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Moisés, mujer y negra

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Es extraño que su biografía no haya merecido una película de esas que son candidatas seguras al Oscar. La confiable página IMDB, indica solo un modesto telefilm: A Woman Called Moses, 1978. Unas pocas biografías, una novela, una ONG, menciones en algunos libros de texto, un barco de la marina de los Estados Unidos, botado en 1944 que llevó su nombre y una difusa pero firme popularidad agotaban su relevancia hasta hoy.

Es extraño que su biografía no haya merecido una película de esas que son candidatas seguras al Oscar. La confiable página IMDB, indica solo un modesto telefilm: A Woman Called Moses, 1978. Unas pocas biografías, una novela, una ONG, menciones en algunos libros de texto, un barco de la marina de los Estados Unidos, botado en 1944 que llevó su nombre y una difusa pero firme popularidad agotaban su relevancia hasta hoy.

En 2015 la organización “Women on 20s” se propuso sustituir la imagen del dos veces presidente Andrew Jackson, en el billete de 20 dólares, por la de una mujer. Hubo una primera lista de 85, reducida a cuatro, mediante votación en línea. Este 20 de abril el Departamento del Tesoro ha decidido que Harriet Tubman sería la nueva imagen.
Nació esclava en el estado de Maryland en 1820.

La descripción de sus tempranos sufrimientos sería reiterativa y hasta morbosa para cualquier lector que se haya asomado a la vasta cinematografía y literatura sobre la esclavitud. No son las sevicias -difícilmente evitables- las que la hacen entrar en la Historia, sino su libre opción por el servicio y la heroicidad.

Visto desde una perspectiva humana y no teológica, Moisés no eligió ser salvado de las aguas ni formar parte de la familia del Faraón, ni Harriet su condición de esclava. Pero ambos eligieron libremente el camino del deber. Aunque era analfabeta adquirió un solido conocimiento de la Biblia, a través de los relatos de su madre y una profunda religiosidad le acompañó a lo largo de sus 93 años.

Harriet se casó a los 24 años con John Tubman, un negro libre, mientras ella permanecía esclava. Su marido apenas será una vaga sombra en su vida. Las dificultades se agudizaron cuando su patrón decidió venderla. Oró al Señor para que tal cosa no ocurriese, mientras su enojo crecía, entonces suplicó: “Oh Señor, si no puedes cambiar el corazón de ese hombre, mátale.” Una semana después, Brodess murió y Harriet se sintió culpable por los poderes taumatúrgicos que parecía tener pero de los que siempre estuvo convencida: “Nunca he conocido a una persona, sea del color que sea, que tuviera mayor confianza en la voz de Dios; era como si hablara directamente a su alma”. Así lo dijo el líder abolicionista Thomas Garrett.

La situación se volvió peor en manos de Elisha, la viuda de Brodess. Las mujeres sureñas solían ser especialmente crueles con sus esclavas jóvenes, atribuyéndoles capacidad sexuales desbordadas capaces se seducir a sus maridos. Entonces Harriet decidió que solo tenía dos caminos por delante: “libertad o muerte; si no podía tener una, tendría la otra.” Lo logró en su segundo intento. Anunció su huida entonando para su madre un salmo que decía “Me dirigiré a la tierra prometida”.

Para lograrlo utilizó el llamado tren subterráneo, una red organizada por negros libres, blancos abolicionistas y activistas cristianos, mayoritariamente cuáqueros. Los fugitivos recorrían a pie, el camino hacia la frontera no esclavista. Durante el día se ocultaban en las “Casas Seguras”, que pertenecían a blancos abolicionistas. Por fin llegó a Filadelfia.

Dice la Biblia que Moisés, indignado por la brutalidad de un capataz egipcio que maltrataba a un esclavo hebreo, lo mató, huyó de la corte y el país. Se instaló en la tierra de Madián, donde se casó y vivió muchos años. Pero un día llevando su rebaño al monte Horeb se sorprendió ante un arbusto que ardía sin consumirse. Cuando Moisés intentó acercarse, Dios le habló. Dice el libro del Éxodo: “Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus opresores, pues he conocido sus angustias. Por eso he descendido para librarlos de manos de los egipcios y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a una tierra que fluye leche y miel [...] Ven, por tanto, ahora, y te enviaré al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los hijos de Israel”. La metáfora teológica es formidable: a pesar de los años pasados, un fuego interior, que no se apagaba, le recordaba a Moisés la obligación hacia su pueblo. Ese mismo fuego ardía en el corazón de Harriet Tubman: “Era una extraña en una tierra extraña. Mis padres y hermanos estaban en Maryland. Pero yo era libre y quería que ellos también lo fueran”.

En 1850, una nueva ley, dictada por la presión de los estados esclavistas, obligaba a todos los organismos oficiales a ayudar en la captura de los esclavos que habían huido, e imponía fuertes castigos a quienes escaparan. Ahora los riesgos eran mayores y el destino más lejano: Canadá.

Harriet Tubman se convirtió en una de los más eficaces miembros del tren subterráneo; comenzó a ser conocida como “Moisés”. Durante once años hizo el viaje una y otra vez. Llegaba discretamente durante las noches largas y oscuras del invierno, cuando la mayoría de la gente se refugiaba en sus casas, tomaba contacto con quienes estaban dispuestos a huir, los instruía precisamente y con ellos abandonaba la ciudad, preferentemente en las tardes de sábado, puesto que los periódicos no imprimirían pedidos de captura hasta la mañana del lunes. En el camino debía mostrar su autoridad ante el factible y peligroso arrepentimiento de algún fugitivo. En más de un caso extrajo su pistola y dijo “continúa o te mataré”.

Durante la guerra de Secesión, Harriet desempeñó los más variadas trabajos, desde enfermera hasta espía. Pero lo más sorprendente es su participación significativa en acciones armadas como las de Combahee River y fuerte Wagner.

Incluso tuvo tiempo para enfrentar al prudente Abraham Lincoln, cuando no se decidía a proclamar la emancipación de los esclavos: “Dios no permitirá que el señor Lincoln venza al Sur hasta que no haga lo correcto. El señor Lincoln es un gran hombre, y yo soy una pobre negra; pero el negro puede decirle a Lincoln cómo ahorrar dinero y vidas jóvenes”.

Terminada la guerra vivió modestamente -no recibió pensión alguna hasta 1899- y no dejó de militar en las causas civiles. También vivió lo suficiente como para ver que su pueblo había salido de Egipto, pero la travesía del Sinaí recién comenzaba. Falleció el 10 de marzo de 1913.

En estos días el pueblo judío celebra el Pesaj, la salida de Egipto y vale la pena, para todos los seres libres, meditar sobre los deberes que emanan de la Torá: “Recuerda que fuiste esclavo en Egipto”.

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Luciano Álvarez

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