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Decidir sin deliberar

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El gobierno concluyó (correctamente) que hay que dar rango universitario a la formación docente, y de inmediato se dedicó a impulsar la creación de una Universidad de la Educación. Pero lo hizo sin plantearse ninguna de las preguntas previas que hubieran sido pertinentes. ¿Estamos seguros de que ese modelo es el mejor que podemos elegir? ¿Qué otros existen en el mundo? ¿Por qué ocurre que no hay universidades pedagógicas en los países que están logrando mejores resultados educativos? ¿Cómo les ha ido, en comparación con los demás, a los países que eligieron tener universidades pedagógicas?

El gobierno concluyó (correctamente) que hay que dar rango universitario a la formación docente, y de inmediato se dedicó a impulsar la creación de una Universidad de la Educación. Pero lo hizo sin plantearse ninguna de las preguntas previas que hubieran sido pertinentes. ¿Estamos seguros de que ese modelo es el mejor que podemos elegir? ¿Qué otros existen en el mundo? ¿Por qué ocurre que no hay universidades pedagógicas en los países que están logrando mejores resultados educativos? ¿Cómo les ha ido, en comparación con los demás, a los países que eligieron tener universidades pedagógicas?

Ninguna de estas preguntas estuvo sobre la mesa. Simplemente, el gobierno actuó como si la única manera de dar rango universitario a la formación docente fuera crear una Universidad de la Educación.

Las autoridades también decidieron que la Universidad de la Educación a crear tenía que ser cogobernada, y tampoco se hicieron preguntas al respecto. No se preguntaron por qué ninguna de las mejores universidades del mundo (cualquiera sea el ranking que se considere) tiene cogobierno en el sentido en que nosotros lo conocemos. No se preguntaron por qué el modelo de cogobierno que nosotros practicamos está en retroceso en América Latina. No se interesaron en conocer los modelos de gobierno universitario que están dando mejores resultados en el siglo XXI.

Ni siquiera se plantearon evaluar la experiencia del cogobierno en nuestro país, que existe desde 1958 (con la notoria interrupción de los años de dictadura) pero nunca rindió cuentas ante la sociedad. ¿Qué cantidad de decisiones trascendentes por año ha podido tomar la Universidad de la República cogobernada en, digamos, las últimas tres décadas? ¿Cuál es el costo del funcionamiento de los órganos del cogobierno, tanto en términos económicos como en términos de horas dedicadas a la tarea? ¿Cuál es hoy la imagen del cogobierno entre los universitarios?

El gobierno actuó como si el único camino para dar carácter universitario a la formación docente fuera crear una Universidad de la Educación y como si la única manera de crear una universidad pública fuera crear una universidad cogobernada al estilo de la reforma de Córdoba de 1918. En ambos casos actuó como si se tratara de dogmas. Esta actitud es preocupante porque el mundo parece estar en otra cosa: no solo no se trata de dogmas, sino de dos opciones que tienen pocos defensores a escala internacional.

Pero hay todavía algo más grave, porque es de alcance general. La tendencia a decidir sin previa deliberación (es decir, sin considerar un abanico de posibles opciones y sopesar las ventajas e inconvenientes de cada una de ellas) es una manera anticuada y provinciana de gestionar las políticas públicas. Quien decide de este modo queda preso de sus propias ignorancias y pierde la oportunidad de aprender de la experiencia propia y ajena.

Una concepción actual de la gestión pública admite que todo lo que puede hacerse, puede hacerse de varias maneras. Todo puede ser sometido a evaluación, y el modo en que se actuó antes no es necesariamente el que conviene elegir ahora. En el mundo de hoy no se decide en función de dogmas, sino evaluando los resultados de lo que se hizo antes y considerando los frutos que podemos esperar de nuevas opciones.

Sea por ignorancia o por rigidez ideológica, nada de eso está ocurriendo en este caso.

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Pablo Da Silveira

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