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Para ganar y gobernar

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Sergio Abreu
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El gobierno no puede sustraerse a su visión ideológica e insiste en que lo que mueve la dialéctica universal no es la idea sino la Materia, que llevada a la dimensión humana se resume en un tema de confrontación social y de concentración de poder.

Esa ideología se convirtió en justificación de dictaduras sangrientas que tuvieron como prioridad el sacrificio de la libertad, como en la fallecida patria del socialismo soviético, la China de Mao y su revolución cultural, y los tropicalismos de los Castro, Chávez y Maduro, en que los derechos humanos tienen apenas el valor de un detalle despreciable.

Este es el tema central del Uruguay de hoy. El gobierno y los sindicatos públicos manejan las tarifas para transferir recursos a la administración central con el fin de financiar un gasto público que ha crecido en los trece años de gobiernos frenteamplistas a niveles indecentes! A lo que se agrega un déficit fiscal de casi un cuatro por ciento y un poder sindical transformado en instrumento de chantaje político que castiga a los estratos más desvalidos de la población.

Esa es la constante y la estrategia de un Frente Amplio que conducido por los sectores más conservadores y radicales desarrolla un doble discurso que lleva a confusiones administradas a su favor.

A partir de esa idea es que el gobierno exhibe intencionalmente dos facetas: una, integrada por los que peroran sobre la apertura, la inversión privada extranjera y una inserción activa en el mercado global, y otra, que negocia internamente el mantenimiento de una "solidaria izquierda" que no tiene otro destino que la pobreza, el retraso educativo, el oscurantismo moral y la intolerancia hacia los que piensan diferente.

Lo expuesto explica el actuar de un Presidente que realiza grandes anuncios, hace viajes con discursos aperturistas, firma Tratados con otros Estados y luego se resigna a que sus propios legisladores sin disciplina partidaria lo ignoren y actúen con total autonomía.

En estos años, basados en esa estrategia, desfilaron el puerto de aguas profundas, el proyecto de Aratirí, la regasificadora, los milagrosos acuerdos de Ancap con la oleaginosa dictadura chavista y una corrupción tan disfrazada como extendida. Tres gobiernos mezclados con frases de Ministros que marcando distancias meten luego "violín en bolsa" para no desentonar en forma estridente con sus propios compañeros de gabinete y de partido.

Eso es lo que explica que la inversión de UPM se considere un hecho histórico como plataforma para la recuperación de la estabilidad macroeconómica y del descendiente nivel de empleo. También es lo que da razón a que las leyes sobre Zonas Francas, Puertos, forestación e inversiones sean los instrumentos principales de una fuerza política que se opuso y votó en contra de todas ellas en el Parlamento; y que ahora, con una ligera genuflexión se ponga al servicio de una empresa que reclama lo mínimo que puede ofrecer un gobierno a cualquiera que apueste a utilizar la cadena logística de un país: una infraestructura mínima!

Mientras tanto se publicitan miles de millones de dólares de beneficios con un preacuerdo que solo obliga al Estado uruguayo y que se utiliza como cortina de humo para ocultar una fragilidad macroeconómica causada por un populismo abrazado a un equilibrio inestable para llegar a las elecciones con un maquillaje concertado.

La verdad es otra; esa izquierda antigua, depredadora y marxista está en el espíritu de la gran mayoría de los dirigentes del Frente Amplio que diseñaron dos gobiernos de utilería para mantener el poder inspirados en el castrismo y en el chavismo que los sustenta.

Por esas razones, no se trata de hacer oposición como el Frente Amplio lo supo hacer. Se trata de ofrecer otra alternativa sin contradicciones insalvables.

¿Qué es lo que quiere la gente? Simplemente una oposición fuerte, seria y fundada que trabaje para cambiar el gobierno y abra sus porteras a los que, estén donde estén, puedan percibir un camino claro y confiable a recorrer.

Partidos disciplinados son necesarios, no solo para reconocer lo bueno que se ha hecho, sino para ser creíbles a través de sus propuestas, de los equipos de gobierno que lo integran y de su fortaleza moral tanto en el decir como en el actuar.

El Partido Nacional es una opción pero si los perfilismos o las candidaturas prevalecen sobre lo que importa, el oficialismo cerrará filas, mientras de sus disidencias internas se ocuparán todos los medios de comunicación comprometiendo su futuro y el de las nuevas generaciones. Ni siquiera alcanzará una eventual victoria electoral, que pronto se transformará en pírrica, si los sectores insisten en ajustar cuentas entre ellos de espaldas a lo que esperan cientos de miles de ciudadanos dentro y fuera del Partido Nacional.

En consecuencia, definirse como Nacional no significa que solo los blancos lo respalden electoralmente. Bienvenidos todos los que coincidan en un proyecto de país; pero para que eso suceda, como decía el recordado Washington Beltrán al reclamar la unidad de su partido, lo primero es reconocer que una mano necesita de la fuerza de sus cinco dedos para empuñar con firmeza el timón del gobierno.

Las candidaturas son todas legítimas porque en democracia solo las avala el pueblo. Pero la competencia no es antropofagia ni maquinarias aceitadas para enfrentar compañeros. Churchill describió la interna de su partido señalando que el enemigo estaba adentro y el adversario afuera. No es lo que el pueblo espera del Partido Nacional, y menos los que lo votarían por primera vez intentando un cambio cada día más necesario.

La historia enseña por analogía. Y de eso saben, tanto los que viven encerrados en la rigidez de una ideología, como los que piensan que si no son ellos los elegidos es preferible que su colectividad política no gobierne.

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