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“J’y suis, j’y reste”

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En 1721, Montesquieu -introductor de la división de poderes en el alma de las Constituciones civilizadas- inventó que dos persas se habían instalado en París durante 9 años y le habían escrito a su gente musulmana -harén y eunucos incluidos- un centenar y medio de cartas sobre la monarquía y las costumbres de la Francia que veían.

En 1721, Montesquieu -introductor de la división de poderes en el alma de las Constituciones civilizadas- inventó que dos persas se habían instalado en París durante 9 años y le habían escrito a su gente musulmana -harén y eunucos incluidos- un centenar y medio de cartas sobre la monarquía y las costumbres de la Francia que veían.

La ingenuidad mordaz de los inventados viajeros convirtió a las “Cartas persas” en un arma letal contra idiotismos y fanatismos: preanunciaba El Espíritu de las Leyes y la Enciclopedia; se adelantaba a Voltaire. De esa mirada mahometana sobre los hábitos franceses, aquel Barón ilustre y la cultura internacional extrajeron luces encaminadas a la tolerancia y la libertad.

¿Cómo ese encuentro crítico y abierto de cristianos con musulmanes se ensangrienta tres siglos después -cuando la tecnología nos permite conocernos al dedillo desde las antípodas- por asesinatos masivos perpetrados en París pero sufridos como propios por la humanidad entera?

Más allá de las explicaciones sobre poderes económicos y políticos, del fondo del liberalismo surge una respuesta que no debemos callar: estas infamias existen porque sigue habiendo inmensos bolsones de ignorancia, donde la creencia religiosa se coloca por encima del pacto de libertad que nos debemos todos, por el solo hecho de ser bípedos implumes con unas horas de vida prestadas sobre la Tierra.

A la ignorancia la riega desde hace décadas el debilitamiento de la obligación de pensar, con resultados que bien conocemos en estas pobres tierras. Han fracasado los planteos que quieren fundar la personalidad individual en una ciega cruza de instintos sin freno con intereses egoístas y aplauso social. Si por encima de todo eso no se cultiva el espíritu, surgen relativismos, angustias y vacíos que abren las puertas a las drogas, el fanatismo, el delirio totalitario y el extravío del hombre.

Han fracasado los pujos materialistas que buscan basar el orden internacional en la mera coincidencia de intereses -de clases, de empresas trasnacionales o de lo que fuere-, omitiendo toda referencia a la libertad como valor superior que debe hermanarnos en el vector de las intenciones de respeto.

Es que tiene razón el octogenario Alí Áhmed Said Ésber (Adonis), cuando -visionario como poeta- denuncia desde el propio París que “Daesh ha encontrado un espacio en la mentalidad de algunos árabes que viven en una atmósfera de nihilismo. Es necesario buscar las raíces de esta influencia y combatir a Daesh también con la cultura. No se puede hacer solo con el Ejército”. Y tiene razón también cuando observa que “No hemos resuelto nada porque no hemos separado la religión del Estado; estamos todavía en la Edad Media. Tenemos coches, aviones, pero la cultura es tribal y antigua.”

¿Choque de civilizaciones? Desde nuestra Constitución laica, más bien choque de la libertad con la ignorancia. Y la libertad, desde que empezó a abrirse paso trabajosamente hace 26 siglos, jamás fue superada como principio, método de reflexión, base del convivir e ideal.Un olvidado general francés del siglo XIX, en tierras otomanas precisamente, se negó a retroceder y defendió el peñón conquistado diciendo “J’y suis, j’y reste”, “aquí estoy y aquí me quedo”. Después de la sangre y el horror, en el mundo entero deben repetirlo todas las conciencias libres que miran de frente las atrocidades.

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Leonardo Guzmán

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