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Desigualdad y calidad

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La desigualdad económica es perjudicial para los países. Desigualdades importantes son éticamente objetables y conspiran contra la armonía social y la vida comunitaria.

La desigualdad económica es perjudicial para los países. Desigualdades importantes son éticamente objetables y conspiran contra la armonía social y la vida comunitaria.

Desde el punto de vista económico conspiran contra el crecimiento y la movilidad social. América Latina es la región del mundo con mayor desigualdad económica pero en los últimos años se redujo en la mayor parte de los países y en especial en nuestro país.

Esta reducción de la desigualdad en nuestro país y en la región es un cambio positivo. Sin embargo debemos evaluar cómo se produjo esa reducción para establecer si es un fenómeno sostenible e integrado a un proceso de crecimiento. Lamentablemente la evidencia sugiere que la desigualdad se redujo con instrumentos inadecuados y que no es parte de un proceso integral de crecimiento.

Los instrumentos más utilizados para reducir las desigualdades económicas han sido los aumentos impositivos a los más ricos, las transferencias financieras en dinero o en especies a los más pobres y la expansión de empleos o contratos públicos. Estos instrumentos aumentaron los ingresos de los sectores económicamente más desfavorecidos pero es difícil que este aumento sea sostenible. Primero porque se produjo en un momento de exportaciones y recaudación fiscal excepcionales. Segundo porque estos instrumentos se dirigen a los síntomas de la desigualdad económica pero no a sus causas. Los síntomas son la escasez de ingreso o el trabajo poco calificado o precario. Las causas principales son la desigualdad en el acceso a las oportunidades educativas y la insuficiencia de capacidades cognitivas. Las transferencias de recursos o la inamovilidad laboral mejoran u ocultan esos síntomas, pero la capacidad para generar ingresos en la sociedad del conocimiento depende de la calidad de la formación del ciudadano. Es decir que dependen de la calidad del sistema educativo y en este terreno en nuestro país así como en muchos otros de América Latina las mejoras han sido insuficientes.

Un sistema educativo deficiente crea desigualdades en el acceso a la educación de calidad que producen posteriormente las desigualdades económicas. No podemos resolver este problema imponiendo impuestos cada vez más altos a los que acceden a la educación de calidad y que gracias a sus conocimientos se desarrollan exitosamente. Es una solución injusta para los que en lugar de capitalizarse cognitivamente deberán depender de transferencias de otros e ineficiente para la sociedad ya que el desarrollo del país depende de que la mayor cantidad de ciudadanos posible adquiera los conocimientos necesarios para una producción más sofisticada. La única solución ética y económicamente viable es mejorar la calidad del sistema educativo en su conjunto. Nuestro objetivo no debe ser redistribuir ingresos sino igualar oportunidades.

La calidad de la educación ya no se puede medir solo en base a la cantidad de años cursados. En una economía globalizada y tecnificada como la que vivimos y en la que debemos competir el conocimiento es el insumo más valioso. Por lo tanto es necesario medir no solo la cantidad sino la calidad de la educación recibida así como las aptitudes como la innovación, la iniciativa y el dominio de lenguas extranjeras, en especial el inglés. Esto señala la futilidad de algunas discusiones como por ejemplo si la cantidad de días de clase al año debe ser 180 o 200 o si la repetición es conveniente o no. La mera acumulación de días de clase o de pasajes formales de año no garantizan la formación de calidad que necesita el ciudadano del siglo XXI.

Los años de demora en mejorar nuestro sistema educativo están produciendo generaciones de personas que serán cada vez más dependientes y creando una nueva forma de pobreza, la “pobreza cognitiva”, constituida por ciudadanos que circunstancialmente podrán tener ingresos mínimos pero con escasas oportunidades de movilidad económica y social. Esta es una situación que se agravará en el futuro ya que el conocimiento como forma de riqueza se está transformando en un bien “heredable”. Según las estadísticas internacionales las personas de mayor nivel educativo cada vez más eligen parejas de su mismo nivel educativo o superior. Estas familias tienen los medios para apoyar desde el principio la educación de sus hijos con actividades extracurriculares a lo largo de la infancia y la adolescencia. Los niños nacen con capacidades muy similares pero según las investigaciones más recientes, pocos años después aquellos con mayor apoyo y estimulación cultural ya tienen un desarrollo superior y esa brecha se agranda a lo largo de la infancia y la adolescencia a menos que el sistema educativo pueda compensar esas diferencias. El fracaso de nuestro sistema en compensar estas diferencias no solamente perpetúa la desigualdad en el largo plazo sino que priva a la sociedad de mucho talento que se desperdicia por no ser estimulado y cultivado.

Estos mecanismos de reproducción de diferencias sociales advierten de tendencias cada vez más profundas y más rápidas de desigualdad de oportunidades que no podrán ser resueltas con impuestos, leyes ni decretos. El capital cognitivo no es hereditario como los títulos nobiliarios o la tierra, pero si no reformulamos nuestro sistema educativo muchos ciudadanos en el futuro estarán excluidos de los beneficios de la sociedad del conocimiento.

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Jorge Grünberg

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