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El luto del Derecho

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Leonardo Guzmán
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Nos estremeció la muerte del Prof. Dr. Gonzalo Uriarte, Decano de la Facultad de Derecho. Su vida universitaria, su lucha por la precisión conceptual y su valía moral e intelectual le habían ganado el respeto general, que se hizo hondo dolor ante su partida.

Su velatorio se nos recortó sobre "la tropa de los recuerdos", que "pa llegar vienen al trote y pa dirse siempre son lerdos", como bien escribió Juan Carlos Patrón —también Decano de Derecho.

La memoria nos retrotrajo a la pérdida de Eduardo J. Couture, insigne procesalista que parecía inmortal y que en 1956, como Uriarte, se fue mientras ejercía el Decanato. Se nos agolparon rostros idos.

Una voz interior nos revivió la carta-responso con que Francesco Carnelutti, titán del Derecho, despidió a su maestro Piero Calamandrei: "Al regresar del sepelio, siento una enorme impresión de levedad". Ese texto nos fue emotivamente leído en clase por otro eminente procesalista, Raúl Moretti, que a sus alumnos nos hizo sentir "la levedad del ser" y "la circunstancia atenuante de la fugacidad de todo", dos décadas antes que las analizara Milan Kundera en la novela filosófica que lo hizo célebre.

Anticipaciones de esa clase no son extrañas. El pensamiento jurídico no es solo ley reseca: vive en un teatro de almas, de las cuales brotan luces poéticas, literarias y filosóficas. Sin ellas, el Derecho no avanza ni respira. Lo grave es que esas luces resultan incomprensibles para quienes, por modas actuales, reducen el Derecho a una simple "técnica descriptiva" a cargo de "operadores" preprogramados, que, olvidando que las normas son expresión de cultura, fabrican sistemas indiferentes a los valores morales, sin espíritu, sin conciencia y sin prójimo.

Por esa razón, esta vez el duelo por el Decano golpea a la Facultad en tiempos amargos, porque la debilidad de nuestro Derecho asombra no solo a abogados, escribanos y contadores sino a todo ciudadano que camine con los ojos abiertos. Tenemos en caída libre los principios del Estado de Derecho y los axiomas más elementales, anteriores a la Constitución.

En efecto, ¿qué es sino una transgresión ilegal insultante, la insistencia contumaz en desobedecer sentencias? ¿Qué es sino un agravio a la coherencia, que precisamente el Poder cuya misión es "juzgar y hacer ejecutar lo juzgado", tenga desde hace años sus sedes tapizadas por el reclamo de que se le obedezcan las sentencias pagándoles a los judiciales lo que se les debe? ¿Puede un Estado de Derecho aprobar a conciencia un art. 15 inconstitucional, para seguir chicaneando ante la Suprema Corte?

¿Qué es eso de implementar un nuevo Código del Proceso Penal que, a seis semanas de entrar en vigencia, tiene en el Poder Legislativo más de 30 artículos pendientes de reforma que plantean los propios impulsores de la aventura?

Y en otro orden: ¿acaso la tesis de que la política está por encima del Derecho no era una amenaza cuando se la profirió años atrás? ¿Y acaso la conducta de Sendic y su modo de irse no nos evidenciaron, a todos, que el Derecho debe mandar por encima de la política? La Junta de Transparencia, ajena a los cabildeos partidarios, en 18 páginas ejemplares, lapidó el tema.

¡Qué Uruguay podríamos construir si volviéramos a vivir bajo el imperio del Derecho, en honor a quienes por él lucharon y por el bien de los que mañana serán llamados a las fatigas de la libertad!

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