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Las fuentes de Judith Miller

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En marzo de 2003 EE.UU. inició la invasión a Irak. En abril comenzaron sus actividades los cuatro equipos MET Alpha, dependientes del Pentágono, con la misión de buscar en 578 “sitios sospechosos” de almacenar componentes químicos, biológicos y nucleares, argumento principal para iniciar la guerra. Con ellos va Judith Miller, única periodista autorizada a acompañar la operación.

En marzo de 2003 EE.UU. inició la invasión a Irak. En abril comenzaron sus actividades los cuatro equipos MET Alpha, dependientes del Pentágono, con la misión de buscar en 578 “sitios sospechosos” de almacenar componentes químicos, biológicos y nucleares, argumento principal para iniciar la guerra. Con ellos va Judith Miller, única periodista autorizada a acompañar la operación.

Era lógico. A través de sus artículos en el New York Times, había sentado las bases para la convicción sobre el poderío nuclear y químico del régimen de Hussein. Durante la búsqueda, la conducta de Miller era menos la de una periodista que una experta gubernamental: si no buscaban las armas en los lugares que ella indicaba, amenazaba con telefonear al Pentágono y al presidente Bush.

Cuando pasaban los días sin resultados, su histeria aumentó. El 24 de julio publicó un artículo en el que se quejaba del “caos, desorganización, feudos entre departamentos, disputas entre varias unidades militares y recortes de todo tipo: desde la gasolina a la sopa.” También recordó que “La Administración de Bush hizo repetidas veces mención a [estas armas] para justificar la guerra.” Olvidaba señalar su contribución a esa tesis.

Judith Miller, nacida en 1948, había ingresado al New York Times en 1977. Su Carrera se disparó en 2002 cuando formó parte del equipo del diario que ganó el Pulitzer por una serie de diez reportajes “publicados antes y después de los ataques del 11 de septiembre, en el que perfila el terrorismo global y sus amenazas.”

Sin embargo, varios colegas desconfiaban de sus métodos de trabajo. En diciembre de 2000, Craig Pyes, uno de los miembros del equipo que ganaría el Pulitzer, había enviado una nota a la dirección criticando su tendencia a abusar de las fuentes gubernamentales y su poca disposición a comprobar los datos: “Ya no estoy dispuesto a trabajar más sobre este proyecto con Judy Miller. No confío en su trabajo, su juicio, o su conducta”. Pyes dejó el Times mientras la estrella y la fama de Miller crecían. Era apasionada por sus historias, celosa de sus fuentes y obsesiva, casi imposible de controlar. Muchos de sus compañeros pensaban como Craig Pyes, pero ni siquiera sus jefes osaban supervisar su trabajo.

En Junio de 2001 participó como invitada especial de un simulacro de ataque bioterrorista y comenzó a escribir sobre la Guerra bactereológica. En octubre fue una de las personas que recibieron las cartas con anthrax, un ataque demencial realizado por Bruce Ivins, un investigador senior del ejército que no sería descubierto hasta 2008. Mientras tanto se responsabilizó a Irak.

El 20 de diciembre de 2001 Miller denunció la existencia de 20 laboratorios secretos de armas bioquimicas e instalaciones subterráneas nucleares en Irak. No pasaba una semana sin publicar un frondoso artículo sobre la cuestión del Medio Oriente.

El 8 de setiembre de 2002, cuando se cumplía un año de los atentados de las Torres Gemelas escribió un largo artículo de 3700 palabras donde denunciaba que en los últimos 14 meses Sadam Hussein estaba comprando unos tubos de aluminio, “elementos de centrífugas para enriquecer uranio” con el fin de producir armas nucleares. También informaba que “está tratando de crear nuevas armas químicas. [...] Irak tiene la capacidad de fabricar por lo menos 50 toneladas de agente nervioso líquido.” Entonces, la CIA presentó voluminosos informes que lo desmentían. Sin embargo, el gobierno prefirió la voz de Miller, que era la suya. El vicepresidente Cheney, al promover la guerra en septiembre de 2002, citó ampliamente sus artículos.

Otros se encargaban de desprestigiar a la CIA, que había quedado mal parada luego del 11/9. Richard Perle, miembro de la Junta de Política de Defensa dijo que el análisis de la CIA sobre Irak “no vale ni el papel en que está impreso”.

Judith Miller también colaboró para evitar que la convicción pudiese ser alterada por la realidad. Cuando se discutía sobre una nueva misión de inspectores de la ONU a Irak, publicó un artículo titulado “La verificación es difícil, en el mejor de los casos, y tal vez imposible, dicen los expertos.” Los “expertos” eran sus misteriosas fuentes. Miller siguió atizando el fuego. El 3 de diciembre de 2002 publicó un articulo sobre Nelja N. Maltseva , alias “Madame viruela”, una científica rusa que habría dado a los iraquíes “una cepa particularmente virulenta de viruela”.

Cuando no se encontraron las famosas armas de destrucción masiva, Miller alegó que una fuente le había informado de la eliminación de los arsenales, días antes del comienzo de la invasión. Ya nadie le creía. Entonces se conoció un mail en el que Miller tranquilizaba a sus jefes, mencionaba y defendía a su principal fuente de información, desde al menos diez años: “Él nos ha entregado la mayoría de las exclusivas sobre armas de destrucción masiva que han aparecido en la primera página de de nuestro periódico”. Se trataba de Ahmed Chalabi, un matemático, que había estudiado en las prestigiosas universidades de Chicago y el MIT, banquero estafador en Jordania, líder de un partido de oposición en Irak, colaborador de varios servicios secretos como el Mossad y la CIA, pero probablemente, también agente iraní.

Fue su perdición. El New York Times se vio obligado a ofrecer una disculpa pública por desinformar al público y precisó que cinco de los seis artículos con información falsa sobre las armas de destrucción masiva fueron escritos o coescritos por Miller.

Los periodistas hicieron cola para publicar artículos contra la falsaria. En el propio New York Times, Maureen Dowd tituló el suyo “Mujer de destrucción masiva”.

Pero la pregunta fundamental sigue en pie: ¿Cómo los responsables del periódico no supervisaron el trabajo de Miller? ¿Cómo no pusieron en marcha los procesos habituales de verificación? Puede haber varias hipótesis entre las que no se descarta que Miller hacía vender muchos diarios.

El prestigio del Times quedó dañado y el estrellato de Judtih Miller acabado, aunque haría un último intento desesperado para salvarse: involucrándose en el escándalo llamado “Plamegate”.

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Luciano Álvarez

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