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19 de Junio: el Natalicio

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Un rapto que terminó bien, un homicida serial y un comerciante más asesinado en rapiña. Lista interminable. Pero las crónicas policiales son mucho más que enumeraciones. Condensan tragedias, que si nos mueven a curiosidad -¿quiénes fueron? ¿Cómo hicieron?- mucho más nos llaman a estremecimiento.

Un rapto que terminó bien, un homicida serial y un comerciante más asesinado en rapiña. Lista interminable. Pero las crónicas policiales son mucho más que enumeraciones. Condensan tragedias, que si nos mueven a curiosidad -¿quiénes fueron? ¿Cómo hicieron?- mucho más nos llaman a estremecimiento.

No es cosa de mirar los noticieros como un espectáculo que nos resbala. Tampoco es cosa de dejarnos anestesiar con que “el secuestro llegó al Uruguay para quedarse”: esos latiguillos calcan el clisé light de los antiguos figurines de la moda, que con el impersonal “SE” -“SE viene”, “SE usa”- imponían acatamiento silencioso sobre lo que a gritos exigía mirarse al espejo y preguntarse si la novedad no era tan solo un mamarracho.

En realidad, ni la drogadicción, ni la violencia rapiñadora, ni el secuestro, ni el crimen fueron nunca -ni serán jamás- meros “hechos sociales” explicados por la mecánica mundial. Si todas esas desgracias se multiplican es por malogros nuestros en educación, por caídas de la seguridad, por fracasos gubernativos y por desorientación masiva sembrada desde el relativismo y el silenciamiento de ideales. Por eso, lo vulnerado por la delincuencia no es sólo el encuentro con el prójimo sin el cual no llegamos a ser personas. Lo vulnerado son los derechos de todos, los que la Constitución de la República manda que garanticemos recíprocamente, y que vienen manchándosenos con sangre y desolación.

La fecha es propicia para restituirnos la lucidez, puesto que hoy, 19 de Junio, se conmemora el nacimiento de quien fue Fundador de la Nacionalidad y Jefe de los Orientales, pero sobre todo fue el sembrador de esa conciencia institucional que ha sido la fuente de todas nuestras resurrecciones, en esta tierra donde la palabra Natalicio se reserva solo a Artigas y se la escribe con la mayúscula que su grandeza le imprimió.

Es que después de todas las caídas, siempre nos erguimos como ciudadanos que reclamamos “las seguridades del contrato” para no quedar al albur de la “muy veleidosa probidad de los hombres”. Siempre buscamos el renacer de la confianza recíproca ajustando “el freno de la Constitución”, como Artigas nos enseñó cuando, en la Oración de Abril del Año XIII, depuso su poder ante “la presencia soberana” de los pueblos y sometió a deliberación lo que no quiso resolver por sí mismo ni en el círculo de sus íntimos.

Desde 17 años antes de jurar la Constitución, la Banda Oriental inscribió en su ADN la autolimitación de los poderes de sus conductores. A lo largo de dos siglos vivió vicisitudes y terremotos; de ellos salimos buscando coincidir en normas reflexionadas sin acallar las críticas del ajeno, sin ignorar los aportes de los adversarios y sin arrodillarnos ante el poder omnímodo de mayorías regimentadas o sordas por no querer oír.

En medio del cuadro actual, un resurgimiento con esa luz corre ya por las grandes arterias conceptuales del Derecho Público y por los sutiles vasos idealistas que, por sobre nuestras diferencias, nos irrigan como ciudadanos. De a poco, todos vamos sintiendo que el destino de la República no puede marcarlo la pulseada divisionista de la guerra de clases o el odio histórico, sino la calidad de las razones con que construyamos el pensamiento público, asentado en los principios de justicia y libertad.

En ellos palpita lo que hemos de legar en una jornada que, no por casualidad, es el Día de los Abuelos: es decir, el Día del mañana.

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Leonardo Guzmán

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