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La lata y las manos

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Cuando empezaba el presente ciclo frenteamplista, el entonces presidente Tabaré Vázquez afirmaba en voz alta que se podía “meter la pata” pero no “la mano en la lata”. Pasaron los años y tal aseveración se fue desdibujando, deslucida por las realidades que fueron surgiendo. La frase no levantó cabeza ni con el agregado puesto por Enrique Rubio: “es la hora de aplicar que al que meta la mano en la lata se la cortamos”. Es que la corrupción golpeaba aquí, allá y acullá. Algunos casos se deslizaron sin gran vocinglería, como aconteció con la Armada. Otros fueron resonantes, como la indagatoria de la trama delictiva que operaba en los casinos municipales.

Cuando empezaba el presente ciclo frenteamplista, el entonces presidente Tabaré Vázquez afirmaba en voz alta que se podía “meter la pata” pero no “la mano en la lata”. Pasaron los años y tal aseveración se fue desdibujando, deslucida por las realidades que fueron surgiendo. La frase no levantó cabeza ni con el agregado puesto por Enrique Rubio: “es la hora de aplicar que al que meta la mano en la lata se la cortamos”. Es que la corrupción golpeaba aquí, allá y acullá. Algunos casos se deslizaron sin gran vocinglería, como aconteció con la Armada. Otros fueron resonantes, como la indagatoria de la trama delictiva que operaba en los casinos municipales.

Eso fue cuando se supo que durante el ejercicio 2000 – 2005 dichos casinos habían “perdido” la friolera de 16 millones de dólares. Luego fueron apareciendo nuevos elementos de juicio, como cuando se verificó que los accionistas que habían firmado contratos con la IMM respecto de “slots” se hallaban vinculados con asesores y jerarcas municipales y que unas 200 máquinas tragamonedas o “slots” no sólo sirvieron más a intereses privados que a públicos, sino que entraron al país en infracción aduanera. A ello se agregaba que la intendencia pagaba por partida doble el mantenimiento de tales máquinas.

Conviene no olvidar que difícilmente se podría haber ido dejando al desnudo este asunto si no hubieran actuado figuras del Partido Nacional como el legislador Jorge Gandini o el edil Avaro Viviano quienes entre otras cosas desenmascararon al director de Casinos Juan Carlos Bengoa. Sí ese señor que aunque resultó procesado junto a otros funcionarios por varios delitos, tuvo la buena fortuna de ser respaldado por el ministro de Economía y Finanzas Danilo Astori.

Algunos de los latigazos más recientes de corrupción fueron los del caso Pluna, que ha servido, entre otras cosas, para que los uruguayos sintamos que aunque se la condene cada vez más, la corrupción sigue creciendo.

No es de extraordinaria magnitud si se la compara con la de algunos otros países, pero sí lo es si se traza un paralelo con otros tiempos de este Uruguay que se había ganado el apodo de “Suiza de América”.
Los uruguayos no deberíamos codearnos con malas figuras, en este mundo donde según “Transparencia Internacional” el año pasado una persona de cada cuatro pagó algún tipo de soborno. En este mundo donde el Papa Francisco siente que le tiene que hablar a los corruptos para indicarles que no es suficiente pedir perdón a Dios. Que tienen que devolver el fruto de la corrupción. Que los católicos que se adueñan del dinero público tienen la obligación de devolver lo robado. Él sabe, por haberse mezclado con la gente de la calle, que lo que más les duele y lo que más critican los pobres es que los corruptos, aunque sean condenados, no reintegren lo mal habido.

Uruguay no está fuera de esto. Se encuentra sumido en algo que debe ser superado y viene de lejos: ya en 2006, durante un Consejo de Ministros de los que gustaba hacer en el interior del país el presidente Vázquez, motivó que se viera flamear, a la vista de todos los presentes, un cartel que expresaba: “¿Qué pasó con el “se acabó la joda”?” Algo digno de recordar y algo a tener muy en cuenta justamente cuando se acercan las elecciones nacionales y la ciudadanía cuenta con la oportunidad de renovar los cuadros gobernantes.

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