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La nostalgia y el Partido

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La nostalgia se resume en estos días en concentrar en una noche el recuerdo de tiempos y generaciones relacionados con el pasado. Un momento agradable que peligra transformarse en una patología.

Si bien el ayer es algo irrepetible, vivimos un presente que nos desafía con el avance de un nuevo modelo económico, social y político cuya definición no se conoce.

Una realidad que nos muestra lo que no queremos y a la que no podemos enfrentar porque no sabemos qué queremos y cómo lo vamos a lograr.

No nos extrañe entonces, que presente y futuro reúnan a varias generaciones de dirigentes jóvenes y de experimentados veteranos que en vez de alimentarse de ideas y de equipos formados hacen de lo superficial y del vacío valórico una verdad a ser impuesta en nombre del llamado posmodernismo. Una mezcla de charlatanería y ambigüedad que se manifiesta en la dictadura de lo que se ha dado en llamar lo “políticamente correcto”.

El vacío conceptual es tal, que lo que se c

La nostalgia se resume en estos días en concentrar en una noche el recuerdo de tiempos y generaciones relacionados con el pasado. Un momento agradable que peligra transformarse en una patología.

Si bien el ayer es algo irrepetible, vivimos un presente que nos desafía con el avance de un nuevo modelo económico, social y político cuya definición no se conoce.

Una realidad que nos muestra lo que no queremos y a la que no podemos enfrentar porque no sabemos qué queremos y cómo lo vamos a lograr.

No nos extrañe entonces, que presente y futuro reúnan a varias generaciones de dirigentes jóvenes y de experimentados veteranos que en vez de alimentarse de ideas y de equipos formados hacen de lo superficial y del vacío valórico una verdad a ser impuesta en nombre del llamado posmodernismo. Una mezcla de charlatanería y ambigüedad que se manifiesta en la dictadura de lo que se ha dado en llamar lo “políticamente correcto”.

El vacío conceptual es tal, que lo que se considera moderno se resume en exigir “transformaciones profundas”, sin encontrar coincidencias mínimas sobre la sociedad que se quiere vivir.

La nostalgia aparece entonces como una terapia anual que al mezclar costumbres, música y otras cosas válidas, parece que nos libra de la obligación de conservar lo que más allá de la diversión nos dio identidad a todos los uruguayos a pesar del paso del tiempo.

La etiqueta se desvincula de los contenidos, de tal forma, que progresista o conservador, derecha o izquierda sufren de una “asfixia cultural” que nos divorcia del pasado como del futuro.

La necesidad de renovar personas e ideas planteada con tanta generalidad ¿no será apenas un modo de sentir y no de pensar? ¿es posible resignarnos a imaginar el futuro sin acentuar la nostalgia en lo que eran y son nuestros valores?

La primera reacción es reconocer que lo más difícil es definir en qué consiste ese posmodernismo que por sí mismo nada dice. Y preguntarnos además, si la nostalgia comercial que invocamos estos días incluye también al valor de la familia como algo superado, a la honestidad como una rareza anterior y a la droga como un mal que en el presente solo debe enfrentarse con permisividad.

Lo más preocupante es que inteligencias destacadas de varias generaciones actúan con indisimulado desprecio por los humanos comunes, con tanta soberbia como arrogancia.

Peor aún, que al generalizar la idea de que “todo da igual” las promesas son parte de una liturgia que cierra con incumplimientos, mientras jóvenes y no jóvenes recurren a modernos instrumentos de escape como el entretenimiento y las redes sociales.

En otras palabras, novedosas actividades que hacen parte de un presente lleno de protestas sindicales, incertidumbres, cataclismos globales, escándalos políticos y deshumanizados atentados terroristas. Todos en su mayoría elementos distractivos que nos impulsan a no sumergirnos en la profundidad del espíritu.

Por esa razón, el principio “de las dos palas” es tan redituable, porque hace convivir posiciones irreconciliables dentro de una misma colectividad política con el falso argumento de que el pensamiento no puede ser hegemónico. ¿Y los valores como los derechos humanos, empezando por el de la vida, no deberían de ser la piedra angular en el mundo de las ideas? ¿Esos no deberían ser iguales para cualquier ideología y para toda vida? Y si se piensa diferente ¿por qué el abanderado de lo políticamente correcto desprecia, persigue y excomulga cívicamente al que con respeto hace pública su posición? ¿No estaremos cediendo a la extorsión de un posmodernismo intolerante?

En pocos días los jóvenes del Partido Nacional celebran elecciones. Y aunque votar es ejercer la libertad eso no alcanza, porque autoridades y sectores partidarios todavía no percibimos que nuestra obligación principal es obtener el respaldo de ciudadanos pensantes en vez de movilizar maquinarias electorales solamente dirigidas a preparar el escenario electoral de las elecciones internas y de las nacionales.

Nuestro país vive un remolino de hechos políticos, personajes estrafalarios, acusaciones y denuncias que anestesian la capacidad de pensar un mañana construido con la generosidad de todos; tan así es, que una candidatura o una persona con recursos y medios de comunicación tiene más éxito construyen-do símbolos y acumulan-do críticas contra el ad- versario que exponiendo compromisos sólidos y fundados.

Por eso para muchos, cada día más, los valores se depositan en el baúl de las nostalgias.

Más aún, defender su vigencia y plantearlos con claridad y valentía pare- ce ser una peligrosa división de aguas que al comprometer el éxito electo- ral hace preferible abrir el abanico de las ideas contradictorias con el úni- co objetivo de alcanzar el poder .

Actualmente, un 40 por ciento de la ciudadanía es indecisa porque no está conforme con los gobiernos del Frente Amplio. Sabe lo que no quiere, pero no tiene clara la alternativa.

Esperar que la frustración le dé fuerza electoral a un Partido inundado de pensamientos oleaginosos nos puede dar una alegría solo el día de la elección.

Hoy que todos se emocionan con la película de Wilson, poco se recuerda que siguiendo la idea de que “la Unión nos hará Fuerza”, afirmó que “ganar tenía que valer la pena”; y que luego de tantos conflictos nacionales y partidarios vividos su mayor legado partidario fue “cuando yo no esté no se peleen”. Simplemente nos dijo: “el que no piensa en los demás solo piensa en él”; y como se sabe, el que solo piensa en él, es ajeno a toda esperanza de los jóvenes; de tal manera, que la soledad del poder termina siendo el destino de un Presidente electo en esas condiciones.

Todavía estamos a tiempo para evitar encontrarnos en las puertas del infierno de la Divina Comedia del Dante donde está escrita una desoladora advertencia: “Dejad toda esperanza vosotros que entráis”. Ya sería tarde cuando toda una generación comience a sentir nostal- gias en tiempos que tendría que soñar y cumplir sus sueños.

Vivir es combatir dicen las estrofas de la marcha de “Tres árboles”, esa que identifica al Partido Nacional. Que no se transforme en “sobrevivir es otra forma de combatir”.

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Sergio Abreu

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