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Cultura en demolición

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Cuando era chico, pasear por la rambla con mi madre, en un auto viejo que teníamos, era un acontecimiento excepcional. Entre la uniformidad de los edificios de Punta Carretas, siempre me llamaba la atención uno en particular.

Cuando era chico, pasear por la rambla con mi madre, en un auto viejo que teníamos, era un acontecimiento excepcional. Entre la uniformidad de los edificios de Punta Carretas, siempre me llamaba la atención uno en particular.

Era un castillo del que sobresalía la proa de un barco, coronada por la Victoria de Samotracia. Cuando crecí, aprendí que esa construcción insólita era el sueño de un alquimista, el arquitecto e ingeniero Humberto Pittamiglio. Una pieza de creatividad pura, original y desafiante, que la torpe piqueta fatal no había podido derribar.

Profundizando sobre la vida del singular personaje, supe que quedaban pocas construcciones diseñadas por él: este castillo, otro en el Balneario Las Flores, el edificio San Felipe y Santiago, de Guayabo y Frugoni, el ex colegio Erwy sobre calle Ponce, una torre en Villa Colón y un castillito diseñado a pura imaginación, en 21 de Setiembre y Williman, donde hasta el próximo fin de semana funcionará la confitería Cante Grill. Anteayer se informó que esta propiedad había sido vendida y que sería demolida para construir un edificio de apartamentos. Ayer, tanto la IM como el Municipio CH advirtieron que, afortunadamente, aún no ha entrado un pedido de construcción ni se ha expedido permiso de demolición. Son buenas razones para trancar fuerte con este tema desde ahora, así a nadie se le ocurre pedirlos y menos aprobarlos (más sabiendo que la falta de permisos se ha obviado, en el pasado, demoliendo de facto y pagando multas irrisorias).

Es muy preocupante que la academia, cuando se informó de este riesgo, no haya puesto el grito en el cielo por otro eventual atentado contra el patrimonio cultural. Uno de sus conspicuos representantes se limitó a declarar que el castillito carecía de valor arquitectónico.

Con el mismo desprecio intelectual, debidamente aprovechado por ciertos agentes inmobiliarios, dejamos caer el local de Assimakos, de Jorge Caprario, en Avenida Italia y Mataojo.

La voz del artista plástico Alfredo Ghierra es casi la única que se alza sistemáticamente contra esta dejadez mediocre, ordinaria y suicida, que entrega los mejores bienes culturales del país al polvo y al olvido, en beneficio de minúsculos intereses comerciales.

Cuando denunciamos estos temas, nos dicen que nos negamos al progreso. Una burda simplificación. Basta con visitar cualquier ciudad de Europa para ver con qué calidad integran la modernidad con la preservación del mejor pasado. Demoler una obra de Pittamiglio es exactamente lo mismo que quemar un Blanes o un Cúneo, y usar sus marcos para encuadrar afiches de películas de Schwarzenegger.

Con indolencia, corremos el riesgo de seguir pulverizando nuestra cultura, las obras que nos hacen conquistar un lugar en el mundo de las ideas, que es mucho más importante que el que podamos ocupar en el comercio de commodities.

El problema parecería en vías de solucionarse, pero eso no despeja el riesgo de ver caer la propiedad: se ha reconocido que no integra la lista de bienes patrimoniales a preservar.

Por eso, ante la indiferencia política y académica, la sociedad civil deberá organizarse para que estas calamidades no se repitan. Ningún sindicalista haría paro por ellas, ni aparecería en la lista de preocupaciones mayoritarias del electorado, principal desvelo del gobierno y la oposición. Pero sería de una gravedad absoluta, porque seguiría demoliendo lo único que nos define de verdad como país: nuestra cultura.

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Álvaro Ahunchain

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