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Paredes desnudas

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Cruzando Florida y San José, ofenden al Palacio Estévez las miserias grises de un esqueleto tugurizado con ropa -y luz- colgada. A 200 metros, en Ciudadela y Soriano, atrás del Solís, está desnudo el armazón del viejo Mercado Central.

Cruzando Florida y San José, ofenden al Palacio Estévez las miserias grises de un esqueleto tugurizado con ropa -y luz- colgada. A 200 metros, en Ciudadela y Soriano, atrás del Solís, está desnudo el armazón del viejo Mercado Central.

Con mentalidad estrechamente clasificadora, en el inventario de la ciudad esos dos esqueletos se anotarían con cruces iguales en el mismo casillero. Aritméticamente, sería una verdad a medias: dejaría afuera que uno es tumba y mortaja y el otro es embrión y tarea, y por tanto se diferencian en signo, vector y calidad.

La mentalidad reduccio-nista pasaría también de largo ante los impulsos y desvelos que otrora sostuvieron los puestos del Mercado y los inolvidables Fun Fun y Morini, con clase pero abiertos a todos los bolsillos. Olvidaría las luchas personalísimas con que el Uruguay sostuvo rincones como esos; y enterrando modelos induciría a eludir riesgos y a abortar iniciativas.

En realidad, esa actitud tabica todo en especialidades y cierra los ojos frente a las diferencias de lo que hay y ante el valor de la siembra, esencia unificadora de lo humano. Desde un materialismo ramplón, se empeña en no ver más allá de las narices y en silenciar las verdades, los amores y las indignaciones del sentimiento y el espíritu. Achata y resigna.

Pues bien. Esa frigidez no es un invento uruguayo. La copiamos de modas que estragaron a buena parte del pensamiento europeo. Y la aplicamos a amputar o reducir en el liceo las materias que enseñaban a sentir y reflexionar: idiomas, literatura, cultura musical, filosofía.

En esta última, en España hoy cunde la alarma. Véase. En El País de Madrid seis firmas encabezadas por Fernando Savater preguntan “¿Por qué sobra la Filosofía?” y denuncian que la Universidad Complutense prepara “el cierre de la facultad donde se enseña a Platón, Kant y Nietzs-che”. Reclaman “una explicación que no sea solo contable”. Señalan que para justificar la supresión no basta repetir “como un mantra” que hace falta “dinamismo y flexibilidad”. Y dejan caer que la ojeriza a la filosofía acaso “obedece a razones públicamente inconfesables”.

Para nosotros no hay nada que confesar, pues todo está a la vista. Hace ya 35 años que desde el norte de Europa Von Wright observaba que “se difunde cada vez más un nuevo tipo humano; un investigador especializado que puede ser muy inteligente pero tiene un desdén filisteo por la filoso-fía, el arte y todo lo que caiga fuera de su estrecha perspec-tiva”. Sí: filisteo, es decir, vul-gar, de escasos conocimientos y poca sensibilidad artística o literaria.

Ahora bien. Que se acalle la filosofía en la patria de Unamuno y Ortega y Gasset no puede servirnos de consuelo. Al contrario. Si el mundo cae en la inopia del sentir y el pensar, nuestra responsabilidad uruguaya es seguir sintiendo y pensando. Para sacudir la indiferencia. Para buscar nuevas síntesis que acaben con los tironeos y pulseadas que, entre drogas y crímenes, amargan el noticiero nuestro de cada día, tanto si se trata de distribuir garrafas como de salvar a Secundaria.

Es que si queremos ser más que paredes vacías y estructuras huecas, no debemos perder tiempo imaginando tatetís políticos o reavalúos. Debemos inflamar el alma y cimentar la doctrina del hombre, que nos falta a gritos.

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Leonardo Guzmán

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