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Otra vez la pelota...

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Hay fútbol!" El anuncio triunfal del periodista de TV tras la "cumbre" entre jerarcas de la AUF y del gobierno debido al estallido de violencia de días atrás, muestra lo grave de la crisis que afecta al principal deporte y obsesión del país. Y deja pocas esperanzas de que este nuevo sacudón aporte un remedio de fondo para el proceso degenerativo que lo azota.

Hay fútbol!" El anuncio triunfal del periodista de TV tras la "cumbre" entre jerarcas de la AUF y del gobierno debido al estallido de violencia de días atrás, muestra lo grave de la crisis que afecta al principal deporte y obsesión del país. Y deja pocas esperanzas de que este nuevo sacudón aporte un remedio de fondo para el proceso degenerativo que lo azota.

Todo comenzó con un nuevo acto de violencia tras el partido en que Nacional perdió con un equipo argentino. Allí hubo todo lo acostumbrado: agresiones, peleas, destrozos de butacas y baños (lindo negocio ser el sanitario del Estadio). Y para agregar a la mezcla, algunos episodios repugnantes de violencia policial. Ante la habitual e hipócrita indignación popular del día siguiente, el presidente Mujica se mandó una de sus habituales (¿hipócritas?) salidas, anunciando que no habría más custodia policial en los estadios, lo cual implicaba la paralización del torneo oficial.

Pero, para alivio de dirigentes, hinchas, periodistas, y pueblo en general, todo volvió a su cauce. La reunión de jerarcas se saldó con algunos discursos aguerridos, anuncios rimbombantes, y la promesa de que la pelotita seguirá rodando. Al menos hasta que los grupos de energúmenos que manejan las "barras" de los cuadros, decidan que es hora de dar otra muestra de poder y el ciclo vuelva a reanudarse.

Es que un círculo vicioso envuelve al fútbol y abarca a toda la sociedad, y desde lo más alto del poder a lo más bajo de la miseria social.

Allí, en los estamentos más lumpenizados y degradados (algo que excede lo meramente económico) crece la "mano de obra" de la que se nutren las "barras". Hace 10 años, un informe de El País entrevistaba a varios de sus líderes, que dejaban testimonio de sus convicciones. "Si estás en la barra tenés que pelear, tenés que pegar porque estás defendiendo a tu club". "Es algo mágico ver a 500 tipos saliendo desde la sede, caminando con colores, camisetas y banderas, supera a cualquier droga". Tocante y emotivo.

Luego alcanza a los dirigentes, que si bien hoy denuncian ser los perjudicados por los grupos violentos, durante años los cobijaron, nutrieron de "entradas de favor", acceso privilegiado a sus instalaciones, aportes para los viajes, incluso defensa legal por parte de sus más notorias figuras. Es más, varios de esos dirigentes han llegado a sus cargos reivindicando su habilidad para moverse en las zonas grises que al parecer son intrínsecas a la política local del fútbol.

Hablando de política, es claro que el foco infeccioso ha llegado a los más altos estamentos públicos. Nada menos que la esposa del ministro del Interior, el hombre encargado de reprimir a los violentos, ha hecho ostentación de su nexo con los "barras", posado con sus banderas, y hasta ha sido acusada por gente de su propio sector de usarlos para fines electorales. Y destacados dirigentes de todos los partidos, suelen ensalzar el "color" y la "fiesta" que estos grupos aportan al deporte.
Y, nobleza obliga, los medios de prensa no están libres de pecado. Son habituales las entrevistas a los que manejan estos grupos, glorificando sus apodos, sus tatuajes, y su pasión irracional. Hace poco un conocido presentador ironizaba sobre lo distinto que era el público de cada fin de semana comparado con el que acude a ver a la selección nacional, al que poco menos que calificaba de bobalicón, por hacer "la ola".

En medio de esto queda la Justicia, a quien todos reclaman mano dura cuando explota un episodio puntual, pero a la que todos critican en cuanto intenta hacer algo al respecto.

Para quien no participa internamente de los vericuetos que mueven al fútbol, hay algunas preguntas que parecen evidentes. Estamos ante grupos organizados, con dirigencias perfectamente identificadas (ahora se los llama "referentes"), con denuncias concretas de participar en tráfico de drogas, de armas, de personas, extorsión, vandalismo, y algún que otro asesinato. ¿Cuánto le puede llevar a la Policía poner una lupa sobre esos "referentes" y conseguir evidencia que permita a la Justicia acusarlos de algo más serio que una simple riña? Si los dirigentes dicen que los violentos son "200 tipos", ¿qué tan difícil puede ser identificarlos y que no puedan acercarse más a una cancha de fútbol? Si todo el mundo está de acuerdo que este fenómeno ha expulsado a la gente normal que antes iba a ver el fútbol, ¿por qué la sociedad sigue festejando las muestras de imbecilidad protagonizadas por estos grupitos de antisociales?

La respuesta parece ser que a nadie le importa demasiado estas cuestiones. Lo importante, lo trascendente, es que "haya fútbol". El show debe continuar.

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Martín Aguirre

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