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Huelga frentista

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Hay dos visiones sociales contrapuestas. Una es la integradora. Que es la nacional, desde el punto de vista liberal del estado nación, más allá de adhesiones partidarias, construido en sociedades jóvenes como la nuestra, por inmigrantes llegados desde los orígenes más diversos con sus culturas, tradiciones, religiones y prácticas cotidianas. Se asientan y conviven con respeto los unos por los otros, dentro de un querer democrático y republicano, respetando diversidades humanas que vienen de la Naturaleza. Sintiendo que hay una bandera y símbolos que representan el mandato de una convivencia y una institucionalidad común, que más allá de las particularidades hacen a la suerte de todos.

Hay dos visiones sociales contrapuestas. Una es la integradora. Que es la nacional, desde el punto de vista liberal del estado nación, más allá de adhesiones partidarias, construido en sociedades jóvenes como la nuestra, por inmigrantes llegados desde los orígenes más diversos con sus culturas, tradiciones, religiones y prácticas cotidianas. Se asientan y conviven con respeto los unos por los otros, dentro de un querer democrático y republicano, respetando diversidades humanas que vienen de la Naturaleza. Sintiendo que hay una bandera y símbolos que representan el mandato de una convivencia y una institucionalidad común, que más allá de las particularidades hacen a la suerte de todos.

La otra es la disolvente que vive de la lucha y el enfrentamiento. La cosa es de hijos contra padres, de jóvenes contra viejos, de oligarcas contra pueblo, de empresarios contra trabajadores, de dueños de la verdad contra errados biológicos, de pobres contra ricos, de ellos -los buenos- contra los demás los malos, de los de La Teja contra los de Carrasco, y -en definitiva de iluminados fascistas que “de pesado”, por la fuerza, quieren imponer su voluntad a todos- y de los demás tontos reaccionarios, ignorantes del “socialismo”.

Los agitadores sindicales en el Uruguay fueron históricamente anarquistas, socialistas marxista-leninistas, comunistas apátridas y totalitarios, y terroristas tupamaros y afines, que amenazaron con un baño de sangre a la tradicional y pacífica convivencia nacional. Lo que vino luego es conocido. Los países de mejor nivel de vida del mundo hace 100 años tenían un nivel de vida parecido al que teníamos en el Río de la Plata. En Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia, etc., a partir del acuerdo laboral de Copenhague de 1899, las gremiales empresariales y organizaciones sindicales, concluyeron en que la huelga era mala cosa. Y, de manera voluntaria fijaron reglas de negociación, conciliación y arbitraje para solucionar conflictos, lo que les dio una extendida paz social, en el marco de un sistema institucional democrático y capitalista, normalmente parlamentario, por el que los partidos y sus representantes, rotan constantemente en el poder. La paz y desarrollo logrados a su merced explican por qué hoy son las naciones con mejores condiciones de vida del planeta.

Para Tabaré Vázquez negociar es conceder. Y así, las regulaciones laborales que hay en el país, impuestas por los sindicalistas, sus patrones, no se sobrellevan. Hace poco un empresario argentino que está terminando obras me decía, “estoy deseando irme del Uruguay, me tienen harto los juicios laborales y los sindicalistas”. No es una opinión aislada. Tabaré les dio derecho a ocupar empresas, violar la libertad de trabajo de los no huelguistas por medios coactivos con impunidad, la ley de tercerizaciones, la cuota sindical de retención obligatoria, varios etcéteras y, frutilla del postre, la abreviación de los juicios, exabrupto hoy vigente. En esta línea se inscribe la ley de responsabilidad empresarial votada recientemente porque Astori y sus muchachos se arrugaron –para variar- ante un malón sindical rojo que sitió y amedrentó a los irresponsables y a los flojos de su grupo en el Palacio Legislativo.

En este marco, el principal comité electoral del Frente Amplio —el Pit-Cnt— organiza un paro general político para convocar al electorado en apoyo a su mecenas Tabaré Vázquez.

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Ricardo Reilly Salaverri

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