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Las cuatro hijas de Isabel (I)

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En un tiempo de imponentes cambios no hubo monarca más poderoso que Isabel la Católica.

En un tiempo de imponentes cambios no hubo monarca más poderoso que Isabel la Católica.

Su vida está signada por tres eventos, dice Manuel Fernández Álvarez: “La caída de Constantinopla frente al empuje turco; la hazaña de los descubrimientos geográficos desplegada por los nautas portugueses, y, finalmente, el estallido de ese movimiento cultural que llamamos Renacimiento […]. Porque es en esa Europa tan inquieta, la que es la proa del mundo moderno, donde Isabel lleva a cabo, con la inestimable ayuda de su marido Fernando el Católico, su gran tarea que convierte a España en la primera potencia política [y militar] de su tiempo”.
Isabel sentó las bases del poder real y un Estado moderno que duraría casi tres siglos. Isabel y Fernando crearon el primer ejército moderno en Europa, basado en los tercios, unidades de 3.000 infantes armados con picas, arcabuces y mosquetes, que proporcionarán la supremacía militar durante más de un siglo y medio. Por si fuera poco, fue ella -en tanto reina de Castilla- quien financió los viajes de Colón.

Isabel era más culta que Fernando. Este la superó, al principio, apenas en el dominio del latín, la lengua internacional y diplomática, pero pronto se pondría a su alcance. Tenía una biblioteca de unos 400 volúmenes, que en aquellos tiempos eran muchos, admiraba a los pintores flamencos y adoraba la música. Solía viajar con un coro de más de veinticinco personas, escuchaba con gran placer la vihuela y las canciones que serían recogidas en “El cancionero de Palacio”.

Como mujer del Renacimiento, consideraba el ceremonial y la música parte de sus funciones como gobernante. Gastaba mucho en ropa y le gustaban los bailes de gala, que quitaban el “luto de las tristezas”. Al mismo tiempo era piadosa: asistía diariamente a misa y “rezaba en las horas canónicas, como si fuese una monja”, contaba su capellán.

Pero otra virtud -rara en su tiempo- la adornaba: tenía en alta consideración la inteligencia femenina y aun dentro de las restricciones de aquellos tiempos se rodeó de mujeres, como su amiga Beatriz de Bobadilla y sus propias hijas, y a todas las preparó para ejercer el poder, tener influencia política y hacer valer su inteligencia y erudición.

Isabel, la primogénita, tenía pasta de gobernante: gran inteligencia, educación y vocación por los asuntos de estado. Cuando Juana llegó a Flandes para casarse con Felipe el Hermoso, sorprendió por la calidad de su fluido latín para hablar con los nobles y personalidades. María se casó con Manuel I el Afortunado, rey de Portugal, cuando este enviudó de Isabel, su hermana mayor. También hablaba perfectamente el latín y lo puso de moda en la corte de Lisboa.

Catalina, que pasó la mayor parte de su vida en Inglaterra, fue, quizá, la más iluminada de todas. Erasmo de Rotterdam elogió tanto su erudición como su piedad y su prudencia; dominaba no solo el latín y el griego sino también el inglés, el alemán y el francés y no ignoraba las artes de la guerra y el gobierno.

El destino no fue generoso con ellas. Probablemente no sea desacertada la hipótesis de que sus virtudes y su lucidez intelectuales -vedadas a la mayoría de las mujeres de su tiempo- agravaran sus sufrimientos. Vale la pena conocer la vida de estas cuatro hermanas.

Isabel de Aragón fue la primogénita de los reyes Católicos, nació en 1470 y en 1476 fue proclamada como princesa de Asturias, sucesora del trono, pero al nacer su hermano Juan, en 1478, fue desplazada en la línea sucesoria. En España a diferencia de Francia, no regía la ley sálica y las mujeres podían ser reinas pero, según la “ley agnaticia”, siempre y cuando no tuviese hermanos varones.

Como su madre, era hermosa, inteligente, fuerte y apasionada por los asuntos de estado. Nunca le perdonaría a sus padres su desplazamiento. En compensación la reina procuró arreglarle un buen matrimonio. Eligió al príncipe heredero de Portugal, Alfonso, de apenas quince años; Isabel tenía veinte recién cumplidos. La boda tuvo lugar el 3 de noviembre de 1490, ambos se enamoraron y aquel matrimonio político fue coronado por una brevísima felicidad. Menos de ocho meses habían pasado cuando Alfonso murió al caer del caballo. Isabel regresó a España.

Ha tijereteado toscamente su cabello rubio, viste una túnica de arpillera y un espeso velo. Se sume en la oración y en ayudar a sus padres en asuntos del reino que preparan el definitivo ataque a Granada. Pretende meterse en un convento, pero tal cosa no es posible en aquel eterno juego de fichas casamenteras. Habrá de volver a Portugal en 1479, ahora casada con Manuel, nuevo heredero al trono de Portugal. Esta vez no hay princesa enamorada sino una reina amargada que no obstante queda embarazada enseguida de su boda. No había transcurrido un mes cuando muere su hermano Juan, príncipe de Asturias (6 de octubre de 1497).

Esta vez no podrán negarle la herencia del trono de Castilla. Arma su comitiva y atraviesa la península de lado a lado al encuentro de sus padres en Zaragoza, un viaje de más de novecientos kilómetros a través de las asperezas de Extremadura, Castilla y Aragón. Llega con un embarazo de cinco meses, tan rencorosa, sombría y belicosa como el día que partió obligada. Todo termina el 23 de agosto de 1480; muere de parto cuando apenas tenía 27 años.

No obstante la alianza portuguesa habrá de mantenerse y los Reyes Católicos ofrecerán un recambio a Manuel de Portugal: María, la cuarta de sus hijas. A diferencia de sus hermanas, no fue una reina desgraciada. La diferencia de edad con su esposo era razonable (13 años), fue un buen rey al que no por casualidad llamaron El afortunado. Entre 1502 y 1516 tuvieron diez hijos, pero en el último parto, madre e hijo murieron con diferencia de días. María legó dos reyes a Portugal (Juan III y Enrique I) y una reina a España, Isabel, casada con su primo Carlos V. Manuel persistirá con la familia de los Reyes Católicos. Su tercera esposa será Leonor, sobrina de Isabel y María e hija de Juana, quien reinará solo dos años, hasta la muer-te de Manuel. Leonor, viuda con dos hijos a los 23 años y mal casada a los 32 por su hermano Carlos con Francisco I, rey de Francia que no se cansó de destratarla, fue, sin duda una de las más desgraciadas como lo fueran Juana, su madre, y su tías Isabel y Catalina. (continuará).

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Luciano Álvarez

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