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180 años

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Este es un año muy especial para la democracia uruguaya. Los dos partidos fundacionales (o tradicionales, o históricos) cumplen 180 años de vida.

Este es un año muy especial para la democracia uruguaya. Los dos partidos fundacionales (o tradicionales, o históricos) cumplen 180 años de vida.

Como siempre ocurre, la exactitud de la fecha puede dar lugar a discusiones. El Partido Nacional ha contado tradicionalmente a partir del 10 de agosto de 1836, cuando el presidente Oribe estableció la divisa “Defensores de las leyes”. Pero sus orígenes pueden rastrearse hasta la cruzada de 1825, o aun antes si se tiene en cuenta que los blancos son herederos del federalismo artiguista. Los colorados pueden, asimismo, rastrear los orígenes de su propia tradición hasta etapas bastante tempra- nas de la trayectoria de Fructuoso Rivera. Pero lo cierto es que, cuando ocurre la batalla de Carpintería, el 19 de setiembre de 1836, ya estamos ante dos bandos organizados que tienen identidad propia y expresan diferentes sensibilidades políticas.

Lo asombroso no es que esos partidos hayan nacido tan temprano, sino que se hayan mantenido vivos y gravitantes hasta hoy. Muy pocas democracias en el mundo cuentan con partidos tan antiguos que sigan vigentes. A eso se suma el inmenso impacto acumulado que han tenido sobre la vida del país. Como suelen decir los politólogos, la política uruguaya es “partidocéntrica”. La solidez institucional que nos distingue y de la que nos sentimos orgullosos es el resultado de un complejo juego de enfrentamiento y cooperación entre los dos viejos partidos. También tiene ese origen la civilizada tradición de coparticipación que tanto nos diferencia de los países vecinos.

Uruguay es un país de partidos viejos y gravitantes. A los dos partidos fundacionales se sumó hace 45 años el Frente Amplio, que entre nosotros parece relativamente nuevo pero sería considerado antiguo en muchas partes del mundo. El Frente Amplio prolonga las tradiciones cívicas típicamente uruguayas mucho más de lo que aparentan creer algunos de sus dirigentes y muchos de sus militantes.

Por estas y otras razones, este aniversario no debería ser resaltado únicamente por blancos y colorados, sino por todos quienes se interesan en nuestra vida política e institucional. Por eso es llamativo (y una señal de muchas cosas) que el mundo académico no haya tomado nota. No hay anunciadas publicaciones ni eventos que convoquen a una reflexión sobre el tema, mientras se presta atención a asuntos menores. Tampoco ha habido ninguna reacción ante el otro gran aniversario que se celebra en julio próximo: los cien años de la elección de constituyentes de 1916, primera votación nacional con voto secreto. A esa rareza académica se suma una política. Es llamativo que en un país con tradiciones partidarias tan sólidas, haya quienes llamen a diluir a los partidos como camino para construir un Uruguay mejor. No es que los partidos estén libres de fallas ni de errores, pero son de las cosas que a los uruguayos nos han salido mejor. Ni la actividad económica ni la cultura nos han dado un lugar tan destacado en el mundo como el que nos ha dado nuestro sistema político “partidocéntrico”. Proponer echar por la borda esa formidable acumulación sugiere mucha ignorancia acerca de quiénes somos y puede convertirse en un acto de irresponsabilidad histórica.

Desde luego que hay que buscar nuevos horizontes. Pero las personas y las sociedades mejoramos apoyándonos en lo que sabemos hacer bien, nunca destruyéndolo.

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Pablo Da Silveira

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