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Borges y los orientales

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rodrigo caballero
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El 14 de junio se cumplieron 36 años de la muerte de Jorge Luis Borges.

La efeméride trajo a la memoria una reflexión del genial escritor argentino sobre el gentilicio de los nacidos en nuestro suelo, recogida por Mario Delgado Aparain durante una entrevista para la revista Tres, en el año 1980.

“¡Qué linda palabra, “orientales”! -dijo Borges-. Creo que era De Santis que se enojaba cuando decían “uruguayos”: Dice uruguayo, ¡qué guarango! Siempre se decía orientales… Los 33 orientales; orientales, la patria o la tumba… Uruguayo es una palabra nueva. En realidad suena a paraguayo, ¿no? Sin embargo… ¡Qué linda palabra “oriental”!

Lo dicho por el autor del Aleph no solo aumentó mi admiración por su sensibilidad, sino que además me llevó a pensar que los que aquí nacimos somos orientales porque, como los chinos o los malayos, vivimos al oriente de un sitio de referencia. Ellos del mundo. Nosotros del Río Uruguay. Y éso también significa que la República Oriental del Uruguay es uno de los pocos países sobre la faz de la Tierra que carece de un nombre propio. Fíjese el lector que lo que parece ser el nombre no es otra cosa que una avara descripción política y geográfica de esta pequeña nación. Apenas un par de datos concretos que dan cuenta de un Estado independiente, cuyo gobierno está encabezado por un presidente temporal elegido mediante una votación y que dicho estado se halla al este de un curso de aguas pardas al cual los indígenas que otrora allí pescaban, cazaban y recolectaban, llamaron Río de los Pájaros Pintados. Uruguay en la lengua nativa.

Desde que en el año 1516 Juan Díaz de Solís llegó a esta tierra, hasta hoy, nadie se tomó la molestia de nombrarla. Quizá no hubo quien lo creyera necesario. O tal vez se olvidaron. Esto último no le resultaría extraño al conocedor de la idiosincracia nativa.

Si bien Solís contribuyó, en forma de abono natural, al crecimiento de algunos especímenes de la rica flora autóctona tras haber sido comido y excretado en el verde suelo patrio, no tuvo la iniciativa de bautizar estos pagos antes de caer en manos de sus captores. Tampoco los tantos otros que vinieron aquí a lo largo de los cinco siglos siguientes.

Incluso los portugueses, que se apropiaron del territorio durante los años previos a la Independencia de 1825, lo bautizaron Cisplatina, cuyo significado es: aquende (antónimo de allende) el Río de la Plata. Seguíamos en la misma. Más allá del Uruguay o más acá del Plata.

Ya lo decía Nietzche -¿o habrá sido el propio Borges?-Vaya uno a saber. Lo cierto es que alguien alguna vez aseguró que “no tener nombre es como no ser. No existir. Es la ausencia total de identidad”.

Si bien los uruguayos, o mejor dicho los orientales, no le dieron nunca un nombre a su patria, las patria les dio una identidad. Y un sentimiento de arraigo muy profundo. La diferencia de Uruguay con el resto del mundo es que aquí todo viene en dosis ínfimas. El territorio es reducido, la población es pequeña y no crece desde hace décadas. Y las oportunidades son escasas.

Por eso, señores, cuando aparece una grande, como esos 2300 millones de dólares que alguien quiere arriesgar para construir una isla artificial en Punta Gorda o la iniciativa para crear un puertito deportivo en el criadero de ratas que es el Dique Mauá, abrámosle las puertas y démosle la bienvenida a la República Oriental del Uruguay.

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