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JUAN MARTÍN POSADAS
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En tiempos normales, una vez terminado el período electoral, se extendía sobre el país una sensación de comienzo.

Había quedado atrás el batuque de la campaña electoral y el suspenso por los resultados, el nuevo gobierno estaba en condiciones de ponerse a trabajar y el uruguayo común y corriente aflojaba en sus comentarios político-partidarios y también él se encaminaba a atender sus asuntos y tareas personales. Empezaba otra etapa.

Pero muchas cosas han cambiado. El factor que ha obligado a los cambios más profundos -el coronavirus- sigue presente, sigue condicionando. La respuesta inteligente y responsable que ha tenido el país (salvando la estupidez jacarandosa de la marcha de la diversidad) nos ha ayudado a ir capeando el temporal con remarcable éxito. Pero el peligro subsiste: acá y en el mundo (y sobre todo en nuestros vecinos limítrofes). Permanece, pues, la necesidad de seguirnos cuidando, siempre bajo el principio de la libertad responsable.

El coronavirus fue primero y antes que nada una amenaza y un riesgo sanitario. A eso se le dio una respuesta sanitaria: preparación de los centros de atención médica, vigilancia epidemiológica, aislamiento de la población, suspensión de clases y actividades comerciales, uso de tapaboca, etc. Pero sin dejar de ser una amenaza sanitaria el coronavirus pasó a ser una amenaza económica y, por ende, social. Las propias medidas o respuestas necesarias para neutralizar los riesgos sanitarios abrieron riesgos económicos. La amenaza sanitaria está hoy circunscripta y si se siguen cumpliendo los protocolos y los comportamientos adecuados, no escapará de esos límites. Pero el riesgo-daño económico producido por la pandemia es más difícil de circunscribir; ha afectado a muchos más uruguayos que los casos de infectados que nos informa cada tarde la televisión.

Respecto a las consecuencias económicas del coronavirus, el gobierno dispuso una batería de medidas de ayuda estatal que son conocidas por todos; se trata de paliativos y son necesariamente temporarias. Lo que viene después -en un después que no será igual para todos- no será la bonanza que sigue a la tormenta sino un país herido al que habrá que dispensarle la misma disposición colectiva a cuidarnos entre todos.

En la medida en que hay un nuevo gobierno en el país y un nuevo talante correspondiente, esa disposición colectiva para lo que viene será del mismo tipo de la disposición con la que se enfrentó la amenaza sanitaria en un primer momento. Es decir que el país se habrá de disponer (ya se está disponiendo) a enfrentar la chicoria sobreviniente al Covid con la misma actitud de libertad responsable. Eso significa una reacción disociada de las conductas tipo sálvese quien pueda, de rebatiña general o de cosecha de los más fuertes sobre los débiles, que es lo que suele suceder en las crisis cuando la libertad no se ejerce responsablemente.

El uruguayo entendió y tiene asimilado que hay un problema sanitario el cual, si no es enfrentado responsablemente por todos, se convierte en un riesgo para todos. Ahora tiene que entender y asimilar que también hay un problema económico y social que necesita ser atendido responsablemente entre todos, los más débiles primero.

En este nivel también vale la consigna de: nos cuidamos entre todos.

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