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Deberes sí, deberes no

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Pablo Da Silveira
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La idea de ir a la escuela suele aparecer asociada al recuerdo de "hacer los deberes". Fuera del horario escolar, y ya instalados en nuestras casas, había trabajo que debía ser entregado al día siguiente o, con un poco de suerte, algunos días más tarde.

Se trata de una experiencia muy extendida en el espacio y en el tiempo. El trabajo domiciliario ha sido una práctica educativa dominante a escala internacional, tanto en el nivel primario como en el secundario. Pero, como tantas cosas, hoy está sometido a debate.

Del lado de los críticos, hay quienes se oponen a mandar deberes porque eso generaría una presión innecesaria en unos alumnos que necesitan más tiempo para descansar y para jugar. Otros presentan evidencia que pone en duda la eficacia de los deberes para mejorar la calidad de los aprendizajes. Otros todavía dicen que los deberes están asociados a una concepción individualista de la educación, que debe ser abandonada en beneficio de lo grupal.

Del lado de quienes siguen defendiendo la práctica, algunos presentan evidencia que sugiere que hay efectos positivos sobre los aprendizajes. Otros afirman que los deberes ayudan a reforzar los hábitos de trabajo y responsabilidad, así como a administrar el tiempo personal. Otros todavía sostienen que, lejos de imponer el trabajo individual, las tareas domiciliarias son una oportunidad para involucrar a las familias en el proceso de formación de los hijos.

Frente a una división de opiniones tan profunda, ¿qué debemos hacer los uruguayos? ¿Debemos abandonar la práctica de "mandar deberes" en nuestro sistema educativo o, al contrario, debemos mantenerla?

Así formulada, la pregunta está mal hecha. Intentar responderla no va a resolver nuestras dificultades sino que más bien va a agravarlas. Eso se debe a que nos lanza a buscar una única respuesta a ser aplicada en todas las escuelas y todos los liceos. En la propia formulación está implícito que debemos tomar una decisión (deberes sí, deberes no) y luego aplicarla de manera universal.

Este es un enfoque frecuente entre nosotros, pero es también un enfoque inadecuado. En primer lugar, porque conduce rápidamente a bloqueos. En segundo lugar, porque no es lo que precisamos. Lo que de verdad necesitamos no son monopolios pedagógicos, sino una saludable diversidad que nos permita responder a la complejidad de problemas y de contextos.

Lo único que puede decirse con seriedad a propósito de los deberes es que no hay ningún consenso técnico a favor ni en contra de ellos. Y lo segundo que puede decirse es que, dada la variedad de alumnos y situaciones, difícilmente haya una respuesta que sea la mejor para todos.

Por eso es preferible que distintas comunidades educativas y distintas tradiciones pedagógicas den respuestas diversas. Si una escuela consigue incluir y generar aprendizajes de calidad sin mandar deberes, no hay nada que objetar. Y si otra consigue los mismos resultados poniendo énfasis en el trabajo domiciliario, tampoco hay razones para poner trabas. Lo importante es que, en ambos casos, ganen los alumnos.

Si queremos resolver los problemas educativos que nos aquejan, los uruguayos vamos a tener que acostumbrarnos a incorporar fuertes dosis de diversidad pedagógica. Y si queremos hacerlo con seriedad, vamos a tener que modificar nuestras ideas sobre currículum, desempeño docente y evaluación de resultados.

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