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Dignificar la probidad

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Lamentablemente las noticias son desalentadoras en cuanto a los casos de corrupción desde el poder. El editorial de EL PAIS del pasado martes revela que Bolivia, Venezuela y Ecuador califican muy mal en dicha materia, de acuerdo a Transparencia Internacional, acreditada institución en este metier.

Lamentablemente las noticias son desalentadoras en cuanto a los casos de corrupción desde el poder. El editorial de EL PAIS del pasado martes revela que Bolivia, Venezuela y Ecuador califican muy mal en dicha materia, de acuerdo a Transparencia Internacional, acreditada institución en este metier.

Y falta Brasil con todo el desatino de Petrobras y Argentina donde la confianza no es un atributo que caracterice. Uruguay y Chile califican correctamente, pese a las desventuras que vive la presidente Michelle Bachelet por los negociados de su hijo y nuera.

Nos referimos a funcionarios corruptos apropiándose de fondos que van a parar a sus cuentas privadas o de regalías que luego negocian impunemente. Pero las consecuencias van más allá de los perjuicios y beneficios individuales y circunstanciales. Afectan a la vida del conjunto, hacen que todos vivamos avergonzadamente.

Más allá de lo que algunos puedan acumular en términos materiales, las consecuencias impulsan a convivir en un clima de desconfianza, sospecha, entran a la cancha el escepticismo y la desesperanza, se cultiva el egoísmo. Por eso el daño es mucho más importante que el agujero económico que se produce. Y allí la gente comienza a sacar conclusiones donde se generaliza: “Son todos iguales”, “todos roban” y categóricas definiciones al barrer que estamos cansados de leer y escuchar.

En sociedades como las nombradas (pero nadie está a salvo), donde predominan este tipo de conductas, existen sin embargo quienes persisten y defienden una conducta moral. Son un faro esperanzador a pesar de todos los nubarrones éticos que la circundan. Pese a muchas desventuras, se mantienen en sus convicciones y son ellos, esos héroes morales, los que a la larga explican con esas actitudes la supervivencia de ciertas comunidades, que desde el promedio de su moral, hacen lo posible por suicidarse.

Dicho heroísmo no es un don sobrenatural. Se trata de una elección ante preguntas de la vida. Vivir con valores, no es una experiencia inalcanzable.

Cuando se liga delincuencia con pobreza, se insulta a los pobres, haciendo un ejercicio simplista. Siguiendo esa línea de pensamiento, los ricos deberían ser virtuosos. Sin embargo, la delincuencia y la violencia son practicadas tanto por ricos como por pobres, por cultos como por incultos, por doctores y por no doctores. Hay pobres virtuosos y ricos inmorales (la diferencia es que estos pueden munirse de recursos para su defensa y sustentar su hipocresía). Y hay ricos virtuosos y pobres inmorales (la inmoralidad de estos casi no tiene escapatoria.) Y hay héroes ricos y héroes pobres.

Tanto en la pobreza, como en la riqueza, en la cultura como en la incultura, en el poder como afuera de él, los dilemas morales son cosas cotidianas. Y ante ellos se elige. Y luego hay que dar respuesta a las consecuencias del accionar.

Aunque las denuncias sobre hechos y actos de corrupción suelen hacer hincapié en números y cifras, esto son los síntomas de un fenómeno cuyas raíces resultan mucho más profundas. La corrupción es un fenómeno moral antes que económico. Los presidentes de un país que se enriquecen inexplicablemente durante sus mandatos están haciendo algo mucho peor que sacar beneficios de un cargo. Lo mismo ocurre con funcionarios menores que se quedan con parte de la tajada de fondos destinados a obras o servicios públicos, o jueces que manipulan leyes a favor de delincuentes, asesinos y victimarios a cambio de dinero o prestaciones o el funcionario policial que levanta la barrera de la ley para que pase el que la viola luego de aportar su “peaje”. Esa corrupción de mandatarios y funcionarios es criminal. Todo ese dinero que no está donde debería estar y se encuentra en bolsillos indebidos, toda esa transgresión impune de leyes y deberes es más que el deleznable hecho. Son muertes. Muertes en hospitales que no reciben los medios económicos para el equipamiento para cumplir su función; muertes en carreteras obsoletas, perimidas, rutas asesinas que no reciben mantenimiento (también hay déficit de gestión, por supuesto), ni mejoramiento, porque no hay presupuesto para llevarlas a cabo. Son muertes porque asesinos y ladrones anestesian con dinero a policías y jueces que dejan a la ciudadanía librada a su suerte en medio de un vendaval de violencia e inseguridad.

Por suerte ni por asomo pienso en nuestro país cuando escribo estas líneas; pero estos hechos suceden bien cerquita.

Tenemos que transformar nuestra cabeza en tantísimos aspectos, pero no descuidemos este tema, medular para un país que pretende transitar hacia el desarrollo.

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Anibal Durán

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