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Educación y dinero

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Pablo Da Silveira

El gobierno ha estado enfrascado estos días en una dura discusión sobre plata. Un punto central del debate, que involucra al presidente de la República y a todos sus ministros, es cuántos recursos serán destinados a la educación. Por un lado está la posición del Ministro de Economía, que intenta contener el gasto para evitar presiones inflacionarias. Por otro lado están aquellos miembros del gobierno que quieren cumplir cuanto antes con lo prometido durante la campaña electoral.

En un sentido, este debate es positivo: la izquierda uruguaya estaba acostumbrada a pedir más recursos para la educación (o para salud, o para otras políticas sociales) y a que fueran otros los que dijeran que no. En la visión de muchos, ese debate era un choque entre los uruguayos de buena y mala voluntad, entre aquellos que eran sensibles a las necesidades de los otros y aquellos que eran insensibles. Pero ahora son dirigentes de la izquierda los que dicen que no. Y, exactamente como ocurría antes, no lo hacen porque se hayan vuelto insensibles, sino porque tienen sobre sus hombros la responsabilidad de la administración. La discusión actual debería enseñarle a mucha gente que las cosas son más complejas de lo que suponían. Ese es un aprendizaje que puede beneficiar al país.

Hay, sin embargo, un segundo aspecto más preocupante. La discusión dentro del gobierno sobre la cantidad de recursos a volcar en educación es un debate en el que se habla de plata pero no de ideas. La cuestión gira en torno a volcar más dinero o menos dinero, pero nadie dice cómo utilizarlo. El supuesto que todos parecen aceptar es que más dinero es siempre mejor a menos dinero. Y el problema es que ese supuesto es falso.

Los recursos económicos son una condición necesaria para que un país tenga una buena educación, pero están lejos de ser una condición suficiente. Si se ordenan los países según gasto educativo por alumno, y luego se los ordena según los resultados en las mediciones internacionales de aprendizajes, las dos listas son diferentes. Corea del Sur, por ejemplo, gasta por alumno bastante menos que Estados Unidos, pero obtiene mejores resultados. El asunto no es sólo cuánto dinero se gasta, sino si está bien gastado. Mucho dinero volcado en proyectos educativos eficaces es algo muy bueno. Mucho dinero gastado en malos proyectos, o en ningún proyecto, es dinero tan malgastado como cualquier otro.

El problema del debate que está es que luce muy antiguo. Como se hacía hace décadas, sólo se discute cuánto gastar, suponiendo que ya se encontrará la manera de gastarlo bien. Pero, en el mundo de hoy los países que hacen las cosas bien deciden de otra manera: las cifras se discuten asociadas a proyectos. ¿Tenemos una buena estrategia para combatir el abandono escolar en secundaria? Entonces aprobemos el dinero que hace falta para aplicarla. ¿No tenemos ninguna idea acerca de cómo frenar el abandono? Entonces el dinero que aprobemos no va a solucionar el problema. ¿Tenemos planes concretos para mejorar la calidad de los aprendizajes en lengua o en matemática? Entonces reservemos dinero para financiarlos. ¿No tenemos ningún plan concreto? Entonces, si subimos el gasto, lo único que haremos será castigar el bolsillo de los contribuyentes.

Es verdad que a nuestra educación le falta dinero. Pero, mucho más que dinero, le faltan ideas. La mala noticia es que el gobierno no parece estar haciendo nada al respecto.

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