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Ser radical es ser normal

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Tomás Teijeiro
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Nadie normal banca prepotencia y abusos de por vi-da, y hasta el más paciente y tolerante se aburre de este trato, y finalmente pega el portazo.

Los políticos del FA y sus huestes sindicales junto con el tino han perdido el oído, y no se dan cuenta que el Partido Nacional no dice lo que la gente quiere oír, sino que dice lo que la gente piensa.

Es por esto que con gran soberbia desprecian las demandas y propuestas de los blancos, pintándolas como radicales, o intentando ridiculizarlas por el absurdo.

Les sale el tiro por la culata.

Cuando ningunean o insultan a miembros del Partido Nacional como lo han hecho con el edil Hugo Previale de Salto, con el diputado Lema días atrás por temas de ASSE, o insisten con las pompas de jabón dándole a Lacalle Pou, no atacan a dichos representantes, no le pegan al Partido Nacional, sino que atacan a la gente misma.

Sí, a la gente, de la que otrora se creían (falsamente) tan cercanos y omnipotentes y únicos intérpretes de su voluntad y necesidades. Lo hacen al mejor y más rancio estilo roussoniano, tal como lo han hecho todos los déspotas rojos de alcurnia. Y es que así se han comportado siempre, de aquí a Moscú, pasando por Caracas.

Por eso distorsionan el relato e intentan tachar de radicalidad la normalidad.

Es de bien nacido ser agradecido. ¿cuál es entonces el pecado de Previale al pretender reconocer a las instituciones que colaboraron en las últimas inundaciones en Salto?

¿No se ha aburrido Laca-lle Pou de proponer ideas y soluciones bien sustentadas al Gobierno?

¿Qué disparate tan radical hizo Lema para ser tratado de atrevido por el presidente del Frente Amplio?

¿Investigar? ¿Dudar? ¿Preguntar?

¿No es acaso ese su trabajo? ¿No fue electo como miembro del parlamento, precisamente para marcarle la cancha al Ejecutivo, para controlarlo? Es increíble que aún se pueda pensar que el sentido de llenar las cámaras de legisladores sea simplemente el de que nos constriñan a leyes. El de que cada vez nos hagan menos libres. La libertad se puede perder por la fuerza, pero no hay que descuidarse: a fuerza de ley los frentistas cada día nos achican más el potrero en el que nos movemos. Serán legítimas las leyes, no hay duda, pero un parlamento que se considera productivo solo por la cantidad de leyes que crea, no conoce su verdadera razón de ser. Y esto es lamentable y patético. Nos sitúa en lo más absoluto y profundo del subdesarrollo institucional. Y ahí es donde quiere dejarnos el FA: convenciéndonos de que la primigenia función del parlamento es legislar (esta es la que le queda más cómoda porque tiene la pelota bajo el brazo…), cuando en realidad es controlar.

Como dijo una vez César Rendueles, con otro tono político por cierto, pero aplicable a nuestra realidad: "lo más fascinante del momento político que estamos viviendo es lo radical que se ha vuelto la reivindicación de la normalidad. Intentar llevar una vida más o menos convencional, formar una familia, conseguir vivir en el barrio donde naciste, manteniendo los amigos que tenías, confiar en las instituciones públicas e incluso, quién sabe, llegar a participar en ellas…". Y es que todas esas aspiraciones, decía, "que en el fondo son de lo más conservador y pequeñoburgués, nos llevan cada vez más a la movilización política".

¿Y no es acaso lo que sucede en Uruguay? Si el Partido Nacional lo que reivindica es solo la más pura normalidad. Lo que quiere la gente: vivir con tranquilidad.

¡Pero si es lo que acaban de demostrar nuestros jóvenes en su elección, enseñándonos cómo se hace política en el S. XXI!

Hoy nos movilizamos políticamente por más seguridad, por más salud, por más educación, por transparencia y ética de nuestros gobernantes, por más libertad y menos intromisión del Estado (a estas alturas ya del Gobierno) en nuestras vidas.

¿Por esto nos hemos vuelto radicales?

Pues parece que sí. Que no nos conforme un Vicepresidente que miente; que un edil quiera agradecer a las instituciones que sacan las castañas del fuego en momentos de crisis; que un legislador pretenda conocer más del funcionamiento de ASSE; que nuestro último candidato a Presidente le reclame al Gobierno acción, o que el país entero quiera saber qué se negocia a puertas cerradas para que sea viable la nueva pastera, parece ser de una radicalidad total. Tanto que se merece el desprestigio y la burla pública de la primera línea del Gobierno.

Increíble. Se les ha ido la olla.

Han deconstruido la política ejerciéndola en forma sosa. Sin contenido. A puro titular. Haciéndonos creer que la misma trata solo de discursos grandilocuentes y anuncios, de dejar pasar el tiempo sumergidos en el no hacer nada por los grandes temas, gestionando eficientemente solo la asistencialidad y los impuestos con el fin de perpetuarse en el poder. Pero cuidado: deconstruir la política no es consecuencia de dejadez, tontería o incapacidad, sino que lo han hecho adrede, es una brillante estrategia electoral para atornillarse donde están.

Es por esto que el rol que siempre en la historia tuvo el Partido Nacional hoy es más importante que nunca. Debemos estar atentos a que el FA no deconstruya más la política. Y esto han hecho nuestros jóvenes guardianes con su reciente sufragio, honrando una rica tradición.

Así como antes defendimos el derecho al voto, la jornada laboral, nos opusimos al gobierno de facto y a su salida orquestada por el resto de los partidos, hoy nos toca defender la buena política como modelo de convivencia nacional. Nos toca ser espabilados abanderados del diálogo, no del conflicto, pero sin que nos compren por flojos. En las gloriosas revoluciones ya nos habían tachado de radicales, y sin embargo solo defendíamos lo normal. Lo justo. Lo que la gente de verdad quería.

Hoy nos vuelve a tocar la misma tarea de defender lo normal, y de endurecer el cuero ante los ataques del Gobierno.

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