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¿Sin Concertación?

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Tiene razón Martín Aguirre cuando escribe que hay veces que uno duda de que la oposición esté con ganas de quebrar la hegemonía política frenteamplista. El último ejemplo es la valoración negativa que ha cundido sobre la Concertación de 2015 para Montevideo.

Tiene razón Martín Aguirre cuando escribe que hay veces que uno duda de que la oposición esté con ganas de quebrar la hegemonía política frenteamplista. El último ejemplo es la valoración negativa que ha cundido sobre la Concertación de 2015 para Montevideo.

Es difícil encontrar un proyecto tratado con tanta torpeza como lo fue Concertación. Nunca hubo una coordinación electoral planificada, jamás se transmitió la sensación de elencos gobernantes amplios y preparados para la alternancia, y nunca hubo un entendimiento político que dejara claro que los partidos no perdían identidad propia a la vez que con madurez presentaban acuerdos sustanciales para gobernar conjuntamente Montevideo. Por si no alcanzara, a pocas semanas de los comicios los partidos tradicionales optaron por no presentar a sus candidatos a intendente de mayor peso político. Así las cosas, todo esto condujo a una clara sanción por parte del electorado no frenteamplista montevideano que prefirió votar por Novick.

Sin embargo, y a pesar de todas estas maniobras propias de elefantes en bazares, la Concertación no votó peor que lo que lo hicieron blancos y colorados en el antecedente inmediato de 2010. Además, gracias a ella, los blancos en particular obtuvieron algo que desde 1958 no habían podido lograr en la capital: ganaron elecciones. En concreto: dos municipios que han permitido a sus alcaldes tener presencia política en 16 barrios muy poblados. Algo francamente inimaginable sin Concertación.

Lejos de hacer pie en esta nueva situación relativamente venturosa, en este par de años blancos y colorados se desinteresaron de Montevideo. Independientemente de la buena gestión de tal o cual alcalde o del esfuerzo de tal o cual edil, lo cierto es que de hecho la Intendencia de Montevideo no ha enfrentado una oposición feroz ni fuerte. Tan es así que se ha transformado en el simpático trampolín nacional de Martínez. Huérfanos de toda alternativa, los montevideanos más críticos se han ido así resignando a avizorar un horizonte político inexorable e inconmensurable, hecho de sempiternos y mediocres gobiernos departamentales frenteamplistas.

¿Alguien cree que se refuerza la credibilidad de la oposición como opción de gobierno nacional cuando se elige desaparecer de la capital del país? Montevideo es la principal circunscripción electoral (40%), pero es también el lugar donde se concentra la hegemonía cultural, social y política de la izquierda. Ella se ha reforzado allí y, con el paso del tiempo y de los gobiernos frenteamplistas, ha ido extendiéndose por todo el país urbano. Por tomar un ejemplo: en octubre de 2014, el Frente Amplio llegó en Montevideo al 53,5% de votos y el Partido Nacional al 25,7%. Pues bien: ese resultado, tan contundente, terminó siendo muy similar al del promedio de las localidades de más de 65.000 habitantes de todo país en ese año.

Despotricar contra la Concertación con el poncho de Saravia puesto seguramente sume voluntades pensando en la interna blanca de 2019. El problema es que es un ademán que muere allí, soso, insustancial, previsible, pesado, arcaico, baladí. Sobre todo, no ofrece nada alternativo y esperanzador para Montevideo. Y termina dando la razón a Martín.

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Francisco Faig

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