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En un mundo donde 3 mil millones de personas no puede satisfacer sus necesidades básicas (alimentación, vivienda, techo) no toda la pobreza es igual. En una favela de Río de Janeiro las viviendas son de material, pueden llegar a tener cuatro pisos, disponen de medios de transporte interno y hasta cuentan con escuelas de computación habilitadas por las redes de narcotraficantes que controlan el funcionamiento de esas comunidades.

En una villa miseria de Buenos Aires, las casas también son de material sólido y cuentan con dos o en ocasiones con tres pisos, a pesar de lo cual figuran como el margen social en el que habitan los indigentes expulsados del marco burgués de la ciudad. Los porteños, por ejemplo, miran hacia la Villa 31, incrustada entre las vías de los trenes de la Estación Retiro y el corazón mismo de la Recoleta, como un quiste impresentable, que desde las fotografías aéreas aparece igual que una mancha, y sin embargo dispone de viviendas bastante habitables. Algo si

En un mundo donde 3 mil millones de personas no puede satisfacer sus necesidades básicas (alimentación, vivienda, techo) no toda la pobreza es igual. En una favela de Río de Janeiro las viviendas son de material, pueden llegar a tener cuatro pisos, disponen de medios de transporte interno y hasta cuentan con escuelas de computación habilitadas por las redes de narcotraficantes que controlan el funcionamiento de esas comunidades.

En una villa miseria de Buenos Aires, las casas también son de material sólido y cuentan con dos o en ocasiones con tres pisos, a pesar de lo cual figuran como el margen social en el que habitan los indigentes expulsados del marco burgués de la ciudad. Los porteños, por ejemplo, miran hacia la Villa 31, incrustada entre las vías de los trenes de la Estación Retiro y el corazón mismo de la Recoleta, como un quiste impresentable, que desde las fotografías aéreas aparece igual que una mancha, y sin embargo dispone de viviendas bastante habitables. Algo similar ocurre con la favela Rocinha en Río, donde el problema no es la precariedad de la vivienda sino la turbulencia provocada por las actividades de los traficantes de drogas. La pobreza extrema tiene esas paradojas.

Pero cuando se habla de la marginalidad montevideana no se está hablando de un cuadro similar al carioca o al porteño. En los cuatrocientos asentamientos que salpican la capital uruguaya no hay edificaciones de tres pisos ni casas de material, sino ranchos de cartones y de chapas hundidos en el barro, donde la gente sobrevive en condiciones inaceptables, que solo parecen admisibles a quienes no los han visitado. Cuando se producen lluvias intensas, los terrenos se anegan, los ranchos quedan medio sepultados en el agua y los niños chapotean en el lodo, puede ocurrir que un informativo de televisión registre ese paisaje, y entonces el espectador se horroriza ante el cuadro, recordando lo que en general no tiene en cuenta, es decir el sector de la sociedad que vive en condiciones insoportables. Hace un par de semanas, durante un temporal con vientos poderosos, el techo de chapas de algunas viviendas se voló dejando a las familias a la intemperie. Algunos vecinos acudieron a auxiliar a las víctimas y colocaron cubiertas igualmente precarias con piedras para intentar fijarlas. Pero eso fue todo.

El resto de la población contemplaba el incidente como quien mira el paisaje de otro punto del globo, pero se trataba de un área de la misma ciudad en que ese público vivía, donde un vecino empapado informaba que una familia monoparental cercana, compuesta por una madre con siete hijos, también había quedado sin techo por culpa de las ráfagas de viento. La penuria montevideana no dispone de casas de material que la pongan a salvo de los días violentos. Solo tiene construcciones de extrema precariedad, dentro de las cuales en ocasiones no solo convive con su prole sino que almacena la basura que clasifica, agravando por dentro lo que ya es alarmante por fuera. Con esos cuatrocientos asentamientos precarios seguimos compartiendo una capital cada día más irregular y más desoladora, en un país de apenas tres millones de habitantes donde sin embargo hay decenas de miles de personas sin acceso a una vivienda aceptable.

La coalición de izquierda que asumió el gobierno municipal hace veintitrés años y el gobierno nacional hace diez, debería dedicar al caso una larga reflexión, porque los planes al respecto han fracasado desoladoramente.

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Jorge Abbondanza

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