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Mínimos humanos

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Leonardo Guzmán
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La violación y muerte de Brissa nos llevaron de la indignación al asco.

No puede asombrar que, en respuesta, hayan aparecido iniciativas maximalistas, como la cadena perpetua o la castración química; ni que, vistos los antecedentes del depravado, haya corrido de tuit en tuit la pregunta sobre qué hacen la ley y la Justicia.

La estridencia de las iniciativas y de la desconfianza implícita en la pregunta dicen mucho positivo y valioso sobre el estado del ánimo público. Pero no bastan: hay que agregarles reflexión.

A poco que pensemos, nos topamos con esta realidad: aumentar las penas sirve para castigar más fuerte, satisfaciendo la sed de justicia retributiva; pero NO disminuye la cantidad de delitos en ningún área —y menos aún en depravaciones que degeneran los instintos en sujetos que, a la hora de perpetrar sus fechorías, ni avizoran ni les importa qué pena pudiere recaerles.

Y nos topamos con una evidencia palmaria: a juzgar los delitos —todos, no solo los sexuales—, la ley y la Justicia siempre llegan tarde, pues indagan y castigan hechos consumados, irreversibles.

Por ende, no es cosa de detenernos en los detalles del último caso, sino de mirar de frente el decurso de los hechos. Lo que viene fracasando no son las penas, ni los fisca-les ni los jueces, sino las esperanzas que sembraron las ideologías que han imbuido al país y hoy se reflejan en el gobierno.

Cuando lo sexual era recatado, íntimo y tabú, el freudismo elevado a filosofía, la objetividad científica y la liberación de las costumbres nos prometieron paraísos de vida "sana", sin delitos. Por esa inspiración, pasamos del silencio sobre el sexo y la lectura soterrada de "Memorias de una princesa rusa" a la exhibición profusa de todos los desenfados y a la pornografía on line, ¡pero no por eso desaparecen las aberraciones ni las atrocidades! ¡Siguen siendo las mismas que un siglo atrás Steckel describió en latín! Haber suprimido el pudor y haber reemplazado la calidez y la angustia de la intimidad por una objetividad sin frenos, ha suprimido puntos de referencia y ha generado nuevas idolatrías y nuevos complejos, pero no ha suprimido ni disminuido los delitos ni los acosos.

Y saliendo de las patologías de la genitalidad y asomándonos a las conductas con que lidia el Derecho —no solo penal: también civil, comercial, laboral, etc.—, lo que está fracasando es la visión sociológica sectorizada, de unos contra otros, que azuza el divisionismo e impide ver claro que hay principios —¡mínimos humanos!— que para todos deben valer.

Lo que está fracasando son las antropologías armadas desde materialismos relativistas y vulgares. Esas visiones impiden construir el yo ético, que es el que impone a la persona gobernar sus intereses, apetitos y pertenencias grupales desde la altura principista de un "yo-soy-tú", sin el cual no nacen, y se abortan, los más elementales sentimientos normativos.

Quienes no creen en los principios, la prédica y la educación, pasan de largo ante estos fracasos estrepitosos. Prefieren emprenderla contra la ley o la Justicia, a veces buscando rindes electoreros, a veces encerrándose en sí mismos.

Pero estas tragedias de la crónica policial y la tragedia global de nuestro actual modo de vida, solo se resolverán si un día nos ponemos, juntos, a reflexionar en serio sobre los errores de base que nos carcomen el alma.

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