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Siembra de incultura

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Arriba, una desértica meseta de Tacuarembó y un sándwich rebosante de jamón y lechuga; abajo, el mensaje: “El 25 es feriado. El 26 meté un sanguchito. Uruguay Natural. Ministerio de Turismo”.

Arriba, una desértica meseta de Tacuarembó y un sándwich rebosante de jamón y lechuga; abajo, el mensaje: “El 25 es feriado. El 26 meté un sanguchito. Uruguay Natural. Ministerio de Turismo”.

Llovieron las críticas. Desde el senador Amorín Batlle a los gremialistas Read y Abdala y el publicista Valenti denuncia-ron que el texto convocaba al faltazo. Los autores de la pie- za aclararon que su intención era defender el turismo interno frente a la tentación bonaerense. Arguyeron que pedir un día de licencia es un derecho. Pero, prestos, levantaron el aviso. Como anécdota el asunto se acabó. Como cruza de mensajes, no.

La realidad es que, ya sea con permisos previos o con pretextos posteriores, el ausentismo daña la cadena de esfuerzo continuo que necesita toda sociedad de personas humanamente elevadas y no fieramente egoístas. Y la realidad es que este Uruguay que subsidia el ocio necesita reubicar la laboriosidad en la dimensión superior de la persona: sin distinciones, sin circunscribir el asunto a “educarnos como clase”, expresión que deslizó un vocero de Pit-Cnt empeñado en ignorar que la educación en valores es un imperativo anterior y posterior a la división en clases sociales.

No solo eso. En el fugaz avisito se escribió “sanguchito” en vez de “sandwichito”, diminutivo natural de “sándwich”-palabra universal que desde 1989 registra la Real Academia, con tilde para conservar la esdrújula de su pronunciación original inglesa. “Sanguchito” puede sonar intimista, pero su base “sánguche” es tan incorrecta como ajena al habla nacional. Es una simplificación coloquial, un vulgarismo, que se emplea en la costa del Pacífico y el Caribe. Importarla no suma nada bueno. Deforma, como tanto remedo foráneo que se incorpora sin pasarlo por el cernidor de la crítica propia.

Con la educación y la comprensión en escombros, no es admisible que el Estado promueva que el lenguaje -manera de entendernos, forma de tratarnos- caiga de mal en peor. Y sin embargo, esa ha sido la tónica de los últimos años en campañas del Estado que -por ejemplo- suprimieron nuestro “usted” y nos encajan un tuteo liviano y aporteñado que dice “poné” y “meté”, en vez de pugnar por extender la recta conjugación nacional que, por custodia de buenos maestros, se conserva intacta en el este de Maldonado, Rocha y parte de Treinta y Tres.

El asunto no es solo gramatical. Llega a lo conceptual. Es que se empuja hacia abajo cuando oficialmente se deja de respetarnos como “la ciudadanía” y se nos reduce al término zoológico de “la población” o cuando en los partes policiales siempre aparece asaltada o asesinada “una mujer” y nunca “una señora”…

Bien sabemos que, por estoicismo democrático, a la fuerza se nos viene quebrando el umbral de nuestra sensibilidad cultural, pues así como ayer soportamos a un presidente que entronizó la grosería en su lenguaje y su pensamiento, hoy soportamos la investidura de un vicepresidente que se descalifica a sí mismo, a medida que se empecina en usar el título universitario que no se ganó.

Pero también sabemos todos -incluso los gubernistas que aún queden- que la crisis de la educación será imposible de resolver mientras los gobiernos sigan entreverando al Estado en la tarea deletérea de sembrar incultura.

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Leonardo Guzmán

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