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Entre Joselo y Amodio

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Uruguay es un país muy raro. Donde casi nunca pasa nada, donde algunas semanas encontrar tema para una columna como esta es un parto. Y de repente, en siete días pasa de todo, y hay que hacer un esfuerzo de síntesis para hundir el bisturí donde duele. Los elegidos de hoy son dos, el regreso de Amodio Pérez y la caída en desgracia de Joselo López.

Uruguay es un país muy raro. Donde casi nunca pasa nada, donde algunas semanas encontrar tema para una columna como esta es un parto. Y de repente, en siete días pasa de todo, y hay que hacer un esfuerzo de síntesis para hundir el bisturí donde duele. Los elegidos de hoy son dos, el regreso de Amodio Pérez y la caída en desgracia de Joselo López.

El autor debe reconocer que toda la discusión sobre el período negro predictadura, y la dictadura en sí misma, le genera una sensación de hastío. No porque no lo considere relevante o de interés histórico. Pero el protagonismo que esos años tienen en la política actual, y el abuso que algunos actores han hecho en el manejo de ese período como forma de vida política, para alguien que ni tenía 18 años cuando el “voto verde”, a veces resulta agotador.

Por eso, todo el episodio de Amodio Pérez generaba sentimientos encontrados. Por un lado, la historia es fascinante. El tipo que fue uno de los tres máximos líderes de los Tupamaros, el gran estratega militar, que según la historia oficial traicionó a sus compañeros y desapareció por 40 años, vuelve al país a dar la cara. A un país donde su gran rival vivo es ministro de Defensa, y donde uno de sus hombres de segunda línea acaba de ser presidente. En Hollywood se les caería la baba.

Pero por otro, de nuevo el país se enfrascará en debates eternos y estériles, en la “tupamarología” para iniciados, en que si menganito dijo tal cosa, o zutanito era un mujeriego, o que si la estrategia hubiera sido otra...

Lo más llamativo fue la hipocresía de muchos de esos que han hecho de ese período de la historia una forma de vida. De golpe, a nadie importaba lo que Amodio tenía para decir, era todo viejo, aburrido, intrascendente. O se indignaban de que se le diera voz a un “traidor”. ¿Traidor a quién? ¿A gente que se alzó contra una democracia en 1963 creyendo que iban a lograr el paraíso en la tierra a balazos e inyecciones de pentotal? Viendo los efectos que eso dejó en el país, y en otros donde movimientos similares triunfaron, ¿hay alguien que en 2015 pueda ver esa causa con simpatía?

Este doble discurso es el pie perfecto para ingresar en el otro tema excluyente de la semana: el desbarranque de Joselo López.

Se trata de una de las figuras más importantes del sindicalismo uruguayo, líder del gremio del INAU, mandamás de la poderosa confederación de trabajadores públicos que ha torcido el brazo a cada gobierno que ha buscado reformar el Estado. Además acaba de ser nombrado nada menos que vicepresidente del Pit-Cnt.

Y de golpe, coincidiendo con el primer paro general en años, para el cual el Pit ha movilizado recursos como nunca, aparece un video donde se ve a López al mando de unos treinta funcionarios que reducen un motín de menores de manera violenta y agresiva.

De inmediato, todo el espectro político oficialista le saltó a la yugular. Dirigentes del Frente Amplio, jerarcas del INAU, todo el abanico de “onegés” afines a la izquierda, denunciaron su actitud y reclamaron su caída. Algo que viendo las imágenes parece natural. Pero que también puede generar suspicacias. ¿Por qué ahora?

Porque no había nadie en este país con un mínimo de información que no supiera la manera en que se las gastó siempre López y su grupo de seguidores en el INAU, conocidos como los “brazos gordos”, no por su sutileza en el trato, precisamente. Han sido decenas las denuncias de abusos, de corrupción, de acomodos que ha habido en estos años, y que nunca conmovieron a nadie. Han sido varios los jerarcas respetados y con buenas intenciones que pasaron por el INAU y se fueron por no poder con ellos.

Es más, en la última elección, cuando se discutió sobre la baja de imputabilidad, sus promotores decían claramente que uno de sus beneficios era crear una estructura por fuera de la actual, que permitiría escapar a la influencia de estos funcionarios. Pero el tema fue explícitamente ignorado por sus antagonistas, que al parecer creían que todo iba de lujo. Algo parecido pasa con los dirigentes de COFE y del Pit-Cnt, los que en campaña llenaban sus termos de colibríes y acusaban a medio país de odiar a los jóvenes, y que ahora, aún después de ver el video, siguen defendiendo a su compañero, y sólo lo bajaron del estrado en un intento por evitar que el tema les arruinara el gran evento promocional del año.

Vale decir que de todo el arco oficialista, solo dos instituciones alzaron su voz contra López antes del video. La Institución de Derechos Humanos, y el semanario Brecha. Y apenas en los últimos meses. Mientras tanto, la Justicia uruguaya encuentra tiempo para retener a un viejo de 80 años que vuelve a su país a intentar dar vuelta una historia, laudada y manipulada por todos los que la vivieron. Lo dicho, Uruguay es un país muy raro.

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Martín Aguirre

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