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Los cocodrilos vuelan

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Luciano Álvarez
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En medio de mi columna del domingo 12 de noviembre pasado anoté lo siguiente:

"Cuando me creía curado de espanto me topé con una ficha de la Secretaría de Derechos Humanos de la Presidencia de la República que coloca al Chueco [Maciel] entre las víctimas de la represión. (sdh. gub.uy/wps/wcm/connect/sdh/...5d97.../MACIEL+RODRIGUEZ+Nelson.pdf).

Es decir que es un héroe de la nueva historia oficial que nos han impuesto y que reciben nuestros escolares, liceales y universitarios."

La información fue recogida por algunos medios como El Observador y el Espectador y entonces, Felipe Michelini, coordinador del Grupo de Trabajo por Verdad y Justicia, de la Presidencia de la República, como sabe que los cocodrilos vuelan, reaccionó con una suerte de no pero sí y sin empacho dijo que "en la lista que yo manejo, la que está en la página de Secretaría [de Presidencia], no me figura el señor Maciel". Es decir, me acusó de mentiroso y luego dejó caer sibilinamente otras miserias.

De nada sirvió que los periodistas le indicaran, como ya habían hecho otros, que ocupaba el n° 23 de esa lista.

Una primera aclaración: la lista de víctimas y presuntas víctimas de la represión del Estado no me es ajena; estudié cada una de las fichas y conozco su estructura. La he estudiado con detención para escribir las doce crónicas sobre el PVP que he publicado aquí mismo, entre el 15 de julio y el 28 de octubre. Leyéndolas, el Señor Michelini podría comprobar que también a mí me interesan la verdad y la justicia. El Señor Michelini quizás pretendió ningunearme cuando, como prueba de la objetividad de "la ficha que no figura", dice que la misma incluye un artículo mío (el Chueco Maciel, una leyenda foquista, El País, 27.11.2010) cuando en realidad apenas se transcriben 323 caracteres, meramente fácticos, de un total de 6031, una nada, comparada con la generosidad con que transcriben, los académicos autores, una nota de La República.

La mentira me enferma y la mentira desde la fuerza del poder me enferma doblemente. Dicen que tiene patas cortas, pero en el Uruguay de Mujica, Topolansky y Sendic calza botas de siete leguas para quienes como el Señor Felipe Michelini se amparan en las torres del poder, las mayorías y la hegemonía cultural de un partido político cuyos acólitos están dispuestos a creer que los cocodrilos vuelan.

Ahora, excúseme el lector por el énfasis personal que pongo en lo que sigue. Yo no miento. No miento, en primer lugar por convicción ética y formación. En segundo lugar, por respeto a mis lectores. Si les mintiera una sola vez, es más, si me equivocara irresponsablemente, perdería su confianza, me avergonzaría y quedaría expuesto a la inquisición de quienes, precisamente, viven amparados en la fortaleza de la mentira. Por esas razones no miento, no puedo mentir. Estudio y contrasto lo que digo, le aplico toda la lógica de la que soy capaz para evitar errores que puedan ser considerados mentiras; en los efectos no hay diferencia. Si un día mintiera tendría que abandonar la profesión que amo. Claro está que no estoy exento de errores y también de calumnias, como la que acaba de sugerir el Sr. Felipe Michelini para uso de sus partidarios. Y este es el punto medular.

La verdad se estrella contra el muro de la ideología. Ya lo dijo Edgar Morin: "Una creencia bien afirmada destruye la verificación que la desmiente. […] La ideología doctrinaria no se mantiene viva solamente mediante la movilización de todos sus músculos, como la ostra y el mejillón, para cerrarse, sino también utilizando un formidable dispositivo de rechazo".

Tony Judt va más lejos y sostiene que se ha perdido la fe en la verdad como antítesis de la mentira, que ha pasado a ser común en la política y nos advierte, apoyándose en Tolstoi, que "no hay condiciones de vida a las que un hombre no pueda acostumbrarse, especialmente si ve que a su alrededor todos las aceptan". (Algo va mal, 2010). Lamentablemente nos hemos acostumbrado a la mentira como hábito, como rápida salida, resignándonos a que resulta impune decir que los cocodrilos vuelan.

La alienación que mueve a la mentira con botas de siete leguas se llama ideología. Marx, limitándola a la conciencia de clase, la explicaba como falsa conciencia. En el concepto no le erraba, la ideología suele llegar a la alienación al punto tal que es "capaz de ser totalmente insensible a la experiencia, a los hechos, a la realidad", (Edgar Morin).

Mentir como se está mintiendo en el Uruguay contemporáneo, en el país de Mujica, Topolansky, Sendic y Fernández (el Sr. Fripur) es práctico, útil y necesario. Es una droga imprescindible para la vida de aquellos que no están dispuestos a cuestionar una fe a la que alienaron todo, incluso su inteligencia, su dignidad y su sentido de lo moral. La mentira también tranquiliza la conciencia de los levemente agnósticos y da letra a los obsecuentes, oportunistas, fanáticos y predicadores.

Edgar Morin parafraseó un relato recogido por Freud para describir el modo de negación de la realidad y la consecuente mentira que oímos todos los días y que va desde las tarjetas corporativas de Sendic y De León, hasta los hallazgos de petróleo y sobre todo las bondades de los regímenes de Maduro y Castro.

"Es falso", dicen los fanáticos y predicadores. "Es exagerado", dicen los creyentes levemente agnósticos y los hipócritas; "Bueno, ya pasó" dirán ambos mañana.

Por ejemplo, el caballero de la derecha, para citar un solo caso. Primero era falsa la estafa, luego fue exagerada y ahora ya pasó. Como si nada.

En suma, no debe preocuparse demasiado el Señor Michelini por este mínimo incidente de la ficha que no existe pero existe, ante la dimensión de los ejemplos que acabo, mínimamente, de enumerar. Un vasto sector de los uruguayos ya le creyó, tal como explica aquella historia del chiquilín que llega a su casa, se dirige a su padre, un militante sin tacha, lector de toda la literatura marxista, devoto del socialismo científico y le dice: "Papá, ¿sabías que los cocodrilos vuelan?" El hombre preocupado le pregunta de qué película o mala lectura sacó tamaño disparate. "Del suplemento juvenil del diario del Partido, papá", le responde. El hombre se acomoda, se agacha cariñoso hacia el niño y le dice: ¡Ah, bueno! Sí, pero mirá que no levantan más de cincuenta centímetros del suelo".

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