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Impuesto a los sueldos

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Cuando el gobierno del entonces presidente Jorge Batlle intentaba salir de la crisis allá por el 2002, apostó al impuesto a los sueldos y a las jubilaciones (retribuciones). Reinaldo Gargano, líder del Partido Socialista en la oposición, cáustico, comentó: “No se ha transpirado demasiado a los efectos de elegir caminos para abatir el déficit”. Pasaron los años, cambió el gobierno y el país vuelve a encontrarse en una situación de dificultades económicas. ¿Qué hace ahora el gobierno del presidente Vázquez? Aumenta el impuesto a los sueldos y a las jubilaciones.

Cuando el gobierno del entonces presidente Jorge Batlle intentaba salir de la crisis allá por el 2002, apostó al impuesto a los sueldos y a las jubilaciones (retribuciones). Reinaldo Gargano, líder del Partido Socialista en la oposición, cáustico, comentó: “No se ha transpirado demasiado a los efectos de elegir caminos para abatir el déficit”. Pasaron los años, cambió el gobierno y el país vuelve a encontrarse en una situación de dificultades económicas. ¿Qué hace ahora el gobierno del presidente Vázquez? Aumenta el impuesto a los sueldos y a las jubilaciones.

Obviamente que hoy la situación no es la misma. Allá por el 2002 el panorama era desesperante. Bancos fundidos, empresas cerradas o con ajustes de “guerra”, despidos masivos, rebajas de sueldos (o retribuciones), seguro de paro, ni un peso en la calle ni en ningún lado. Ahora es seria, según dicen, pero seguramente no tan dramática. Igual la “solución” es el aumento del impuesto a los sueldos. Poco ha cambiado y de transpiración mejor ni hablamos. Es que si hacemos un rápido repaso de los últimos 35 años, con gobiernos de la dictadura, blancos, colorados y frenteamplistas, el resultado es que a la hora de buscar dinero fácil y rápido para enjugar deudas (heredadas o propias), el impuesto a los sueldos ha sido una herramienta poderosa y siempre presente.

La historia uruguaya dice que el “adelantado” fue el Cr. Valentín Arismendi, ministro de Economía de la dictadura, que allá por 1982 cuando ese régimen estaba agonizante por el descalabro económico, intentó cubrir el déficit del Estado con el impuesto a los sueldos. Fue el primero y lo llamó “impuesto a las retribuciones personales”. Con todo, don Valentín fue muy modesto en sus aspiraciones: se contentó con una tasa máxima del 2%.

De la dictadura pasamos a los gobiernos de la democracia recuperada. Ricardo Zerbino, ministro de Economía del primer gobierno de Julio María Sanguinetti, decidió continuar con la receta Arismendi. No era para menos, según explicó. El déficit de Caja de la dictadura era impresionante y había que bajarlo sí o sí. Nada mejor que el impuesto a las retribuciones, pero ya imponiendo una tónica -invariablemente respetada luego- de agregar un cero a la derecha (que es donde duele) a los porcentajes del gravamen, porque también había que prever más recursos para dar satisfacción a los compromisos de la campaña electoral. Lógico que los contribuyentes debían hacerse cargo de ellos. A la dupla Sanguinetti-Zerbino le siguió Luis Alberto Lacalle-Enrique Braga. El panorama para el presidente nacionalista era complicado porque la inflación estaba descontrolada, había un “déficit heredado” y había sido aprobada la reforma constitucional de los jubilados, que obligaba por la Lex Magna a los ajustes de sus pasividades. Había que cumplir o cumplir y nada mejor para ello que dar vida nuevamente al impuesto a los retribuciones.

El segundo gobierno de Sanguinetti, ahora con Luis Mosca en la cartera de Economía, siguió con la doctrina Arismendi. No era para menos. Era necesario abatir el “déficit heredado” de la anterior administración, hasta situarlo en el entorno del 1,5% del PIB, y reducir la inflación hasta ubicarla en niveles de un dígito anual. Y finalmente llegamos al momento de la Presidencia de Jorge Batlle y Alberto Bensión como ministro de Economía, donde pasó lo que pasó.

Las elecciones del 2004 marcaron el triunfo del Frente Amplio, el ascenso a la Presidencia de Tabaré Vázquez y el manejo de la Economía por Danilo Astori. Se mantuvo el impuesto a los sueldos y jubilaciones, pero se les cambió el nombre: Impuesto a la Renta de las Personas Físicas (renta=sueldo) e Impuesto de Asistencia a la Seguridad Social (asistencia=jubilaciones). Junto a ese cambio (¿trascendental?), se hizo una presentación muy edulcorada de la nueva maravilla, donde se explicó las enormes ventajas de los gravámenes para lograr la igualdad social, y se repudió abiertamente cualquier intento de comparación con los viejos impuestos a los sueldos que habían sido aplicados por otra gente (muy mala).

El país tuvo una época de crecimiento desconocida en su historia. Desde el gobierno se machacaba una y otra vez que era producto de la sabia conducción de Danilo Astori -premiado en foros internacionales como gran ministro de Economía- y el más sabio plan de gobierno del Frente Amplio. El mérito era todo del Frente Amplio que había dejado de lado recetas económicas trasnochadas o perimidas, y había revolucionado la economía con visiones progresistas del más alto nivel. Apenas si se aceptaba que los precios internacionales “acompañaban” la nueva ingeniería económica diseñada por la izquierda. Y así fue durante 10 años.

Bastó un año, solo un año, que los vientos de la bonanza internacional dejaran de empujar, para que la obra maestra del progresismo uruguayo se desplomara como castillo de naipes ante un soplido infantil. Y con los naipes por el piso, el regreso de la receta Arismendi. Penoso. Lo peor es que no tienen a nadie ni a nada para echarle las culpas. Cien por ciento Frente Amplio. Penoso Frente Amplio.

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Washington Beltrán

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