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¡De mi hija me ocupo yo!

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Un día de febrero el suscrito circulaba en auto por la calle Garibaldi, hasta que quedó bloqueado por el tránsito en el cruce con Gral. Urquiza. Había habido un accidente e inspectores de tránsito pretendían encaminar la circulación al margen de lo que señalaran los semáforos. En determinado momento, quedé en medio del cruce, avanzando con luces encendidas y lentamente, mientras el semáforo se encendía en rojo. A falta de otras indicaciones, seguí despacio, aunque sorprendido por los gritos de tono desencajado de los inspectores que me instaban a respetar el semáforo. Simultáneamente una señora con una niña encaramada peligrosamente sobre el tanque de nafta de su “scooter” me increpaba con el beneplácito del cuerpo inspectivo que no reparó en la forma irregular de la conducción de la dama quien vociferaba: “¡De mi hija me ocupo yo!”

Un día de febrero el suscrito circulaba en auto por la calle Garibaldi, hasta que quedó bloqueado por el tránsito en el cruce con Gral. Urquiza. Había habido un accidente e inspectores de tránsito pretendían encaminar la circulación al margen de lo que señalaran los semáforos. En determinado momento, quedé en medio del cruce, avanzando con luces encendidas y lentamente, mientras el semáforo se encendía en rojo. A falta de otras indicaciones, seguí despacio, aunque sorprendido por los gritos de tono desencajado de los inspectores que me instaban a respetar el semáforo. Simultáneamente una señora con una niña encaramada peligrosamente sobre el tanque de nafta de su “scooter” me increpaba con el beneplácito del cuerpo inspectivo que no reparó en la forma irregular de la conducción de la dama quien vociferaba: “¡De mi hija me ocupo yo!”

No sé si debería haber maniobrado el auto de otra manera. Lo que sí sé es que la motociclista y los inspectores actuaron mal, sin que nadie los observara.

Sabido es que Uruguay pretende aplicar las “reglas de oro” de la circulación propuestas por la FIA (Federación Internacional del Automóvil) y que ninguna regla se puso en marcha en la citada calurosa mañana de febrero ¿Qué es lo que ocurrió en esa instancia? Evidentemente, por lo menos hubo falta de una conducta correcta de los inspectores y de la petulante motonetista. Quizás hubo error del automovilista, aunque faltó señalarlo.

El control del tránsito capitalino está a cargo de cada vez mayor número de funcionarios. Con el correr del tiempo se fueron designando más y más inspectores, en buena medida debido a que de a uno se los consideró muy vulnerables y por ende empezaron a andar de a dos, de a tres o en grupos. Pero ni siquiera esto fue estimado suficiente y decenas siguieron incorporándose al cuerpo inspectivo.

Todo esto en procura de ordenar la circulación en una ciudad que ya contaba asimismo con la policía de tránsito. Nacida hace algo más de cien años cuando fue creada la “brigada de Orden Público”, dedicada a poner coto a los accidentes que por entonces empezaban a inquietar ya que en 1905 había tenido lugar el primer choque que involucró a un auto y también el primero que tuvo un herido como resultado. Sin olvidar que en 1906 se registró el primer accidente fatal, en la esquina de 18 de julio y Yaro.

En los tiempos que corren no son raras las agresiones físicas por temas del tránsito y ello nos lleva a concluir que parece difícil que la acumulación de funcionarios haga un aporte importante al esfuerzo por lograr un tránsito más civilizado. Lo que sí podría lograrlo sería un trato más amable, tanto de parte de los inspectores como de los inspeccionados. Lo importante a todas luces es erradicar desplantes impropios, tanto del lado de los conductores que sienten erradamente que su vehículo es una proyección de su “yo”, como del lado de aquellos empleados públicos que también erradamente sienten que su cargo y su atuendo les autoriza a prescindir de la urbanidad. Se torna necesario un replanteo total en este Montevideo de hoy, donde no pasa un día sin unos cuantos accidentes y los muertos y heridos ya no son noticia. Un hoy que no parece que pueda ordenarse sin encarar temas que subyacen la realidad actual.

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Álvaro Casal

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