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La herejía como carrera

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En su apasionante libro Héroes y herejes (1963), Barrows Dunham dedica un capítulo a Marco Antonio de Dominis con el título de La herejía como carrera, ciertamente adecuado pero insuficiente para definir a este personaje que vivió entre 1560 o 1566 y 1624.

En su apasionante libro Héroes y herejes (1963), Barrows Dunham dedica un capítulo a Marco Antonio de Dominis con el título de La herejía como carrera, ciertamente adecuado pero insuficiente para definir a este personaje que vivió entre 1560 o 1566 y 1624.

Nació en Rab, ciudad Dálmata, en la actual Croacia, por ese entonces bajo dominio veneciano. Fue educado por los jesuitas, cursó estudios en la universidad de Padua donde sería luego profesor de matemáticas. En 1588 pasaría a la de Brescia como profesor de retórica, lógica y filosofía, aunque sus intereses científicos le llevaron a estudiar óptica. En 1611 publicó un tratado sobre la dispersión de la luz en el arco iris que le daría buena fama; Isaac Newton lo citará en Opticks (1704), aunque su tesis había sido avanzada tres siglos antes por Teodorico de Freiberg.
Paralelamente a su carrera académica discurría la eclesiástica. A partir de 1596 fue sucesivamente nombrado obispo de las ciudades de Segna, Modrus y por fin Split, la más importante, ya que lo consagró como primado de Dalmacia. En estos cargos mostrará los rasgos más acusados de su personalidad: una indudable inteligencia, sumada a un carácter “irascible, pretencioso y terriblemente codicioso”. Los conflictos con los obispos de su región serán moneda corriente.

En 1605 llegó al papado Paulo V (1605-1621) y pronto estalló un conflicto de jurisdicción con Venecia por dos leyes: una que prohibía la enajenación de bienes raíces a favor del clero y otra que exigía la aprobación del poder civil para la construcción de nuevas iglesias. La disputa fue teológica y política; la prudencia de España y Francia evitó que fuese militar. Durante dos años el Papa colocó a Venecia bajo el interdicto, una sanción por la cual se prohibe a los clérigos celebrar los sacramentos, salvo el bautismo.

El docto fraile Paolo Sarpi (1552-1623) opuesto a los privilegios e inmunidades del clero, asumió la defensa de la posición veneciana. De Dominis se le sumó e inició una activa correspondencia con Sarpi. El conflicto convenció a De Dominis de la validez relativa del poder papal. Las quinientas coronas anuales que el papado sacaba de su diócesis pueden haber influido. De todos modos su carrera no tuvo cambios hasta 1616 cuando sir Henry Wotton, embajador inglés en Venecia le tentó con la propuesta de viajar a Inglaterra donde, le dijo, recibiría del rey Jacobo I, “algo más que una simple bienvenida verbal”. Las relaciones entre Roma y Londres pasaban por uno de sus peores momentos.

De Dominis, comenta Barrows Dunham “Era lo bastante importante como para producir pena entre los que desertaba y alegría en aquellos a los que se unía.” Durante su viaje a Inglaterra, que incluyó altos en Suiza, Heidelberg y Rotterdam, publicó su justificación en un libelo antipapal titulado Escollos del naufragio cristiano. A pesar de su dureza dejó constancia que “huyo de los engaños, pero nunca me alejaré del amor a la Santa Iglesia Católica.”

El 26 de diciembre de 1616 llegó a Londres y las promesas se cumplieron ampliamente. Se le otorgó el tercer cargo en importancia de la Iglesia anglicana, solo detrás de los arzobispos de Canterbury y York, lo que obligaba al resto de los obispos a pagarle tributos. Mas tarde sería también decano de Windsor.

Al mismo tiempo retomó su actividad como profesor en Oxford y Cambridge. Sus publicaciones son numerosas y le dieron una gran popularidad. Además de dar a conocer una tesis sobre la relación entre las mareas y la Luna, se sucedieron obras teológicas, de las cuales la más importante será De republica ecclesiastica contra Primatum Papae. Allí se postulan ideas ecuménicas que serían retomadas recién en el siglo XIX. Según De Dominis la Iglesia debiera ser una estructura republicana y federal en la que el Papa fuera la cabeza simbólica y tuvieran cabida en ella todas las expresiones cristianas. En 1619 editó en Londres Historia del Concilio Tridentino, la obra magna de su primer maestro teológico, Paolo Sarpi. Para ello recibió una generosa subvención real de la cual Sarpi no vio una sola moneda.

En 1621 De Dominis sufrió una nueva crisis religiosa. No fueron ajenos a ella algunos datos de la realidad. Por un lado el rumor de que el príncipe heredero, Carlos, se casaría con una princesa católica, con los riesgos que esta opción acarreaba para la tranquilidad religiosa del reino. Por otro, su prestigio en la corte había caído debido a los constantes conflictos que su codicia generaba con los arrendatarios de sus dominios. La decisión de volver al seno de la Iglesia Católica se concretó cuando supo que un antiguo mentor, Alessandro Ludovisi, acaba de ser electo Papa como Gregorio XV.

Como en Venecia lo había hecho el embajador inglés, ahora fue el de España quien negoció las condiciones de su arrepentimiento, que incluían el perdón y un buen salario. También se encargó de sacar sus enormes riquezas como equipaje diplomático. Luego encaró al rey al que convenció de su fidelidad a la Iglesia de Inglaterra y de que su viaje a Italia pretendía lograr la reconciliación entre Roma y Londres: “¡Ante Dios y Jesucristo, siempre reconoceré en mi corazón y profesaré abiertamente que la Iglesia de Inglaterra es una Iglesia de Cristo, verdadera y ortodoxa, y si en algún momento pienso o digo lo contrario, que todos los hombres puedan decir que soy un sinvergüenza”. Era un sinvergüenza. Apenas cruzó a Bélgica publicó sus motivos para renunciar a la Religión Protestante. Lleno de contrición escribió: “Entonces, yo, pobre gusano, de este modo maltratado, empiezo a girar de nuevo...”

Sin embargo, De Dominis no había tenido en cuenta un detalle: Gregorio XV estaba viejo y enfermo de modo que murió apenas cumplió tres años de papado, en 1623. Su sucesor, Urbano VIII, lo sometió a la Inquisición, que le acusó de uno de los delitos más graves: ser un relapso, es decir un hereje que recae en el error del que había abjurado. De Dominis se defendió con su reconocida inteligencia, pero murió en prisión, el 8 de septiembre de 1624. La inquisición se sintió molesta por ese contratiempo pero lo solucionó pocos días después quemando su cadáver y sus libros.

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Luciano Álvarez

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