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Tiempo de pensar

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La victoria electoral de Mauricio Macri da para todo. Hasta el hijo de Trump pretende compararlo con su desorbitado padre y no faltan comentaristas rioplatenses, uruguayos incluidos, que estiran esos curiosos paralelos hasta el infinito.

La victoria electoral de Mauricio Macri da para todo. Hasta el hijo de Trump pretende compararlo con su desorbitado padre y no faltan comentaristas rioplatenses, uruguayos incluidos, que estiran esos curiosos paralelos hasta el infinito.

Todos ellos olvidan que el hoy presidente argentino está lejos de ser un outsider y que allí llegó luego de una ya larga carrera pública.

Para empezar recordemos que desde 1995 al 2007 presidió el club Boca Junior, con particular éxito, tanto en lo deportivo como en lo institucional. Es obvio que no hay cargo político que ofrezca mayor visibilidad e incluso popularidad si todo, como en el caso, sale bien. En 2003 comenzó su construcción política, intentó llegar a la Jefatura de Gobierno de Buenos Aires y perdió en segunda vuelta con Ibarra. Ganó, en cambio, una banca de diputado nacional por la capital en 2005 y dos años después la Jefatura de Gobierno de una alicaída Buenos Aires. Desarrolló allí una gestión tan destacada que le valió la reelección. Desde esa posición, montado en esa larga década de esfuerzos y demostrada su capacidad de realización, logró articular una coalición que le permitió llegar a esta Presidencia de la Nación que miramos los uruguayos con tanta esperanza.

Quienes trazan paralelos, entonces, no debieran olvidar que este ingeniero no solo tiene un pasado empresarial sino que a él le añade una inteligente carrera política, en que fue avanzando paso a paso, renovando cuadros, incorporando gente joven a la vida cívica, abriendo un camino de esperanza frente a la iracundia de la Señora Kirchner.

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Pese a las dificultades notorias de este primer año de gobierno, reconocidas por el propio presidente Tabaré Vázquez, ya se habla de candidaturas presidenciales como si no faltaran cuatro años para la elección. En algunos casos hasta se dan por proclamadas y ya frustradas algunas postulaciones, como la del Vicepresidente Sendic, tan chamuscado luego de las revelaciones sobre su gestión. En la oposición tampoco faltan algunos síntomas de esa repentina fiebre.

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El caso Ancap demuestra el valor de las comisiones investigadoras cuando se llevan con inteligencia y seriedad. Es evidente que el Frente, que se negó a todas las propuestas en sus dos gobiernos anteriores, se lamenta ahora de haber alardeado de que nada tenía que ocultar y de abrir este camino, que le ha valido tanto al país como le ha abierto los ojos a muchos de sus ingenuos votantes que recién comienzan a percibir lo que han sido estas administraciones.

En lo político, queda claro el valor de una oposición que actuó coordinadamente. Eso es lo que precisa hoy la democracia uruguaya. Una alternativa seria, capaz de dialogar entre sí y trabajar con unidad. Los divismos personales oscurecen los objetivos y distraen de ese superior empeño.

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Los vientos de cambio que soplan en la región alientan a todos aquellos que deseamos que ellos lleguen también a nuestra República. Que salgamos de esta degradación que comienza en el lenguaje, pasa por un desastre en la educación, continúa en una sociedad fracturada y termina en el maremagnum de un gobierno anterior que invirtió alocadamente y ahora lleva al llanto arrepentido a quienes hoy han heredado, en su misma colectividad, los despojos de ese despilfarro.

Ese necesario cambio vendrá a través de los partidos políticos y no a pesar de ellos, como a veces -en una ansiedad que comprendemos- percibimos en ciudadanos bien intencionados. Cuando los partidos declinan, viene el chavismo, como pasó en Venezuela luego que Acción Democrática y el Copei agotaran su acción. Cuando ellos se fraccionan, ocurre lo de España, en que el bipartidismo, que le permitió vivir los mejores treinta años de toda su historia, hoy está superado y el escenario es de una gobernabilidad casi impracticable.

La vida de los partidos es la esencia misma del diálogo democrático, su escenario natural. Ella es el marco en que deben canalizarse las inquietudes, los esfuerzos, las voluntades deseosas de que, recuperados los valores sustantivos de nuestra vida democrática, pueda el país mirar hacia adelante y hacia arriba. El mundo globalizado no se detiene en las menudas visiones aldeanas de quienes disputan parcelas de poder en países como el nuestro, cuya dimensión económica le impone luchar con excelencia y pensar sin pausas en su competitividad exterior. El camino de la justicia social es una empinada cuesta en la que solo se sube con un Estado en constante reforma, una educación de primer nivel y un sistema productivo que mire hacia el mundo.

El autoritarismo mediocre de Venezuela es un magnífico ejemplo de lo que no se debe hacer, de lo que solo ha de valer como espejo para construir la contraimagen de ese esperpento que todavía aplauden tantos uruguayos.

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Julio María Sanguinetti

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