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El desafío islamista

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Mientras la coalición dirigida por los Estados Unidos sigue bombardeando desde el aire el Norte de Irak y de Siria, el Estado Islámico, impávido, continúa implementando su prometido Califato. Esta nueva dimensión del conflicto en el Oriente, con nuevos actores implicados, plantea una situación latente desde comienzos del siglo XX cuando el imperio otomano agudizó su debilidad y los árabes avizorando la posibilidad de independizarse primero y enfrentarse a Occidente más tarde, iniciaron su levantamiento. Un conflicto que parece acercarse a una guerra de religiones en la medida que ya implica, directa o indirectamente, a una parte considerable del Islam. Por lo menos en lo que a éste se refiere.

Mientras la coalición dirigida por los Estados Unidos sigue bombardeando desde el aire el Norte de Irak y de Siria, el Estado Islámico, impávido, continúa implementando su prometido Califato. Esta nueva dimensión del conflicto en el Oriente, con nuevos actores implicados, plantea una situación latente desde comienzos del siglo XX cuando el imperio otomano agudizó su debilidad y los árabes avizorando la posibilidad de independizarse primero y enfrentarse a Occidente más tarde, iniciaron su levantamiento. Un conflicto que parece acercarse a una guerra de religiones en la medida que ya implica, directa o indirectamente, a una parte considerable del Islam. Por lo menos en lo que a éste se refiere.

¿No obstante será realmente cierto qué, reeditando lo sucedido en los siglos XI y XII cuando Occidente agredió al mundo árabe, estemos asistiendo a los prolegómenos de una guerra de credos? Contestar debidamente este interrogante no es un problema moral solucionable con citas pacifistas. ¿Qué duda cabe que la guerra, bajo cualquier manifestación constituye una muestra de brutalidad humana, que debe evitarse?

Sin embargo no cabe reiterar situaciones como las posteriores a la primera guerra que facilitaron la segunda, ni procurar soslayar la gravedad de un conflicto que tiene carácter geopolítico y donde se mezclan factores político-religiosos cuyas características nublan la razón, un bien hoy bastante escaso en materia internacional.

Si no cabe duda que el Islam es una religión como cualquier otra, tan belicosa o tan plácida como se la quiera interpretar y por ende tan múltiple como sus lecturas y contextos —alcanza con advertir la contradicción flagrante de sus múltiples escuelas para advertirlo—, es claro que se trata de un cuerpo antiguo, nacido en un medio hostil y bárbaro, con pocas oportunidades de adaptarse o transformarse a través de su historia.

Aunque quizás lo más relevante de su desarrollo sea que el Islam político no logró separarse de los imperativos religiosos que Dios mediante, impregnaron sus formas institucionales, su clima ideológico y su sistema jurídico. En el Islam fue siempre el propio Dios, a través de sus propias palabras recogidas en el Corán el que determinó el orden divino tanto en la vida privada del creyente como en la vida pública en la comunidad. Una laicidad que mucho le costó al cristianismo, quedando en entredicho durante varios siglos hasta el triunfo definitivo del Estado.

Pero que a su vez permitió alcanzar una modernidad que el Islam, salvo en Turquía, no logró jamás.

Pese a que esta teocracia fue desafiada en múltiples ocasiones, pocas veces se logró derrotarla. Menos todavía, vaya paradoja, se lo consiguió en el presente, donde los países musulmanes o bien constituyen directamente dictaduras militares o regímenes de muy poca consistencia institucional, a menudo sostenidos por la propia ley musulmana como justificación de su permanencia.

Si a ello le sumamos que entrado el siglo XX el Islam asistió al surgimiento de una ideología islamista radical en detrimento de su espiritualidad y pacifismo, como fue el caso de los Hermanos Musulmanes en 1928, que achacó el atraso árabe al imperialismo y a la soberbia de los occidentales, completamos el cuadro.

La yihad o guerra santa contra el infiel, se convirtió para muchos en el sexto de los pilares hacia la sabiduría y la plenitud para la realización del musulmán. En una absorción doctrinaria que practicó Al Qaeda y Hamas.
Pero procuremos ser más justos. No estamos sosteniendo que el Islam es una religión guerrera. Sí que nació en condiciones difíciles, dentro de una comunidad belicosa y atrasada que por muy disímiles circunstancias históricas, algunas achacables al propio Occidente, no logró evolucionar hacia formas de mayor contenido humanista.

Así surgió el islamismo, una ideología religiosa que asumió lo más dogmático del mensaje religioso y lo transformó en un grito de guerra. Un llamado —que nada supo del liberalismo y la tolerancia— y que prendió a las mil maravillas en una comunidad que en el siglo pasado apenas superaba el feudalismo tribal.

Todavía hoy Occidente está en condiciones de derrotar al Estado Islámico, para ello necesita decisión y grandeza. Deberá hacerlo si quiere evitar males mayores y ayudar al propio pueblo árabe que merece vivir en condiciones distintas al sojuzgamiento y la barbarie.

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Hebert Gatto

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