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Los gobernantes cuyo ejercicio del poder ha sido corrompido por la falta de controles, la megalomanía o la demagogia, suelen ser una presa fácil para los estafadores o los delirantes. Ignoro a cual de estas dos categorías perteneció Ronald Richter (1909-1991).

Kurt Tank, experto en aeronáutica en tiempos de Hitler, fue uno de los centenares de ingenieros alemanes llegados a la Argentina, luego de la guerra; trabajó para crear un avión a reacción argentino. Un día de agosto de 1948 intro-dujo ante el presidente Juan Domingo Perón a Ronald Richter, un científico de 38 años, que había llegado días atrás a Buenos Aires.

Richter ofrecía un proyecto fantástico capaz de generar una fuente inagotable de energía: la fusión fría, una hipotética reacción nuclear que todavía hoy se considera algo tan científico como la Alquimia.

Resulta difícil imaginarse que habrá entendido Perón de las fundamentaciones de Richter, pero lo cierto es que sin dudarlo ni consultar a especialista

Los gobernantes cuyo ejercicio del poder ha sido corrompido por la falta de controles, la megalomanía o la demagogia, suelen ser una presa fácil para los estafadores o los delirantes. Ignoro a cual de estas dos categorías perteneció Ronald Richter (1909-1991).

Kurt Tank, experto en aeronáutica en tiempos de Hitler, fue uno de los centenares de ingenieros alemanes llegados a la Argentina, luego de la guerra; trabajó para crear un avión a reacción argentino. Un día de agosto de 1948 intro-dujo ante el presidente Juan Domingo Perón a Ronald Richter, un científico de 38 años, que había llegado días atrás a Buenos Aires.

Richter ofrecía un proyecto fantástico capaz de generar una fuente inagotable de energía: la fusión fría, una hipotética reacción nuclear que todavía hoy se considera algo tan científico como la Alquimia.

Resulta difícil imaginarse que habrá entendido Perón de las fundamentaciones de Richter, pero lo cierto es que sin dudarlo ni consultar a especialista alguno, le ofreció un contrato.

Un año y medio más tarde, el 24 de marzo de 1951, ante funcionarios y periodistas, Perón leyó un largo comunicado que comenzaba así: “El 16 de febrero de 1951, en la planta piloto de energía atómica en la isla Huemul, de San Carlos de Bariloche, se llevaron a cabo reacciones termonucleares bajo condiciones de control en escala técnica.”

Juan Domingo Perón anunciaba al mundo que “la nueva Argentina” había desarrollado un proceso original para producir energía atómica, similar “a la producida en el Sol”. Una energía no contaminante, muy potente y barata que podría ser distribuida en botellas de medio litro y de un litro, similares a las de leche.

-Cualquiera se sorprendería “si supiera cuál es el material que se usa; pero como otros tienen supersecretos, nosotros también los tenemos”, agregó el científico ante la prensa entusiasmada.

Cuatro días después, en el Salón Blanco de la Casa Rosada, el Dr. Ronald Richter recibió la medalla Peronista a la lealtad. Era su momento de gloria y el de su proyecto.

Mario Mariscotti, un prestigioso físico nuclear, investigó el caso. El resultado fue una sólida publicación de 286 paginas, basada en archivos, análisis y testimonios: El secreto atómico de Huemul (1985).

Ronald Richter, nacido en los Sudetes, la conflictiva región de habla alemana en Checoslovaquia, se habría doctorado en la histórica Universidad Carolina de Praga. Sin embargo, según los testimonios recogidos por Mariscotti, su proyecto de tesis sobre los “rayos terrestres”, una hipotética radiación, desde el interior de la Tierra, no convenció al tribunal y la tesis, si es que la hizo, nunca fue publicada. Ignoro que hizo durante la guerra

El 21 de junio de 1949 comenzaron los trabajos. Los fondos provenían del rubro “Gastos Reservados”. El lugar elegido fue la isla Huemul, 74 hectáreas en medio de las cristalinas aguas del lago Nahuel Huapi, cerca de Bariloche. Richter era el único responsable del proyecto, con poderes absolutos dentro de Huemul y acceso directo a Perón.

Se construyeron caminos, edificios y laboratorios especiales, se cercó la zona con personal de infantería y se compró equipo de última generación. Sus paranoicos criterios de seguridad aumentaron aun más los costos del proyecto.

Según cuenta Ruth Spagat, traductora personal de Richter, “Perón le concedía cualquier cosa, ya fuera caro, muy caro, o extremadamente caro”.

El 8 de abril de 1950, Perón y Evita visitaron la isla y mantuvieron “conversaciones secretas” con el matrimonio Richter. Al regreso, en mayo de 1950, un Perón entusiasmado creó la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) con el fin de apoyar el proyecto.

Un buen día de febrero de 1951, Richter eufórico comunicó al presidente que los primeros resultados estaban a la vista. En realidad se trataba de una mala lectura de datos, pero el científico se negó a repetir el experimento.

Fue entonces cuando Perón comunicó urbi et orbi el hallazgo de “la nueva Argentina”. Pero pasaban los meses, el proyecto no enviaba las ansiadas novedades y se llevaban invertidos 300 millones de dólares al valor actual. Perón aceptó el envío de una comisión científica.

Entre varios científicos importantes, se destacaba José Antonio Balseiro. Llegaron a Huemul en septiembre de 1952.

Al pobre Balseiro, de treinta y dos años, le encargaron la redacción del informe, que contiene pasajes descacharrantes. Vale la pena leerlo. Un solo ejemplo: Balseiro escribe que: “el Dr. Richter sostiene que el reactor termonuclear en funcionamiento es una poderosísima fuente de ultrasonido”. Sin embargo, como no cuentan con instrumentos de medida para demostrarlo, Richter afirma conocer su existencia por “los efectos fisiológicos de cansancio y neuralgias producidos por el mismo”.

El último párrafo del informe Balseiro dice que las “actitudes tomadas por el Dr. Richter están lejos de ser interpretadas como las divulgadas excentricidades atribuidas a los hombres de ciencia.” Por otro lado, se asombra por su desconocimiento sorprendente “sobre diversos temas de física [...] o ideas muy personales sobre hechos y fenómenos bien fundados y conocidos”.

El 22 de noviembre de 1952, el gobierno clausuró el proyecto.

Aunque no todo fue perdido. En 1954, usando parte de las instalaciones del Proyecto Huemul, la Comisión Nacional de Energía Atómica creó el Instituto de Física de Bariloche, actualmente llamado Instituto Balseiro, que reclutó un notable grupo de científicos, sin pedirles, caso único, la afiliación al peronismo.

De Richter no se supo más hasta que Mariscotti lo ubicó en Monte Grande, una ciudad al sur de Buenos Aires: “Hablamos sobre el proyecto y él me dijo que tenía un secreto. Yo le rebatí sus teorías de física, pero insistía en que ‘su secreto era otro’”.

Ronald Richter, a quien sus vecinos solo conocían como “el alemán”, falleció en 1991.

Entre los numerosos materiales que consulté para esta crónica, encontré uno, escrito por una autora y militante peronista, Elena Marta Curone, llamado “El macaneo atómico de la isla Huemul”, donde se reivindica el aporte de Richter “a favor del progreso de la Argentina”, ridiculizado “desde afuera y apoyada desde adentro por los sicarios de la oligarquía, [...] los mismos que posteriormente volvieron a reinstalar en la Argentina el mal de chagas, el cólera y tantos otros males.” No se conforma el que no quiere.

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Luciano Álvarez

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