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Héroes civiles

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Toda sociedad humana tiene sus héroes militares: hombres (y más raramente mujeres) que contribuyeron a crear un destino común a fuerza de coraje, genialidad o sacrificio en los campos de batalla. Una proporción muy significativa de los monumentos que pueden verse en cualquier ciudad del mundo muestran a alguien con un sable en la mano o en el cinto.

Toda sociedad humana tiene sus héroes militares: hombres (y más raramente mujeres) que contribuyeron a crear un destino común a fuerza de coraje, genialidad o sacrificio en los campos de batalla. Una proporción muy significativa de los monumentos que pueden verse en cualquier ciudad del mundo muestran a alguien con un sable en la mano o en el cinto.

Muchos héroes militares merecen los homenajes que reciben. Otros no los merecen tanto, o tal vez no merezcan ninguno. Pero ese no es el tema de esta nota. El tema es que, así como existen héroes militares, también existen héroes civiles: hombres y mujeres que, a fuerza de capacidad y de coraje público, contribuyeron a construir las instituciones y tradiciones que hacen posible la coexistencia civilizada. Algunos de ellos fueron también héroes militares, o al menos estuvieron presentes en algún campo de batalla. Otros solo se sirvieron de la palabra dicha, de la acción parlamentaria o de la pluma.

Por razones no siempre fáciles de entender, los héroes civiles tienden a caer en el olvido con más facilidad que los militares. Sus logros y conquistas pasan a ser vistos como parte del paisaje, y el correr del tiempo va sepultando sus luchas y sacrificios. Pero eso es un error y una injusticia. Los héroes civiles son tan necesarios como los héroes militares para la construcción de un destino común. En especial, los héroes civiles son imprescindibles si aspiramos a que ese destino común incluya un uso controlado de la autoridad y el respeto de los derechos y libertades que hacen posible la búsqueda personal de la felicidad.

En este contexto se inscribe el reciente homenaje a Francisco Lavandeira organizado por el Partido Nacional. Lavandeira es uno de esos hombres que contribuyeron a construir lo mejor del Uruguay que todavía tenemos. Su nombre y sus actos se mantuvieron frescos en la memoria colectiva durante las largas décadas en las que hubo que luchar para lograr el voto secreto y las garantías electorales. Pero, una vez que los uruguayos terminamos de construir un sistema electoral confiable (allá por 1925), la memoria de Lavandeira fue quedando opacada por el éxito de la causa a la que había entregado la vida.

Francisco Lavandeira no es el único héroe civil surgido de las filas del Partido Nacional. La lista de nombres es larga e incluye a figuras inmensas como Bernardo P. Berro, Washington Beltrán y Wilson Ferreira Aldunate. Tampoco, desde luego, existe un monopolio blanco del heroísmo civil. El Partido Colorado tiene los suyos (como Julio Grauert o Amílcar Vasconcellos) y lo mismo ocurre con la izquierda democrática (que dio grandes figuras como Emilio Frugoni).

El punto no es ponerse a competir para ver quién tiene más héroes civiles, ni tampoco construir una rivalidad entre héroes civiles y militares. El punto es tener claro que el heroísmo civil ha sido muchas veces necesario para construir la república que queremos seguir siendo. Mantener vivo el recuerdo de esos héroes nos ayuda a no perder de vista el significado y el valor de las causas por las que lucharon.

Los héroes militares se construyen en la guerra o en situaciones muy próximas a ella. Los héroes civiles (aun aquellos que sufren una muerte violenta) son los constructores de una paz civilizada y duradera. Mantener viva su memoria es una manera de recordar cómo hemos llegado a ser quienes somos.

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Pablo Da Silveira

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