Dr. Vázquez ni con Cristina, ni con Correa, ni con Evo, ni con Maduro, pero los populismos de los citados optan siempre por las modalidades anémicas y ficticias de educación. Los apremia la necesidad incesante de retener como sea el poder. Necesitan electorados dependientes, hipotecados con ese poder, sin aptitud crítica y fortaleza cultural. Los necesitan sumidos en la dependencia y la exaltación de liderazgos personalistas, lejos de toda conciencia realmente democrática.

Las escuelas y liceos parecen centros de reclutamiento infantil y adolescente donde no están presentes los recursos humanos que es necesario brindar para que puedan enfrentar los desafíos de la madurez. Se les roba la dignidad, sucumbe la esperanza.

Los números nuestros son recurrentes: 60% de los adolescentes no termina secundaria; quedó confirmado que somos después de Nicaragua, Honduras y Guatemala, el país con menor tasa de egreso de América Latina y el Caribe y hay más cifras dantescas que afirman el panorama desolador. Pero estos números son reveladores de cómo se hipoteca infamemente el futuro de miles y miles de niños y adolescentes.

Quiero creer en la manifiesta preocupación y ocupación del Presidente de la República en el tema de marras. Hay una ley de educación que debería modificarse. No más guiños con los sindicatos Presidente, que no exime que exista diálogo. Estamos dentro de un infame círculo vicioso, donde la retórica gana la batalla y los niños y adolescentes más pobres, se aferran al semáforo de turno, se drogan, roban y vuelven a drogarse.

Los liceos ubicados en zonas marginales, de gestión privada y gratuitos, tienen guarismos donde todos ellos revelan eficiencia, contracción al estudio y entorno virtuoso con compromiso familiar. Y todavía se dan el lujo de denostarlos.

De la misma forma que se llamó a varios cónclaves para la seguridad, debe hacerse con la educación, convocando a los mejores de todos los partidos. Sin preconceptos caducos, ni ideologías anquilosadas, sin menoscabo de nadie. El fin es superior e impostergable.

No creo en la necedad del Presidente como para no accionar. El refrán reza: “corrige a un sabio y lo harás más sabio; corrige a un necio y lo harás tu enemigo”. ¿Sabiduría o necedad?

No podemos seguir escondiendo la ignorancia que se siembra. Las consecuencias de lo que viene sucediendo está haciendo del país un desierto cívico y moral. Es perentorio aprender del fracaso, en lugar de encubrirlo. Recuperemos la dignidad.

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Anibal Durán

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