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Cuidadito

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"¡Cuidadito con decir eso!” Cuántas veces los más veteranos lo habremos oído, cuando opinábamos algo medio osado o revulsivo.

"¡Cuidadito con decir eso!” Cuántas veces los más veteranos lo habremos oído, cuando opinábamos algo medio osado o revulsivo.

La expresión es antigua, pero la realidad sigue sien-do así: siempre hay cosas que no se pueden decir. En las sociedades conservadoras suelen ser muchas y en nuestro Uruguay, paradigma del conservadorismo político, ¡ni te cuento!

Así: no se puede hablar de privatizar.

Ni de achicar el Estado; ni de desregular.

Ni de la necesidad de ser competitivo.

Ni de tener éxito.

Ni, mucho menos, de ganar plata.

¡Ni de tantas otras cosas!

No porque sean falsas o alejadas de la realidad, sino porque parte de nuestra sociedad las considera malas, cuando no directamente perversas, (o neoliberales, que viene a ser lo mismo).

¿Se podrá decir que la fiesta en el Uruguay se va terminando? ¿Que vamos en el camino que conduce al estancamiento, (otra vez)?

Capaz que sí, capaz que las escamas van cayendo de los ojos y que en algunos lugares no nos gritarán “¡cuidadito con decir eso!”

Pero, hasta ahí nomás.

No creo que ni los lúcidos y tolerantes nos permitan avanzar, desnudando las causas, crónicas, de nuestros recurrentes estancamientos.

Porque implica admitir que nos empantanamos reiteradamente porque queremos o permitimos que la mayor parte de nuestros recursos, económicos y humanos, vaya a parar justo adonde se produce menos.

No es un tema meramente ideológico. Hoy la culpa del estancamiento, que otra vez se viene, recae principalmente sobre el Frente, pero no es por imponerle forzosamente a la sociedad una cultura que esta rechaza. Al menos no totalmente.

Cuidadito con decirlo: pero es totalmente cierto que la sociedad uruguaya destina una parte sustancial de sus recursos a sus integrantes menos productivos.

Sumen todo el dinero que va para:

-jubilaciones y pensiones.

-Funcionarios públicos;

-Tributarios del Mides y similares;

-Subsidios (directos o indirectos) a empresas estructuralmente deficitarias o directamente fundidas, y no digo que esté mal (en todos los casos) ni, mucho menos, que sea injusto (en todos los casos).

Digo que, si queremos hacer eso -y es legítimo quererlo- tenemos que producir más. No gravar más, ni distribuir más: ese es el camino que lleva al estancamiento: producir más. Mucho más.

Hace unos días, el Sr. Andrade, jerarca máximo del Sunca, terciaba en la polémica generada por el aviso que pasó UPM (que no pone un mango en la actual realidad productiva del Uruguay), dictaminando: “si no se instala la pastera, el Uruguay no se va a morir”.

Lo que dice Andrade es cierto. La prueba está en los años de estancamiento que hemos sobrevivido.

Sobrevivido.

Ahora, no es menos cierto que el Uruguay tampoco morirá si desaparece el Sunca, si no se construye Antel Arena, si cerramos Alur y las plantas de cemento que pierden plata a chorros, junto con el Fondes y tantos otros clavos. Como que el problema está justamente en el meollo del razonamiento del Sr. Andrade: ¿a qué aspiramos?

¿Nada más que a no morir? Si es así, vamos por buen camino: no es el de la muerte terminal. Es el de la agonía permanente.

Tampoco sirve creer que se cambia la realidad usando viejos clichés, como aquello de que el “gasto social” es, en realidad, una inversión. Macanas. Inversión es lo que tiene potencial de reproducirse.

Si queremos ser el país de la nostalgia y el reclamo, de la igualdad en la medianía, sigamos así.

Pero si queremos progresar y, sobre todo, si queremos hacerlo manteniendo niveles dignos de asistencia, tenemos que enfrentar la realidad: somos un país caro, de baja productivi- dad, que invierte poco en capital físico y mal en capital humano, todavía demasiado cerrado, competitivo solo cuando le sopla bien el tipo de cambio, sobrerregulado y que no consigue salir del plano inclinado.

Alguna culpa de todo eso se le puede echar al gobierno, (actual y anteriores), pero no está ahí toda la verdad: buena parte de ella está en nosotros, en nuestra resistencia al cambio y nuestro rechazo a las durezas necesarias para encarar con éxito la realidad en la que debemos vivir.

Todavía no ha terminado el carnaval de tablados y tambores y ya está arrancando el del gasto y los impuestos, con tantos cuplés como el otro: aumentemos los impuestos que no pasa nada.

Como te prometí una cosa, te hago otra.

Cuidadito con seguir engañando (y engañándose).

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Ignacio De Posadas

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