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Democracia

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Nuestra izquierda siempre se creyó más democrática que los “otros”, (también más honesta, más intelectual… pero otro día hablamos de eso).
A los otros los ve como más autoritarios, menos dialogantes y al ser neoliberales, claro, someten todo a la tiranía del mercado.
¿Qué puede ser menos democrático que eso?

Nuestra izquierda siempre se creyó más democrática que los “otros”, (también más honesta, más intelectual… pero otro día hablamos de eso).
A los otros los ve como más autoritarios, menos dialogantes y al ser neoliberales, claro, someten todo a la tiranía del mercado.
¿Qué puede ser menos democrático que eso?

La izquierda vernácula, en cambio, es más popu, no deja las cosas al azar, sabe dónde está el progreso y lo asegura (impone) usando el peso del Estado.

Sin embargo, una mirada objetiva al funcionamiento contemporáneo de nuestra democracia arroja otro panorama. Sí hay respeto por la mayoría, que es un principio básico de la Democracia. Ese lo cumplen a machamartillo.

El problema es que no cumplen ninguno de los otros principios. La Democracia no es mero gobierno de mayorías. Las tuvo Hitler, también Castro, Ghadafi y Chávez. La Democracia fue creada para proteger derechos, independiente de si fueran mayoritarios o minoritarios. No para hacer que todos hagan lo que yo sé que está bien. La Democracia se basa en la igualdad. Pero no aquella que concibe y que impone nuestra izquierda. Igualdad ante la ley, basada en la esencia igual de todos los seres humanos y en el valor superior ínsito a cada persona.

De ahí surge la otra igualdad, la de trato. Aquello que Wilson repetía tanto a partir de una historia contada por Don Juan Pivel Devoto: aquí “naides es más que naides”. Igualdad de aprecio y de trato. Pero no rasero, no envidia; no igualar de prepo (y hacia abajo).

Al final de los finales, la base de la Democracia es el Hombre. No la clase, ni el correligionario: el Hombre. Tal cual es. No tal cual le parezca a quien tenga el poder, que debe ser. Eso significa, del lado del gobierno, que la mayoría es requisito necesario, pero no suficiente y, mucho menos, absoluto. Significa también que para ejercer la democracia de ambos lados, pero sobre todo del lado del poder, se requiere virtud.

No funciona la Democracia sin ciudadanos virtuosos. Desde Aristóteles se nos viene repitiendo, pero tal parece que a oídos progresistamente sordos. La historia, magister vitae, también nos muestra que siendo débil la naturaleza humana, no basta con esgrimir principios y aplicar la regla de la mayoría. Pero eso es que no existen democracias a secas.

Las que sí lo son, se llaman democracias constitucionales. Porque han aceptado enmarcar su funcionamiento – la regla mayoritaria – dentro de principios y normas fundamentales. Así acotan aquello que Artigas llamaba la veleidad de los hombres.

Y eso ha funcionado, también nos lo muestra la historia, por un elemento adicional que muy pocos reconocen: que las constituciones de las democracias sólidas y duraderas fueron todas estructuradas sobre la base del reconocimiento a la existencia de una determinada realidad. A lo que llamó, desde los estoicos, el Derecho Natural.

Hasta nuestra Constitución actual, inflada y deformada por nosotros a lo largo de los años, conserva trazos básicos de su concepción jusnaturalista.

Que son, precisamente, como ha sido demostrado con alarmante frecuencia, los que aún dan cierta protección frente al funcionamiento antidemocrático de nuestra izquierda. Bueno, quizás, no de toda. Veamos cómo se desarrollan las cosas luego del despertar, tardío pero firme, de nuestra Suprema Corte de Justicia en defensa del Estado de Derecho.

Mientras tanto, los Partidos Fundacionales podrían rememorar, con fruto, que fueron escuela de Democracia. De la mejor que conoció el continente durante muchas décadas. Olvidar eso equivale a perder su sentido.

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Ignacio De Posadas

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